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Reportaje:MÚSICA

Los años grandilocuentes

Cambios de ritmo impredecibles, solos de guitarra lisérgicos, órganos que aúllan y chirrían, influencias de los compositores clásicos, piezas que se prolongan a lo largo de toda una cara del vinilo. Las glorias y excesos del rock sinfónico o progresivo, aquel género pomposo y fascinante que marcó el desarrollo de la música popular durante al menos la primera mitad de los setenta, también invadieron -tímidamente- los dominios peninsulares. Se trata de una historia no demasiado conocida y casi nunca reivindicada, aunque ahora una feliz iniciativa del sello Dro permite rescatarla con los honores que merece. La publicación de 12 discos del añejo catálogo de Fonomusic, recuperados en preciosas ediciones de cartón, acerca de nuevo a las estanterías pequeñas joyas en bruto que firmaron Eduardo Bort, Ibio, Granada, Goma, Azahar, Pau Riba, Vega, Alfredo Carrión, un primerizo Hilario Camacho o los sevillanos Triana, casi los únicos triunfadores de aquella generación perdida.

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El hombre que impulsó y produjo casi todos aquellos álbumes era Gonzalo García Pelayo (Sevilla, 1947), un cazatalentos que suma 140 grabaciones en su historial, aunque hoy día es más conocido por su insólita (y demostrada) habilidad para romper la banca en los casinos de medio mundo. García Pelayo dirigió para Fonomusic la serie Gong, que logró concitar, desde 1974, a buena parte del rock más underground, desprejuiciado e iconoclasta que se practicaba por todo el país. El nombre de Gong era un homenaje a la primera banda de Gonzalo, una formación pionera (1967) que podría haber hecho historia de no ser por los problemas psiquiátricos que aquejaron a Mane, su innovador cantante y guitarrista.

"Éramos una pandilla de ególatras felices", rememora ahora, con amplia sonrisa, Gonzalo García Pelayo. "Por aquel entonces ya nos sabíamos de memoria a los Stones y a los Who, y pretendíamos seguir la senda de nuestros adorados Hendrix, Pink Floyd y Frank Zappa, pero añadiéndoles elementos autóctonos. Teníamos la autoestima tan alta que dimos por hecho que grupos como Yes o los Genesis de Peter Gabriel ya se habían quedado muy por debajo de nosotros...".

Antes de la colección de Gong, las enseñanzas del rock progresivo habían impregnado las grabaciones de Nuevos Tiempos, Smash o Máquina, el revolucionario Mundo demonio carne de Los Bravos (1970) y, sobre todo, la reformulación de las Cuatro estaciones de Vivaldi que Los Canarios bautizaron en 1974 con el título de Ciclos. "Efectivamente, algunos proveníamos entonces de la música pesada, o sea, lo contrario a la música ligera", bromea el compositor y hoy gestor cultural Alfredo Carrión, del que se reedita Los andares del alquimista (1976). Si Los Canarios se habían atrevido con Vivaldi, Carrión reinventaba -con la producción del mismo Teddy Bautista- el medieval Llibre vermell de la virgen de Montserrat. "Mi preocupación en este disco ha sido dirigirme a una mayoría, pero sin concesiones baratas", advertía pomposamente el autor en la solapa del vinilo. "Fueron años de eclosión creativa", rememora ahora Carrión, "aunque éramos tan sofisticados que casi nadie comprendía nada...".

La causa sinfónica española apenas se vio reconocida por el éxito, ciertamente. "En el fondo, nos gustaba ser minoritarios", tercia el guitarrista Salvador Domínguez, autor de una de las mejores historias sobre nuestra música jamás publicadas, Bienvenido Mr. Rock. "Incluso grabar con un sello convencional constituía un grave sacrilegio. Vivíamos en el eterno dilema de entre ser fiel a tus ideas o convertirte en un mero producto de consumo. Éramos unos estúpidos románticos...".

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de la progresía sonora sólo se granjearon la simpatía de Disco Exprés, la esforzada publicación en la que despuntaban Joaquín Luqui, Diego Manrique, Jesús Ordovás, Jordi Sierra i Fabra, Mariscal Romero o Ramón Trecet. Las nuevas ediciones de Dro permitirán hacer justicia a álbumes que apenas encontraron acomodo en unos pocos centenares de hogares. "Eran grupos extemporáneos hasta para su tiempo", exclama García Pelayo. Y recapitula: "Ibio [Cuevas de Altamira, 1978] logró conjugar hábilmente el lenguaje rockero con un espacio español, pero desapareció en cuestión de semanas. Granada

[España año 75, 1976] tenía encanto, aunque le faltó ese punto callejero que hizo grande a Triana. El Pau Riba de Licors era un hippy maravilloso, la Incredible String Band a la catalana. Y Vericuetos , de Gualberto García Pérez, es uno de los discos más hermosos y complejos que he producido nunca".

Pero, puestos a escoger, Gonzalo García Pelayo se queda con 14 de abril (1975), de Goma, como el título más asombroso de la colección. "Es un disco fantástico, nuevo, originalísimo. Esos silencios repentinos, esas subidas de volumen... El crítico que todavía soy lo sigue considerando una de las mejores obras de la historia", enfatiza. Y remacha: "Si tuviese mucho dinero, me daría el gustazo de reunir a aquellos seis músicos y volver a grabar el álbum con la tecnología actual, sonando del carajo...".

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