La verdad y la medalla
Acabo de leer el artículo de Manuel Ramírez "Sobre el lobby y la medalla" (EL PAÍS, 18 de agosto). En él pretende ayudar al "españolito no instruido en demasía en la concepción de la política de aquel inmenso país [se refiere a Estados Unidos]..." a superar la sorpresa que le produjo la forma de gestionar la medalla del Congreso estadounidense concedida al ex presidente del Gobierno Aznar. Para ello nos explica que el valor predominante de la política norteamericana es la verdad. La verdad con mayúsculas, sin cortapisas ni matices. Una verdad que hay que asumir con todas sus consecuencias, sabiendo que a la larga es lo mejor para todos. En este caso, la verdad pasaría por saber que un lobby puede gestionar unos intereses particulares, si lo hace de forma transparente.
Coincido plenamente con él en la importancia de este valor en la vida política, y en la vida en general, importancia que no tiene en nuestro país. Efectivamente, el conocimiento de la verdad ayuda al ciudadano a crearse su propia opinión.
Sin embargo, no creo que manifestar los hechos de forma verdadera sea condición suficiente para justificarlos, o, dicho de otra manera, los medios no justifican el fin. Por mucho que le doy vueltas, no entiendo que el beneficiario de una concesión honorífica -por supuestos méritos propios- tenga que convencer a los otorgantes con la ayuda de agentes externos a sueldo. Y menos aún que el sueldo lo pongan los demás.
