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LA CRÓNICA
Columna
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El último servicio de Rafa Benítez

En el universo del fútbol todos los episodios son fugaces. Glorias, derrotas y aún bancarrotas se engarzan, suceden y renuevan como en un caleidoscopio incesante. La historia deportiva sólo prolonga, por lo general, el recuerdo de las victorias y personajes excepcionales, soslayando los trances menos felicitarios. Sin duda, Rafa Benítez será evocado como quien acaso ha sido: el más original y laureado de cuantos se han sucedido en el banquillo ché. Y eso le consta al Consejo de Administración del Valencia, que quisiera pasar cuanto antes este amargo cáliz que le ha supuesto el plante, espantada o venganza del entrenador, sin poder dar una explicación convincente del insólito suceso.

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Para no incurrir en juicios de intenciones nos limitaremos a considerar los hechos conocidos y las declaraciones constatadas. Y el hecho incontrovertible es que Benítez se marcha porque este Consejo o sus figuras estelares no han tenido voluntad, talento o gracia para retenerlo mediante propuestas persuasivas y novedosas, eso que en la jerga futbolera se denomina "un proyecto sólido" y que alude al rigor en la planificación del cuadro técnico y objetivos deportivos. En todo caso, si hubo tales propuestas, no se han divulgado, siendo así que contribuirían a exculpar a los directivos que hoy por hoy cualquier aficionado cambiaría en bloque por la continuidad del "mister", convertido en el principal activo de un Valencia saturado de figuras.

No es desdeñable la posibilidad de que la carencia del aludido proyecto y la misma falta de sintonía con el conjunto del consejo directivo hayan sido circunstancias aprovechadas por Benítez como coartada para salir del Club por la puerta grande, siendo así que a las mencionadas trabas se sumaba la precaria situación financiera de la entidad. Precaria o angustiosa, en el momento al menos de tomar esa decisión y antes de que se produjesen los sonados cambios en la composición de su accionariado. Cambios que se anuncian mientras redactamos estas líneas y que, presuntamente, comportan la consolidación de Bautista Soler como accionista hegemónico al tiempo que se amortiza a Francisco Roig como legendario cardo borriquero del club. Cor i força, pues, el bastión de Roig, ha sido fundido en moneda de curso legal, que de eso se trataba al fin y al cabo. Cuesta asimilar que este obstinado bucanero que es el ex presidente citado desmantele su artillería y deje vivir al adversario. Claro que todo tienen su precio y Paco no es un romántico, precisamente.

Por las razones que fuere, y algunas han quedado aquí apuntadas, la verdad es que este episodio que comentamos, decimos de Benítez, ha venido a certificar una vez más el déficit de liderazgo en la gestión del Valencia. Un vacío tanto más imponente cuanto más extraordinarias han sido las gestas deportivas. Se han conquistado altas cimas, pero en ningún momento a lo largo de este decenio último, se ha resuelto la relación de fuerzas en el seno del club, huérfano de un criterio seguro como el que otrora significó el de los gerentes Luis Colina o de Vicente Peris, referentes históricos en los que debió aleccionarse Manuel Llorente, el actual director general, en quien se condensa la ira de los aficionados y el recelo de algún consejero. Sus días parecen contados.

De presidentes no hablemos porque de Luis Casanova o Julio de Miguel, y de algún otro, tampoco se han hallado los sucesores. Habrá que seguir buscándo y todo indica que es el momento de apostar fuerte por el relevo generacional. La salida de Benitez puede significar paradojalmente la ocasión catártica, o la purga de Benito dicho a la pata llana, para remodelar a fondo el Consejo de Administración y sus ejecutivos, procedentes en su mayoría de la hornada 1994-1995 y de antes, incluso. Sería éste el último e impagable servicio del entrenador dimisionario, protagonista de la campaña del doblete, como se evocará la que acaba, y quizá de los sucesos que la completaron. El bueno de Albelda, que ha querido echarle una manita a la directiva, opinando lo que no le incumbía, ha de saber que callado está más guapo.

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