_
_
_
_
Reportaje:VIAJE DE AUTOR

Bodas bereberes en las montañas del Atlas

En Imilchil, Marruecos, los aït haddidou despiden el verano con una gran feria

Habéis estado alguna vez en el Gran Atlas marroquí? Yo sólo lo había cruzado por la carretera que une Marraquech con Uarzazate, a los pies del monte Tubkal. Alguna vez había que desorientar la brújula y recorrer la transversal de esta región de leyenda dentro de un país de leyenda; internarse más allá del asfalto por pistas que se confunden con el surco de los ueds, en el fondo de los barrancos, y que ascienden sinuosamente hasta los puertos. Cuando la vegetación desaparece, a medida que se gana altura, hay que conformarse con la luz y los colores minerales: violetas, ocres, sienas, amarillos. Estamos entrando en la tierra mágica de los aït haddidou, montañeses bereberes adaptados a la dureza del clima (se aprecia en la piel de cuero de algún pastor solitario que saluda al pasar) y a la belleza esencial del paisaje (de la que conoce más quien logre que le traduzcan algún cuento de la riquísima tradición oral).

Habíamos salido de Marraquech aquella mañana temprano, a través de una llanura cegada de luz como una fotografía quemada. Pasado Beni Mellal, el aire se fue refrescando poco a poco, la carretera cruzó los últimos bosques y se convirtió en una pista de vértigo hacia el paisaje lunar de los pasos de montaña, cercanos a los 3.000 metros de altura. Nos habíamos detenido un par de veces a comprar unas manzanas ácidas y diminutas en las huertas que permite la tierra fértil de las hondonadas, pero horas más tarde, remontando ya los desfiladeros, sólo nos envolvía un cielo de cuarzo y el viento metálico de las cimas. Empezábamos a acusar la dureza del camino, esperando ver aparecer cuanto antes la alta meseta de los lagos de Imilchil, uno de los tesoros orográficos mejor guardados de esta áspera cadena de montañas.

Cuenta la leyenda que, durante una sequía, dos tribus rivales acordaron proveerse de agua a horas distintas del día en el único pozo disponible. Una joven se entretuvo en la aguada más de la cuenta y conoció -cómo no- a un joven de la tribu enemiga. Lo que sigue podría haberlo escrito el mismo Shakespeare, porque se parece mucho a la historia de Romeo y Julieta. Al ser imposible su amor, Tislit e Isli, que así se llamaban los enamorados, lloraron tanto que formaron estos dos lagos que llevan sus nombres: el milagro de dos trozos inmensos de cielo en mitad de la nada de rocas y arena. O por decirlo en prosa: habíamos llegado por fin a los albergues y las jaimas a la orilla de los lagos que acogen a los viajeros poco antes del pueblo de Imilchil. Un estupendo lugar para perderse.

Pero no era una noche cualquiera aquella noche dominada por Marte en el firmamento, como una candela roja. Cada final de verano los pueblos del Alto Atlas se reúnen en un moussem o romería de triple significado. Se trata de darse un baño de multitudes antes de enfrentar el aislamiento del invierno, con la excusa de una feria comercial. Se trata de rendir culto al morabo más venerado del lugar, el santo Ahmed Oulmaghni. Y sobre todo se trata de representar el rito de las bodas, una antigua tradición, actualmente tutelada por las autoridades de Rabat, por la que los aït haddidou conciertan o desconciertan esponsales bajo la jaima de un cadí. Estas bodas -y divorcios- múltiples han hecho las delicias de los antropólogos como hoy hacen las de los viajeros. ¿Un remedio contra la endogamia tribal? Probablemente, pero también una comunión de identidades, una afirmación cultural que se exhibe desde los ceremoniales previos al complicado atuendo de los contrayentes.

Cantos orgullosos

Aquella noche estelar nos mezclamos con el público de un festival de música folclórica, al aire libre, sobre un improvisado escenario alfombrado: crótalos, panderos, cantos a capella que sonaban tan orgullosos como himnos, y como sorpresa final, la danza de las mujeres aït haddidou, con una coreografía sensual cargada de encanto y de sentido del humor.

