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LA CRÓNICA | ELECCIONES 2004
Columna
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Lo que Aznar deja hecho

Soledad Gallego-Díaz

Hace mucho que José María Aznar es capaz de decir cosas terribles, sin la menor vacilación, como si no tuvieran importancia o fuera su derecho decirlas. Son cosas brutales, que quizás en el futuro no se atreva a decir ningún otro presidente del Gobierno. Ayer, en Sevilla, en un mitin de despedida ante un público cariñoso que le ovacionaba, en una ciudad que todavía llora la muerte del concejal Alberto Jiménez Becerril y de su esposa, asesinados por ETA en 1998, dijo que Carod Rovira había ido a hablar con ETA para decirle: "Sí, podéis ir a matar a Jiménez Becerril, podéis matar a Asun, pero no volváis a matar en Cataluña". La acusación sonó tan enorme que hasta su público pareció sentir un escalofrío. Aznar está manteniendo hasta el final una imagen de gran dureza: ni tan siquiera alaba a su sucesor, Mariano Rajoy, o pide el voto para él. No, Aznar pide el voto para el PP y para lo que deja hecho.

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La falta de referencias a Rajoy en el discurso de Aznar resulta rara, porque es evidente que el candidato del PP es "su candidato" y que le apoya al 100%. Y, sin embargo, el presidente del Gobierno no parece pedir el voto para una persona, un político concreto, sino para una idea: la suya propia. España, viene a decir, necesita esa idea y es el Partido Popular el que la representa.

Oyéndole no caben muchas dudas de que Aznar está muy orgulloso del PP y de que lo considera obra propia. El mitin de ayer era, quizás, el más propicio a esos recuerdos porque se celebraba en el mismo escenario en que fue proclamado secretario general del PP, hace 14 años. Pero aun así resultó sorprendente la continua referencia a su propia persona y a la mayoría de 2000: "Les pido el voto a quienes votaron en 2000. Quiero ganar y ganar bien, quiero una mayoría grande, arrolladora..."

Daba la impresión de que, para Aznar, quien se presenta el 14M a las elecciones es el partido, una organización, y no un candidato, Rajoy, un hombre que aspira a ser presidente del Gobierno y al que conoce muy bien porque ha trabajado a su lado durante ocho años. En prácticamente 40 minutos de discurso, Aznar nombró decenas de veces al Partido Popular y a sí mismo y ni una a su heredero y posible sucesor.

El todavía presidente del Gobierno dijo en Sevilla cosas muy curiosas. Por ejemplo, que comprende que entre los votantes populares de 2000 haya gente que ahora no le "pueda soportar" pero que, según él, no pueden "hacer pagar a España" ese enfado. Aznar está manejando en su despedida, una y otra vez, la misma línea maestra: la idea de España está asociada al PP y a su persona, les guste o no a los ciudadanos. Así que, por muy enfadados que puedan estar por determinadas circunstancias, no tienen más remedio que seguir apoyándole, a riesgo, nada menos, que de perjudicar a España.

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¿Que importancia puede tener en ese caso, viene a decir Aznar, que él parezca antipático? ¿Acaso alguien será tan frívolo como para ignorar esa hercúlea tarea que desarrolla sólo porque no le guste su bigote?, se interroga él mismo.

Y así, medio en serio, medio en broma, el presidente del Gobierno hace pasar un mensaje en el que se rehúsa cualquier duda, cualquier matiz o precisión, cualquier pregunta, como una debilidad.

Es el único presidente del Gobierno implicado en la guerra de Irak que jamás alude a esa decisión, ni tan siquiera para defenderla, como hace su colega británico, Tony Blair. Aznar parece haber hecho suyo en esta campaña el lema de Eugenio Montes, un conocido periodista de la época franquista: "Lo español no es lo refinado. España no refina". El presidente del Gobierno no se perdió ayer en Sevilla en refinamientos ni se anduvo con chiquitas: la llegada de los socialistas y de José Luis Rodríguez Zapatero al poder destruiría directamente el país. Incluso llegó a decir que el que tenga un hijo con trabajo se lo piense mucho antes de dejar de votar al PP.

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