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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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Con piedra blanca

ESTO NO TIENE EL AIRE de acontecimiento histórico que rodeó la investidura de Felipe González -mayoría absoluta, primer Gobierno socialista tras la dictadura-, pero en la historia del socialismo español quedará marcado, como decían los abuelos, con piedra blanca. Después de todo, sobran los dedos de una mano para contar los presidentes del partido más antiguo -se cumplirán 125 años de su nacimiento el próximo 2 de mayo- que existe hoy en España: Largo Caballero y Negrín, al frente de Gobiernos de coalición, en plena Guerra Civil; González y Zapatero, en democracia.

Pero si no un acontecimiento histórico, es un Gobierno que hará historia. Si se compara la foto de 1982 con la que saldrá dentro de unos días, una clamorosa diferencia saltará a la vista: en aquél no había ni una sola mujer y en éste son nada menos que la mitad. ¿Tanto ha cambiado la sociedad española en estos 22 años? No, desde luego: aunque se haya progresado como nunca en el último cuarto de siglo, estamos aún socialmente lejos de la paridad. Por eso, más que reflejo de una situación, habría que ver en esta opción una voluntad de cambio en relación con la propia historia del PSOE, un partido en el que hasta 1982 no mandaban más que hombres y que se ofrece ahora como amplia avenida para el avance de las mujeres

Aquéllos, además de sólo hombres, eran ministros políticamente socializados en Madrid, presididos por dos sevillanos y con un injerto catalán. El de ahora será un Gobierno con presencia de políticos formados en la Administración del mayor número posible de comunidades autónomas. Y ahora sí, esta opción refleja el cambio más profundo experimentado en la configuración del Estado español durante las dos últimas décadas del siglo XX, y, a la vez, refuerza el difícil equilibrio entre las tendencias centrífugas, que buscan la independencia o separación, y la fuerza centrípeta sin la que no es pensable ningún Estado.

Más hacia dentro, hacia el partido, dos novedades destacan: en el 82, los ministros eran hombres del presidente y, como resultado, se produjo una especie de división del trabajo entre la dirección del Gobierno y la del partido. González dejó muy claro que quería tener las manos libres para confeccionar un Gobierno de su personal y exclusiva elección. El tipo de liderazgo consolidado en el congreso extraordinario de 1978 reforzó esta vinculación personal, dejando en manos de un vicepresidente único, aunque sin ministerio propio, el control del partido. Aquel sistema funcionó hasta final de los años ochenta, pero fue una ruina, y llevó al PSOE a un callejón sin salida, a medida que avanzaba la siguiente. Zapatero parece haber meditado sobre las razones de aquel bloqueo y ha preferido no dividir el trabajo ni ofrecer a nadie la opción de considerarse par ni segundo: los altos mandos del partido no ocupan posiciones de primera fila en el Gobierno y los altos mandos del Gobierno no las ocupan en el partido. Aquí no habrá bicefalia.

Y mirando ahora hacia atrás: con maneras suaves y como quien avanza sin pisar callos, Zapatero ha terminado por jubilar a la vieja guardia de la manera más inteligente posible: prescindiendo de personajes de elevada significación política, pero aprovechando a los de comprobada competencia en el Gobierno y la Administración. Como además ha incrustado a gente nueva en altas posiciones gubernamentales, ha resultado así un conjunto en el que nadie puede sentirse agraviado, y, sobre todo, en el que será difícil la formación de facciones disidentes, como le ocurrió a González con su propia ejecutiva, rota por la mitad desde 1990. Es, por tanto, un Gobierno que recompone, sin necesidad de alardes autoritarios, la quebrantada unidad del partido.

Nada de esto quiere decir que lo vaya a tener fácil. Por supuesto, el mensaje enviado a la sociedad, a los mercados y a los foros internacionales es el contrario del que la propaganda de sus adversarios, y un difuso sentir general, había extendido: que este PSOE carecía de equipos preparados para gobernar. Las áreas más sensibles, de Hacienda a Defensa, de Interior a Exteriores, están en buenas manos. Los problemas que se avecinan, relacionados con la presencia española en Irak en un momento realmente trágico y con las reivindicaciones que los partidos nacionalistas han tenido la mala educación de arrojar encima de la mesa sin esperar a la formación del Gobierno, requerirán todo el saber hacer de este nuevo equipo que, por lo pronto, abre la expectativa de que las cosas, cuando no se rompe radicalmente con el pasado pero tampoco se está atado por su herencia, siempre pueden ir a mejor.

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