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AUTOMOVILISMO | Gran Premio de Australia de fórmula 1
Columna
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La madre del V-10

En 1977, Renault, a la que la competición le ha tentado desde su nacimiento, decidió entrar en la fórmula 1. Para entonces, el motor Ford Cosworth de 3.000 cc V-8 llevaba una década -desde que debutara en un chasis Lotus conducido por Jim Clark- dominando de forma abrumadora el campeonato. Lo equipaban casi todas las escuderías, con la excepción, por supuesto, de Ferrari, que se mantenía fiel a los 12 cilindros en v y también de Brabham, que aquel año llevaba motores Alfa Romeo.

Renault optó por salirse del camino trillado y decidió aprovechar una posibilidad no explorada del reglamento que autorizaba los motores turboalimentados limitando su cilindrada a 1.500 cc. La idea fue literalmente tomada a guasa por los grandes equipos de la F-1 de aquellos años, pero el constructor francés se lanzó a los circuitos con un solo coche experimental conducido por el piloto probador de la casa, el francés Jean-Pierre Jabouille.

Aquel año rompió en casi todas las carreras y no consiguió ni un solo punto, pero ya empezó a dejar claro que, si se conseguía domesticar y fiabilizar, los casi 1.200 caballos de potencia que podía proporcionar iban a cambiar por completo el panorama de la F-1. Y esto fue lo que hizo la casa francesa. En 1978 acabó más carreras aunque la renta fueron tres solitarios puntos al final del campeonato. Al año siguiente ya eran dos los bólidos amarillos y llegó la primera victoria. Jabouille ganó nada menos que el Gran Premio de Francia. La revolución fue total. La década de los ochenta fue la de los motores turboalimentados. A la casa francesa se le sumaron los japoneses de Honda y los alemanes de Porsche y BMW. Renault nunca consiguió hacerse con el campeonato.

Cuando cambió la reglamentación y se cerró la puerta a los motores turboalimentados, la fábrica de Viry Chatillon decidió sacarse la espina y diseñó uno de los motores de más éxito de la F-1, optando también por una solución innovadora: ni ocho ni doce cilindos, sino diez. Este motor dominó los noventa sin casi oposición hasta que Renault decidió abandonar la competición.

Sin embargo, el gusanillo estaba ahí y un italiano de nombre Flavio Briatore se encargó de tentarles para que compraran el equipo Bennetton. Lo dotaron de un motor revolucionario, de ángulo muy abierto para bajar al máximo el centro de gravedad. Tuvo un éxito relativo, por lo que, para evitar problemas se decidió reconducirlo a un diseño más ortodoxo.

Todo el mundo dijo que esta temporada Renault padecería con un motor nuevo y poco probado. Ayer funcionó como un reloj. La casa francesa ha demostrado que el V-10 no tiene secretos para ellos, no en balde lo inventaron. Lástima que Ferrari, que amaba los V-12, los haga incluso mejores.

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