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Columna
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Locas

El colectivo gay está de enhorabuena. Sus representantes salieron encantados de la entrevista con María Teresa Fernández de la Vega y después triunfaron ampliamente en los actos del Día del Orgullo Gay. La vicepresidenta del Gobierno se mostró muy receptiva a sus demandas, que fueron bastante más allá de la comprometida Ley de Parejas de Hecho. Pidieron, por ejemplo, el que se introduzca la diversidad sexual en la escuela, lo cual no sólo parece justo, sino también necesario.

Es mucho mejor y más saludable que los profesores expliquen con toda naturalidad en clase lo que es la homosexualidad a que los chavales se enteren porque un cura trata de meterles mano, como me pasó a mí. No mostrar determinados aspectos de la vida tal y como son porque la tradición los considera indeseables ni preocuparse de inculcar la cultura del respeto es un disparate pedagógico. También reclamaron que el carné de identidad refleje el nombre y el sexo de los transexuales, lo que tampoco me parece descabellado. Algo más complicado les resultará sacar adelante su petición de gratuidad para las operaciones de cambio de sexo. Desde la salud bucodental, pasando por los problemas estéticos que condicionan la vida del paciente hasta el vergonzoso déficit en la asistencia geriátrica, la Seguridad Social tiene carencias bastante más prioritarias que la demandada por los gay. Doña María Teresa, en cualquier caso, les puso buena cara a todo.

El de los homosexuales es un colectivo mucho más numeroso de lo que hasta bien poco imaginábamos y nadie que esté en política debería despreciar su peso electoral. Pocos grupos son capaces de cosechar el éxito de convocatoria alcanzado en la manifestación del sábado, éxito que en gran medida le vino dado por la presencia masiva de heterosexuales. Bien es verdad que muchos de los asistentes acuden a la marcha atraídos por el colorido y el espectáculo que ofrecen las carrozas y sus provocadores pasajeros.

Ese poder de atracción tiene, sin embargo, efectos nocivos sobre las causas que fundamentan el movimiento gay y que son el respeto y la igualdad. Es difícil tomarse en serio las reivindicaciones de alguien que se presenta en sociedad con el blusón y los cascabeles de bufón. Lo de los tangas, las plataformas y los pelucones puede resultar muy divertido para echar unas risas, pero son muchos los homosexuales que no se sienten identificados con esa imagen, que al final es la que trasciende públicamente de todo el colectivo. A nadie le puede extrañar que haya todavía quien se resista a salir del armario con tal de que no le relacionen con esos tipos de las plumas o los rapados del pantalón de cuero que menean el culo encima de un camión. La inmensa mayoría de los gay que conozco son personas con una formación y una sensibilidad por encima de la media y no necesitan hacer el chorra para conseguir notoriedad. Me consta que las locas les abochornan y las consideran un lastre para la causa. La figura de la loca es fuente inagotable de inspiración de quienes confeccionan la más lacerante forma de desprestigio social, los chistes.

Contar chistes de maricones no es un deporte exclusivo de los retrógrados. Seguro que cualquiera de nosotros sería capaz de recordar unos cuantos para partirse de risa. Quien crea que la batalla que libran los homosexuales para que nadie les trate como bichos raros o seres deformes es fácil y divertida está en un error. Han de remar contracorriente y afrontar circunstancias personales o contradicciones internas que en ocasiones resultan insoportables. La homofobia está a la orden del día en muchas empresas y tampoco es casualidad que el número de suicidios entre adolescentes gay duplique en número al de los jóvenes heterosexuales.

Con todo, Madrid es una isla de tolerancia en comparación con el miedo y la marginación que viven en numerosos pueblos y capitales de provincia. Más de un participante en la manifestación del sábado permaneció atento para evitar que los objetivos de las cámaras y los fotógrafos revelaran a sus familiares que llevan una doble vida. Nada de esto tiene ni puñetera gracia. Los homosexuales han logrado avances espectaculares en el reconocimiento de sus derechos, pero están muy lejos aún de alcanzar algo tan aparentemente elemental como es la normalidad y el respeto social. Y en eso las locas ayudan poco.

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