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FÓRUM DE BARCELONA | Observatorio
Columna
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Los límites del diálogo

Aunque sea impopular afirmarlo, no siempre hablando se entiende la gente y, en eso, es menester vacunarse contra las ingenuidades. Para que el diálogo político sea productivo deben existir algunos elementos básicos compartidos entre los dialogantes, de lo contrario se produce el colapso comunicativo.

Así, quienes profesan convicciones teocráticas no se pondrán nunca de acuerdo en temas de calado político con los defensores de las democracias laicas. Cuando el secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, se entrevistó con las autoridades talibanes para evitar la voladura de los budas de Bamiyán, en Afganistán, lo único que consiguió fue una suma de dos monólogos paralelos, sin punto de tangencia.

A Europa le costó siglos, y varias guerras de religión sangrientas, establecer el principio del Estado democrático laico, que hoy nos parece un principio político irrenunciable.

Hay que afirmar esta obviedad, recordando que hace 30 años España era una teocracia, regida por un Caudillo de España por la gracia de Dios, que entraba bajo palio en las iglesias, podía proponer ternas de obispos al Vaticano, y con altos eclesiásticos sentados en las poltronas de las Cortes y en las comisiones de censura.

Es bueno recordar tan ingrata realidad a los desmemoriados y a los jóvenes y reafirmar que la teocracia es intrínsecamente perversa (como dicen los curas) para la democracia. Y a partir de ahí podremos especular acerca de la vigencia de los versículos del Corán (IV, 38) que autorizan al marido a golpear a la esposa desobediente.

Parece que han existido sociedades islámicas en las que tal norma cayó en desuso, pero ello no obsta para que siga todavía estampada en el Corán.

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