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MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL

En tren por la Sierra Madre

¡QUÉ PADRE ES la Sierra Madre! (¡qué bonita es la Sierra Madre!). Seguramente esta expresión tan mexicana coincide con la opinión de todo viajero que visita esta zona, todavía poco conocida. Situada al noroeste de México, fascinará a todo aquel que sea amante de una naturaleza espectacular, que te lleva desde un paisaje tropical hasta otro alpino, con bosques de abetos, prados verdes e impresionantes cascadas. También se la conoce como la sierra Tarahumara, por el pueblo indígena que la habita y que le da nombre. Los tarahumara o rámuri son famosos por su afición a correr y por practicar un curioso y ancestral deporte, mitad fútbol, mitad maratón, consistente en recorrer kilómetros durante días y noches pateando una pequeña pelota de madera. Aún hoy habitan en pequeños ranchos o en cuevas excavadas en la roca y se los puede ver en los pueblos de la zona vendiendo artesanía.

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Fútbol en versión tarahumara

Uno de los principales atractivos turísticos es el tren del Pacífico, conocido como Chepa, que atraviesa la sierra desde la localidad de Los Mochis (en la costa pacífica) hasta Chihuahua, a 700 kilómetros al noreste. Se dice que es uno de los viajes ferroviarios con mejores vistas del mundo.

Iniciamos el trayecto en El Fuerte, una preciosa ciudad colonial que te transporta a principios del siglo XVIII, por su atmósfera tranquila, sus calles empedradas y sus inmensas haciendas coloniales situadas alrededor de la plaza Mayor. Tuvimos el privilegio de alojarnos en una de ellas, inmensa y señorial, otrora lugar de fastuosas celebraciones y ceremonias en sus jardines. Disfrutamos de una paz y tranquilidad asombrosas... con algunas dosis de misterio.

A la mañana siguiente tomamos (aquí el tren no se coge) el Chepa y efectuamos una primera y breve parada en Divisadero, desde cuyo mirador se contempla la inmensidad de los cañones, de mayor profundidad que el Gran Cañón del Colorado. Las niñas tarahumara, junto a sus madres, venden sus productos a los viajeros. Quedamos prendados por la mirada de una pequeña que nos dejó a todos enternecidos y hechizados.

Nuestro trayecto finalizó en Creel, cuyo entorno bien merece una prolongada estancia. Montañas, bosques, cascadas y formaciones rocosas de formas caprichosas, como en el valle de las ranas, el de los hongos o el de los monjes, en los que nos perdimos durante días. Con todo, el tiempo nos supo a poco.

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Denisse Ruiz, coautora de la carta, con una niña tarahumara en Divisadero.
Denisse Ruiz, coautora de la carta, con una niña tarahumara en Divisadero.

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