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Columna
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El hombre discreto

La discreción con que Rodríguez Zapatero ha pasado por Alicante dice mucho de la afabilidad de su carácter, pero es dudoso que le sirva para ganar las próximas elecciones. Al menos, ésa es la impresión que obtiene un observador imparcial. También es, en buena medida, la que han mostrado los reporteros que acompañaron al candidato socialista y han escrito sobre su visita a la ciudad. A tenor de lo publicado por los periódicos los días pasados, Zapatero es un hombre bien recibido en todas partes, al que se escucha con respeto y atención. Sin embargo, es evidente que rara vez logra despertar el entusiasmo en sus oyentes. El tratamiento dado por los diarios al mitin de Alicante, relegado a las páginas interiores, corroboraría esa falta de interés.

Han afirmado los periódicos que el Partido Socialista desaprovechó, en Alicante, una excelente ocasión para divulgar sus propuestas electorales. Al escoger un pequeño polideportivo de barriada para celebrar la reunión, se redujo notablemente su impacto en la ciudad. Desde luego, faltó ese clima que hace del mitin una ocasión especial que percibe el ciudadano y mueve su curiosidad. Es posible que los mítines electorales ya no sirvan para ganar elecciones, como se afirma, pero al Partido Socialista no le habría sentado mal un poco de calor popular. Sobre todo porque, al refugiarse en un recinto para 1.500 personas, los socialistas revelaron una falta de confianza en sí mismos que han transmitido al resto de la sociedad.

Al repasar la intervención de Zapatero, en Alicante, un punto llama la atención: la dificultad del candidato socialista para manifestar unas consignas claras, comprensibles, efectivas, que calen en la población. Es admirable que Zapatero evite la demagogia en un momento de tensión como el que vive el país, y pretenda devolver la dignidad a la política. Nunca aplaudiríamos a un demagogo, que oculta sus intenciones para alcanzar su fin. Pero es probable que los electores agradecieran una mayor viveza en las propuestas del líder socialista, que las dotara de mayor verosimilitud. Cuando se pretende conquistar el poder, el aspirante está obligado a arriesgar más que el contrario si quiere tener éxito.

Es cierto que los argumentos expuestos por Zapatero, en el discurso de Alicante, fueron contundentes y, en mi opinión, estaban cargados de razón. La apropiación del Estado por parte del Partido Popular es indiscutible: cualquier persona, desprovista de prejuicios, la confirmaría sin reticencia. Durante la pasada legislatura, se ha hecho un uso partidista de la Justicia y de la fiscalidad. Se ha gobernado, con frecuencia, a favor de los amigos. El diálogo ha desaparecido de la política y nuestro sistema de libertades sufre un inquietante deterioro. Pues bien, estas actuaciones, todas ellas de suma gravedad, llegan debilitadas al ciudadano cuando las denuncia Rodríguez Zapatero.

Sea cual sea el juicio moral que nos merezca, la habilidad de José María Aznar ha colocado una y otra vez al Partido Socialista a la defensiva, sin que éste acierte a sacudirse la presión. En mi opinión, la continencia de Zapatero ha sido un inconveniente en este asunto, sin haber logrado que su moderación sea entendida por la mayoría de la sociedad. El resultado es que, mientras Carmen Alborch habla de introducir la ética en la política -cosa admirable-, Eduardo Zaplana le pone piso a José María Chiquillo y se merienda a Unión Valenciana.

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