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Columna
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Un pie y otro pie

El escritor francés Julien Gracq dice que las novelas de Stendhal fundan para sus verdaderos lectores "una segunda patria habitable, un refugio para los domingos de la vida". Suelo recordar a menudo estas palabras, mientras pienso que la vida y el calendario no nos proponen necesariamente los domingos en el mismo orden. Y que algo parecido sucede con la actualidad, que, o bien prescinde directamente de los festivos, o bien los coloca donde le viene en gana, y por eso resulta cada vez más difícil hacer y distinguir, en el tema o en el tono, las columnas dominicales de las de diario. Pero si hoy quiero recordar esta frase abiertamente es porque estamos en una especie de último domingo político. Se acabó el interregno; el tiempo blando de los equipajes y los planos. A partir de mañana empiezan la construcción y el viaje. A partir de mañana el nuevo Gobierno y la nueva oposición van a estar de servicio; en la obra pública.

Y me pregunto qué escritura le conviene a este último día político-festivo, cuál puede representarlo mejor; y enseguida pienso en Julio Cortázar. La inteligencia, la imaginación, el rigor formal y ético de sus libros son una compañía apreciable en cualquier circunstancia. Pero su literatura incluye otro ingrediente que se ajusta íntima y esencialmente a las expectativas de esta víspera política. La literatura de Julio Cortázar es esperanza bajo distintas formas: la más fiable de la lucidez; la más practicable de la ternura; la más sutil del humor. Todas son confianza y horizonte de cambio; y tentativas en esa dirección.

Si hay algo que identifica o resume el momento político actual es la idea de cambio. En el cambio se concentran mayormente las (des)atenciones. Y la llamada al diálogo es la expresión estrella, el título más solicitado para representar el compromiso, la exigencia o la confianza en ese cambio, de formas y sustancias, de nuestra vida pública. Cambio y diálogo son las palabras clave. Cambio con o por el diálogo. Da gusto pensarlo y es fácil decirlo. Pero para hacerlo serán necesarios, imprescindibles, algunos pasos previos. En primer lugar, devolverle a la palabra diálogo una definición inteligible, porque hoy por hoy lo menos que se puede decir es que no hay quien la reconozca, deformada como está (sobre todo en Euskadi) -hinchada o encogida o desmembrada- a fuerza de usarse de cualquier manera, de invocarse en vano o sólo en envoltorio; a fuerza de intentos por fijar unilateralmente su trayectoria o invertir la lógica de su desenlace; a golpe de expropiación forzosa o de apropiación monopolista. Para llegar al diálogo primero habrá que ponerse de acuerdo en la acepción, es decir, recuperar el territorio semántico perdido. Y después de recuperado, acostumbrarse a él. Reconvertir el pugilato o el artificio verbal en cultura (siembra y fruto) de la conversación.

Y así vuelvo a Cortázar, porque hay una gran cosecha conversacional en sus textos. En estas Instrucciones para subir una escalera, por ejemplo, que mentalmente voy adaptando a un diálogo político (sobre todo en Euskadi). Traduciendo peldaños por objetivos, singulares y sin embargo piezas de la misma estructura elevadora. Y pies, por interlocutores, de valor idéntico. Y el subir, al imprescindible equilibrio, a la armonía de lo común. Y la visión frontal, a la simple, transparente, sinceridad. "Las escaleras se suben de frente, escribe Cortázar. "Puesta en el peldaño esa parte del cuerpo que por abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente del otro lado (también llamada pie pero que no ha de confundirse con el pie antes citado) y llevándolo a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarlo en el segundo peldaño... Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie". Lo atiendo como un diálogo: sinceridad, claridad del propósito. Equilibrio en las voces. Un pie y otro pie, articuladamente; respeto rítmico. Progresiva elevación del conjunto. (El humor no consigo imaginárselo a nuestra vida pública, ni siquiera en domingo).

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