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Reportaje:TOUR 2004 | Decimosexta etapa

El campeón malquerido

El líder y los corredores del US Postal, abucheados por miles de personas durante toda la subida

Xosé Hermida

Un grupo de adolescentes franceses recorría la cima de L'Alpe d' Huez vitoreando a Thomas Voeckler y Richard Virenque cuando se topó con un coche del US Postal. Aunque no había nadie dentro del automóvil, la reacción de los muchachos fue instantánea. Empezaron a entonar La Marsellesa al tiempo que increpaban al vehículo inocente y vacío. La nueva exhibición de Armstrong desató el alborozo de los miles de estadounidenses que, en proporciones nunca vistas en la grand boucle, nutrieron la increíble muchedumbre en las cunetas del L'Alpe d' Huez con sus pancartas de "Go Lance" y sus banderas de la estrella solitaria de Tejas. Pero el amor de Armstrong por el Tour nunca será correspondido. Ayer, como ya le había ocurrido en los Pirineos, el campeón y sus compañeros de equipo tuvieron que escalar el puerto entre un chaparrón de abucheos e improperios. "Nunca había visto nada igual en el ciclism", aseguró el español Chechu Rubiera, uno de los más veteranos gregarios de Armstrong.

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La tiranía de los grandes campeones siempre ha tenido que arrostrar su cuota de impopularidad. A Merckx llegaron a propinarle un puñetazo en el hígado durante una ascensión al Puy de Dome, y Anquetil no pudo competir en el corazón de los franceses con el eterno segundo Poulidor. Pero Armstrong es un caso especial. El Tour ha sido secuestrado por un tejano, una anomalía en la historia del ciclismo, como si un madrileño se fuese a Japón y se convirtiese en el rey del sumo. Y a muchos europeos les cuesta trabajo digerirlo.

La impresionante colmena humana que serpenteaba por las 21 curvas de L'Alpe d'Huez -medio millón de personas, algunas llegadas desde hace una semana para tomar posiciones- era como una asamblea de toda Europa. La mayoría, franceses, holandeses y alemanes, pero también belgas, daneses, italianos, checos, portugueses, españoles... Por la carretera asomaban las banderas bretonas, bávaras, flamencas, escocesas, vascas, catalanas, gallegas y asturianas. A todos ellos iba dedicada una gigantesca pancarta que portaban un grupo de estadounidenses con el mapa de Francia cubierto de barras y estrellas y la inscripción "Etats Unis d' Europe". Y en ese decorado Armstrong y sus muchachos se sintieron arrojados a los leones.

"Nunca había visto nada igual", insistía Rubiera tras cruzar la meta. "Por lo menos la mitad de la gente se dedicó a abuchearme durante toda la subida. Gritaban 'fuera el US Postal' y colocaban el pulgar hacia abajo. Yo siempre había visto que el público animaba a todos los ciclistas. Se volcaban con los de su nacionalidad, pero no dejaban de apoyar a nadie. Ahora, parece que eso está cambiando. Y no lo entiendo. Si Lance es el más fuerte, hay que reconocerlo". Rubiera matizó que la actitud hostil no provenía de los aficionados vascos, a quienes Armstrong había culpado de hostigarle durante la ascensión, el pasado sábado, a la estación pirenaica de Plateau de Beille. Esta vez, el estadounidense señaló a los alemanes. "No quiero generalizar, pero a uno le da tiempo a fijarse en las camisetas y las banderas, y la mayoría de los gritos provenían de allí", explicó Armstrong. "Alguna gente estuvo muy agresiva y desagradable. Su actitud asustaba un poco. Tengo suerte de haber salido bien. Pero, en fin, 'c'est la vie".

Hace tiempo que Armstrong se ha acostumbrado a vivir "con una diana pintada en la espalda", como él mismo dice. "Van contra mí por el antiamericanismo que hay en Europa", afirma en su libro "Vivir cada segundo". Durante mucho tiempo, se esforzó por caer simpático, por aprender francés y adaptarse a las costumbres europeas. Ahora, convertido ya en una leyenda más del Tour, se ha resignado a sobrellevar su estigma. Y cuanto mayor es la hostilidad, más furia pone sobre la bicicleta. "La actitud del público no me ha desconcentrado", aseguró. "Todo lo contrario, me ha proporcionado más motivación. Esto es un gran acontecimiento deportivo y a mí me estimula como si jugase un partido entre los Knicks y los Bulls en el Madison Square Garden de Nueva York". Quien no se lo tomó con tanta flema fue su director, Johan Bruyneel, sancionado por la organización tras hacer una maniobra peligrosa con su coche contra una moto de la televisión francesa.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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