_
_
_
_
Reportaje:Eurocopa 2004 | Portugal-Holanda, primera semifinal

Un alma sensible

Rui Costa asume su papel secundarioen el conjunto luso porque dice haber hallado "una fuerza interior que desconocía"

Rui Costa es un alma sensible que frecuenta los teatros de Lisboa con su esposa, Rute, y da largos paseos en solitario junto al océano Atlántico para compensar la saudade que siente cuando regresa al Milan, su equipo de los tres últimos años. Ama el fútbol sobre todas las cosas y se resiste heróicamente a ser apartado por los jóvenes talentos tanto en el club italiano (Kaká) como en la selección portuguesa (Deco). No es fácil para él, que ha sido, junto a Figo, el símbolo luso durante los últimos 12 años, comenzar ahora los partidos desde el banquillo que dirige ese hombretón rudo y desmesurado que es Luiz Felipe Scolari. Nada fácil, aunque parece haberlo superado, habida cuenta de su fabulosa media hora ante Inglaterra en los cuartos de final. "He descubierto una fuerza interior que desconocía", dice. Y dejó constancia de ello en el derechazo que astilló el palo de la portería de James, uno de los goles del campeonato.

"Nadie podrá herirme tanto como para pensar que no sirvo para esto. Amo el fútbol"
"Si tuviera que definir el cielo, imaginaría el mar. Voy solo a ver las olas. Me ayudan a pensar"
Más información
¿Quién ha mejorado más?
Figo: "No puedo agradar a todos"

"Sí, soy sensible. Ciertas cosas las noto más que los otros", confiesa el 10 lusitano, subido en la montaña rusa durante todo el torneo. Vapuleado tras una mala primera parte ante Grecia, que le condenó a la suplencia. Renacido ante Rusia con un tanto a última hora. Exaltado tras su golazo a Inglaterra. Hundido una vez más tras enviar un penalti a las nubes... Ésa ha sido la Eurocopa de Rui Costa. Ésa ha sido su carrera: "Nadie podrá herirme tanto como para pensar que no sirvo para esto. Amo el fútbol y quiero vivir todavía dentro de este universo maravilloso".

Lo ama desde que rompía a balonazos los cristales de la humilde casa familiar en Bamaia, un suburbio de Lisboa. O estaba con el balón en los pies o pegando tiros disfrazado de vaquero. Su padre, Vitor, y su madre, Manuela, discutían sobre su futuro. El fútbol eligió. Fue recogepelotas del Benfica, del que era y sigue siendo un fanático. Se quedaba en el estadio a que sus jugadores le firmaran autógrafos. Su preferido era Carlos Manuel, un volante de los años 60 y 70, su gran ídolo junto al francés Platini. Y le dolía cuando alguno le negaba la firma. De ahí que prometiera que él nunca rechazaría concederla. Lo ha cumplido. Benfiquista hasta la médula, su regreso al club más popular de Portugal se anuncia cada año. Sería cerrar el círculo. Allí empezó a jugar en 1991, cuando ganó el Mundial juvenil. Iba de suplente hasta que el titular, Paulo Peilar, se rompió una pierna. Y apareció él en todo su esplendor.

Marcó 13 goles en 78 partidos en el Benfica antes de emprender la aventura italiana en el Fiorentina, en el que no ganó títulos, pero sí dinero y amigos, sobre todo Batistuta, con quien tuvo una alquimia perfecta: su poesía en el toque se combinó muy bien con el espíritu depredador del argentino hasta que el club se desintegró. Huyeron las figuras y Rui Costa acabó en el Milan, en el que ha dado 44 pases de gol desde su llegada, en 2001, y ha contribuido a ganar la Copa de Europa en 2003 y la Liga en 2004.

"No soy culpable", proclamó tras la derrota ante Grecia del mismo modo que se quejó de que le responsabilizaran del fracaso en la Copa del Mundo de 2002. Siempre ha llevado mal las críticas. Le afectan mucho. Aunque ahora, a sus 32 años, parece sobrellevarlas. "Hay algo que me persigue", apunta en alusión al penalti fallado ante Inglaterra; "quizá sea un desgraciado, pero ahora me río de eso y ya no me condiciona. De haber justicia, el partido se habría acabado con mi gol. Habría sido el epílogo perfecto. En cambio, si Ricardo no hubiera parado el penalti, habría sido una tragedia. Mi vida es así".

Su vida está marcada por un apego muy intenso a su familia. Tiene dos hijos, Filipe y Hugo, a los que aconseja que no dejen de estudiar: "Ése fue mi gran error". Le preocupa el futuro de los jóvenes. Financia el torneo de juveniles de Postinha, el más importante de su país, que lleva su nombre. Su mujer sufrió un aborto al quinto mes de embarazo. Sus padres siguen viviendo en una modesta casa de Bamaia, aunque los invita de vez en cuando a Italia. El 10 siente saudade por ellos y por el mar: "Si tuviera que definir el cielo, imaginaría el mar. En Lisboa, voy solo a ver las olas. Me ayudan a pensar en mi vida y a relajarme".

Aseguran quienes le conocen que la fama no le ha cambiado. "Mucha gente me confunde con Figo o Paulo Sousa. No sé por qué. No nos parecemos en nada", bromea. Sigue siendo sencillo y comunicativo y comparte con Rute la pasión por los puzzles: "Lo confieso, soy un adicto al fútbol. Fuera de eso, sólo tengo tiempo para mi familia". Dice que su principal defecto es ser demasiado susceptible. No necesitaba serlo para darse cuenta de que la nacionalización del brasileño Deco le enviaría al banquillo. Así fue tras el fiasco inicial pese a las presiones de Figo. Rui Costa ha aceptado su papel de especialista para las segundas partes. De actor secundario. "Si juega Deco y yo no, no pasa nada. No quiero polémicas. Tras este torneo, seré más fuerte mentalmente", sentencia. Y tal vez menos sensible.

Rui Costa, en primer término, junto a Figo y Deco.
Rui Costa, en primer término, junto a Figo y Deco.ASSOCIATED PRESS

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_