Cualquier época es interesante para visitar este lugar al que aún no llega el asfalto. El turismo cultural y de aventura tiene aquí infinidad de alicientes. Pero si se tiene ocasión, lo mejor es viajar hasta Imilchil durante la reunión anual de las bodas, cuando alrededor del pequeño templo del morabo, a pocos kilómetros del pueblo, en una tierra de nadie abierta a los cuatro vientos, se levanta el campamento de los congregados al moussem. Desde primera hora, discuten y se estrechan la mano los tratantes de ganado: dromedarios, mulas, asnos, ovejas. El sol gana fuerza muy pronto, y la luz azul se va dorando al horno, exhala un aliento arenoso que a veces recorre y agita el mar de tiendas y jaimas, donde ya se cuecen los panes, humea el té, se despereza la gente, se instalan los artesanos, los vendedores ambulantes.

El moussem de las bodas es un viaje en el tiempo más que en el espacio. Aquí estamos, un turbante más entre la multitud de turbantes, bajo este energético sol de justicia. Pero pronto hay que dejar paso a los asuntos del hígado -los aït haddidou, como los antiguos mediterráneos, no ubican los sentimientos en el corazón, sino en el hígado-, y las bodas y divorcios concertados se llevan a cabo bajo las jaimas colectivas. Ya no es posible encontrar la autenticidad de otra época, cuando el moussem de las bodas era un asunto privado. Las autoridades marroquíes quieren potenciar el turismo y romper el aislamiento del Alto Atlas. Incluso colaboran con subvenciones que ayudan a las dotes de las bodas. El precio es una fiscalización de esta tradición ancestral, naturalmente, una homologación de las ceremonias tribales. Se verá aparecer algún helicóptero oficial y paneles de promoción turística, mástiles con banderas y algún retrato real. Pero la vida del moussem es incontenible, tiene su propio olor y sabor. Tiene sus propias leyes.

Hacia el mediodía me pierdo entre la gente en el caos del zoco improvisado. Dentro de unos días no quedará nada de todo esto. Silencio absoluto y una llanura desierta. Pero hoy la vida está aquí, concentrada, intemporal, embriagadora, ruidosa. Voy coleccionando adjetivos mientras continúo el paseo. Esta noche me alojaré en un Gite d'Étape, un refugio económico para ruteros y senderistas. Compraré unas fíbulas de plata vieja y charlaré con un guía local que conoce el acceso secreto a los antiguos graneros, unas oquedades excavadas a gran altura en las colinas de roca en las que se guardaba una reserva de grano para preservarla de los hurtos de los pueblos vecinos. Algunas fotografías en la pared muestran los ojos de las cuevas, las escalas de madera suspendidas en el aire. Quedamos en que volveré pronto para que me guíe hasta allí.

Dos días más tarde reemprendo el camino por una pista mucho más amable que sigue el curso de un río. Las gargantas de Todrá -asfalto de nuevo, autocares, cámaras digitales- son el final de nuestro recorrido. Sin darnos cuenta, hemos ido dejando atrás la magia de los aït haddidou.

- Juan Miñana (Barcelona, 1959) es autor de la novela Noticias del mundo real (Tusquets).

La misma jaima colectiva donde se celebran las bodas sirve para que los músicos amenicen la fiesta con sus instrumentos tradicionales y las intérpretes femeninas exhiban su poderío vocal.
La misma jaima colectiva donde se celebran las bodas sirve para que los músicos amenicen la fiesta con sus instrumentos tradicionales y las intérpretes femeninas exhiban su poderío vocal.JORGE CENCILLO

GUÍA PRÁCTICA

Cómo ir- Royal Air Maroc (902 210 010; www.royalairmaroc.com). A Marraquech, ida y vuelta desde Madrid, 413,70 euros en agosto y 381,70 en septiembre, tasas incluidas (compra con una semana de antelación). También se puede volar hasta Ouarzazate, vía Casablanca, ida y vuelta, desde 335 euros más tasas.- Iberia (902 400 500; www.iberia.com) ofrece en la web tarifas de ida y vuelta a Marraquech desde 232 euros más tasas desde Madrid y 277 euros más tasas desde Barcelona.- Qâdar Art i Viatges (630 98 16 49 y www.qadar.net) es una agencia de viajes culturales, con guías españoles, que organiza rutas a Imilchil.Información- Turismo de Marruecos (915 41 29 95 y www.turismomarruecos.com).

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_