_
_
_
_
_
Reportaje:

Sonimag, la extinción silenciosa

El salón de la electrónica muere en silencio deglutido por la Funkausstelung de Berlín

La definitiva muerte de Sonimag, el salón ferial que fue el emblema de la electrónica de consumo, ha dejado en la memoria colectiva la huella de lo que pudo ser y no fue. El salón bienal, que ya en la edición de 2002 se pospuso y dejó de celebrarse al año siguiente, ha pasado a la historia sin apenas declaraciones oficiales de la Fira de Barcelona. En la práctica, su clausura se preludió ya en la edición de 2000, a la que no acudieron Philips y Panasonic, dos de sus históricos puntales.

La cita de la electrónica en Barcelona ha sido deglutida por la bienal de Berlín, la poderosa Funkausstelung, cuya pujanza también ha dejado en el camino otros cadáveres exquisitos, como los del Festival du Son de París y el Sim-Hifi Internacional de Milán. La política ferial de las multinacionales se decide lejos de Barcelona, y las grandes distribuidoras han encontrado su referente a Alemania.

De la Semana del Cine en Color emergió la idea de crear un salón de la imagen

En sus mejores tiempos, Sonimag contó con el apoyo de los fabricantes -desde Sony a Panasonic y Pioneer- y, como fruto de este respaldo, alcanzó su culmen. Se popularizó hasta convertirse en la gran feria a la que el público acudía para comprar el último modelo de cámara fotográfica o uno de los radiocasetes con los que Akio Morita, el mítico fundador de Sony, colonizó el planeta entero. En los sesenta triunfaron los radiotocadiscos y en los setenta entraron los ordenadores. Poco después se pusieron de moda los juegos de bolsillo y los mandos a distancia, y al finalizar los ochenta, los equipos de sonido para automóviles. En el momento de su máximo esplendor, Sonimag fue el escenario de la guerra por la hegemonía en el mercado del vídeo, que enfrentó a los sistemas Beta y VHS, y finalmente llegó la popularización del DVD.

Pero, por contradictorio que parezca, el impulso germinal de Sonimag no se produjo en las fábricas, sino en el mundo del arte, concretamente en el cine. Todo empezó cuando, apenas entrada la década de 1960, apareció en Barcelona el Manifiesto del color, el antecedente de la Semana del Cine en Color, que se celebraba en Montjuïc bajo el amparo reformista de los ministros del Opus Dei. A pesar de que en el texto del aquel documento "flotaba un toque teológico", según recuerda el catedrático de Comunicación Román Gubern, el manifiesto apostaba por la creación de un festival en el que la imagen en color sería la puerta de entrada de un cine de calidad, hasta entonces vetado al público español. Sus autores eran un grupo singular de cineastas, clérigos y críticos, entre los que se encontraban Fernando Lázaro, Xavier Coma, Juan Manuel Otero, Luis Guarner, Germán Lorente y Jordi Grau, entre otros, todos ellos habituales del Cine Club Monterols, auspiciado por la obra de Escrivá de Balaguer. Algunos de los citados estaban vinculados a la extinguida revista Cuadernos de Cine, publicada inevitablemente por Rialp, que quiso ser la réplica española de la exquisita Cahiers du Cinéma pero acabó embarrada en el lustre tecnocrático de los aperturistas. En vez de hablar de cine, Cuadernos, coetánea de Fotogramas, publicaba informes y monografías sobre la industria del sector.

Sin apenas proponérselo, el angosto perfil de la cultura de entonces acabó cruzándose con los anhelos de expansión económica. Fue un cruce natural y se produjo cuando, en el marco de un debate de la Semana del Cine en Color, emergió la idea de fundar en Barcelona una feria dedicada a la imagen. Sonimag nació así, como salón de la imagen que acogía cine, fotografía, óptica y televisión; a lo largo de los años, fue incorporando especialidades, algunas de las cuales acabaron separándose y fundando nuevos salones monográficos, como Expotrónica (equipos y componentes) y Sonimagfoto.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

El modelo ferial de visitantes y distribuidores fue el escaparate de los mejores emprendedores de la época, como Enric Masó, ex alcalde de Barcelona, que popularizó la televisión en color en España a través de la marca norteamericana Emerson-Kolster; Antoni Puntí, presidente de Pioneer España, que invadió el mercado con tocadiscos estereofónicos de la marca Vieta; Antonio Asensio (Antena 3); Domingo Jaumeandreu (Sony); Xavier Aznárez (Sanyo);Vicens Serra (Panasonic), y Joan Majó, ex ministro socialista y actual director de la Corporación Catalana de Radio y Televisión, que formó parte del comité organizador de Sonimag y apoyó al sector desde la Administración con la aplicación de los PEIN (planes de electrónica e informática).

Ahora, a pesar de que su cierre definitivo se justifica como la consecuencia de la pérdida de peso de la electrónica en Cataluña, los industriales del sector son conscientes de que no han sabido desanclar Sonimag. Y no han sabido hacerlo cuando más lo necesitaba: en un momento en que el auge de la tecnología digital difumina las fronteras entre las telecomunicaciones, la informática y la propia electrónica.

Hace apenas dos años empezó la silenciosa clausura del salón. Desde entonces, la misma Sony, peso pesado del sector y uno de los principales valedores de Sonimag, ha atribuido la suspensión al hecho de que "los consumidores pueden ver los nuevos productos en grandes superficies y hasta en establecimientos del barrio, sin necesidad de ir a Montjuïc", en palabras de uno de los primeros ejecutivos de la compañía japonesa.

Por su parte, Antoni Puntí abunda en la tesis que culpa a los distribuidores al explicar: "El salón se vio muy afectado cuando dejaron de existir los miles de botiguers que iban a la feria a comprar las novedades para surtir sus tiendas de barrio, mientras que, a cambio, aparecieron un centenar de cadenas de distribución europeas hacia las que miran los fabricantes".

Sonimag dio sus primeros pasos gracias al impulso de la holandesa Philips y la francesa Thomson, las auténticas perlas de la feria en la etapa fundacional. Después llegaron las japonesas, Sony, Sanyo y Matsushita, que habían apostado por Cataluña instalando factorías de auténtico valor añadido.Y más tarde, ya en los noventa, cuando el sureste asiático exportó a Europa los poderosos chebols coreanos, llegó Samsung -de estructura similar a la de sus homólogas Kia, Daevo y Hunday -, una empresa que, como se ha visto recientemente tras el anuncio de cierre en Palau Solità i Plegamans (Vallès Occidental), montó una simple maquila.

Salvo en casos muy visibles, como el de Sony (la factoría de la multinacional en Viladecavalls -Vallès Occidental- tiene un peso específico en Europa), el sector ha pasado de la división de honor en materia de investigación y desarrollo a las cadenas de ensamblaje.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_