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Tribuna:POLÍTICA CULTURAL
Tribuna
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El IVAM: la calderilla que se nos escurre por el sofá

Dicen los medios que Consuelo Ciscar fue nombrada en su día secretaria autonómica para que no alcanzara la dirección del IVAM y que hoy se convierte en directora-gerente del mismo para que deje de ser secretaria autonómica. De esta doble negación gramatical sólo nos cabe destacar su paradójico proceso, pero nos otorga pocas pistas sobre la idoneidad o no de la decisión en términos de análisis de las políticas públicas. La política cultural valenciana nos ha demostrado con frecuencia que se mueve en un estilo que podríamos denominar "ocurrencial" en la definición de los objetivos y "culebrónico", en sus procesos de implementación, donde los golpes de guión son frecuentes, aparecen nuevos personajes, y éstos adoptan perfiles maniqueos, alternando entre héroes y villanos cuyas adscripciones parece que sólo pueden plantearse en términos de fobias y filias extremas. En principio no habría nada que objetar a esta dinámica vitalista y apasionada -y sin duda más divertida- de la gestión pública y de su interpretación y participación... a menos que afectara al calado democrático de la misma y/o a su eficacia y eficiencia en la persecución de fines colectivos.

Desde la perspectiva de la dimensión democrática, a pesar de las apreciaciones de nuestro amigo Pep Benlloch, es mejor que la directora sea Consuelo Ciscar que lo sea Kosme Barañano. No olvidemos que el IVAM no es sólo un museo sino que es el organismo que implementa la política pública de promoción y difusión del arte contemporáneo en la Comunidad Valenciana. Es frecuente en el ámbito de la política cultural fichar a gestores para que "desarrollen sus proyectos", como si éstos sólo tuvieran una dimensión artística. La diferencia entre Kosme Barañano y Consuelo Ciscar es que, como ciudadanos, podemos exigir responsabilidades a la segunda (la hemos elegido, directa o indirectamente), mientras que sobre el primero ni siquiera podemos poner objeciones a los más de 275.000 Euros (más de 48 millones de pesetas) que cobra al año según consta en los informes de la Sindicatura de Cuentas. Son demasiados los recursos públicos que ponemos en sus bolsillos y en sus manos para que la responsabilidad sólo sea artística. No olvidemos que el IVAM se lleva en términos presupuestarios casi el 20% de los recursos de la promoción cultural. Es decir, un quinto de la política cultural de este gobierno es el IVAM. Mi opinión es que la gestión cultural exige más política y no menos

Desde la perspectiva de la eficiencia de los procesos, no tenemos ninguna duda sobre las demostradas capacidades de Consuelo Ciscar para organizar y gestionar. Sin ninguna duda su currículo (a pesar de las dudas que a algunos les pueda suscitar las titulaciones caribeñas) y su inversión en capital relacional efectuada en los entresijos de la administración y en la gestión cultural, resultan mucho más adecuadas para la eficiencia que la cátedra de Historia del Arte de Barañano y sus estancias en Heidelberg Tampoco desde el punto de vista de la capacitación sobre el conocimiento del mundo artístico Ciscar, como ella misma se encarga de señalar, está peor que lo que estuvo Carmen Alborch cuando asumió la dirección

La dimensión más peliaguda de la cuestión sin duda radica en el análisis de eficacia, es decir, la adecuación entre los instrumentos y las finalidades perseguidas (colectivas, se entiende). Aquí, sin embargo, el problema principal tiene poco que ver con las características del gerente-director y más con un conjunto de supuestos falaces sobre los que se asienta el IVAM en particular y algunas otras instituciones de política cultural en general. Si no sucumbimos a los habituales consensos no demostrados, no nos cabe más remedio que constatar que resulta difícil defender que el IVAM haya tenido algún efecto (más que marginal) en la modificación de la sensibilidad del conjunto de la ciudadanía de la Comunidad Valenciana por la consideración y el reconocimiento del arte contemporáneo. Y ése era, según consta en la ley 9/1986, uno de sus objetivos principales. Tampoco ha tenido efectos notables en alguna de las otras dimensiones que se le supone a los proyectos museísticos desde que se inventó aquello del impacto económico de la cultura. El IVAM ni ha servido para regenerar urbanamente la zona donde se ubica, ni ha originado ninguna impronta especial en la articulación del sector del arte en la ciudad y mucho menos en el conjunto de la Comunidad Valenciana. Creo que nadie podría encontrar ningún rasgo diferencial del sector de las artes plásticas atribuible a la existencia del IVAM. Tampoco ha generado flujos de visitantes. Sólo cabe observar que mientras en el período 1999-2002 se han incrementado en un 24% el numero de viajeros a Valencia, decrece en un 19% los visitantes al IVAM.

Quizás cabría señalar un moderado efecto allá a mediados de los años 90 en el city-marketing, al otorgar una imagen de modernidad a una ciudad tradicionalmente huertana. Pero dicho efecto ha quedado amortizado por la proliferación de centros de arte contemporáneo en otras ciudades y por la aparición de otros elementos arquitectónicos en la ciudad que cumplen dicha función.

Es cierto que el IVAM supone una oferta de excelencia en al ámbito del arte contemporáneo a la que acceden más o menos unas 5.000 o 10.000 personas, especialmente profesionales liberales, de la comunidad universitaria, estudiantes de Bellas Artes, funcionarios y docentes, del área metropolitana de Valencia, con elevada formación y renta. Y es cierto que son precisamente esos beneficiarios los que constituyen el núcleo del movimiento Ciutadans per una Cultura Democràtica o el grupo Ex amics de l'IVAM

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Es también cierto que supone un excelente trampolín para sus gestores y trabajadores de alto nivel que capitalizan el prestigio y acceden a unos circuitos con elevados salarios y lo mismo se puede decir de unos pocos artistas, comisarios y críticos de arte. Es cierto también que cumple la función de un espacio relacional para las élites políticas y culturales. A pesar de todas esas certezas y quizás por algunas de ellas, no cabe más que constatar que el IVAM, con permiso de algún lugar común de la intellingentsia local, seguirá siendo (lo ha sido siempre), a pesar de Consuelo Ciscar, un instrumento de política cultural muy caro y muy ineficaz.

Si a todo esto les sumamos la sospechas de la escasa proclividad de Consuelo Ciscar por los procesos que traten de evaluar la política cultural, su limitada querencia por la moderación y la templanza, su renuencia a la participación y a la transparencia y su escaso interés por la dimensión democrática de la gestión cultural, nos lleva a aventurar que los tres euros que el IVAM nos cuesta por cabeza a cada uno de los valencianos seguirán siendo la calderilla que se nos escurre por las traseras de los sofás y hasta incluso puede que se conviertan en cuatro o cinco.

Pau Rausell Köster es miembro del área de investigación en Economía Aplicada a la Cultura en la Universitat de València.

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