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MATANZA EN MADRID | Las víctimas

FRANCISCO ANTONIO QUESADA BUENO / Su padre tuvo que dar el pésame a los amigos

Francisco tenía 44 años. Era administrativo en el Instituto de Comercio Exterior. La semana pasada le habían asignado un despacho nuevo. Le iban a ascender. Sus padres, Juan y Dolores, padecen del corazón y, después de esto, no saben si les va a dar para aguantar el golpe de perder un "fuera de serie", como le describe su padre.

"De pequeño era un bruto y se hacía muchas heridas", dice su hermana Mari Luz, quien recuerda que, cuando se peleaba con otros niños, era ella la que le aguantaba las gafas y el reloj. Francisco seguía llevando gafas. Y reloj, para llegar siempre puntual. Igual que el día que cogió el tren en Santa Eugenia con destino a su trabajo.

Francisco había rehecho su vida. Antes, convivió 15 años con Toñi, con quien compartía sus dos hijos, Sonia y Mario, de 8 y 11 años. Le encantaba meterse a jugar con ellos siempre que iban a una piscina.

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No paraba de hacer deporte. Jugó al fútbol sala, siempre de portero, y corría en un equipo ciclista de aficionados, el Rivas. Era el socio número 17. Sus compañeros han colocado un coulotte de homenaje junto a la estación de Santa Eugenia. El maillot del equipo es verde.

Estaba siempre riéndose y haciendo bromas. "A mí, cuando llevaba pendiente y el pelo largo, me llamaba gañán", dice su sobrino Miguel. Quienes le conocieron aseguran que era un gran hombre. Su propio padre, al ver cómo sufrían los amigos de su hijo en el entierro, tuvo que darles el pésame.

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Pepillo, su gran amigo de siempre, es bombero. El día de los atentados temblaba temiendo que entre los cadáveres sin identificar que recuperó estuviera el de Francisco. Se sintió aliviado cuando supo que no, porque no habría soportado tener que recoger el de su amigo.

Media vida eran sus hijos; la otra media, su madre. La llamaba a diario.-

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