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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tragedias de calendario

La fiesta del Sacrificio, señalada en rojo en el calendario musulmán, se tiñó una vez más de sangre. En el Kurdistán iraquí, dos terroristas suicidas asesinaron ayer a más de 50 personas e hirieron a otras 200 en sendos atentados contra las sedes de los dos principales partidos kurdos. En las cercanías de La Meca, Arabia Saudí, al menos 240 peregrinos perecieron en una avalancha humana similar a las producidas con espantosa regularidad en los mismos lugares y fechas.

Las dudas sobre si la intervención militar en Irak, de carácter preventivo, iba a provocar la derrota del terrorismo o su exacerbación se va decantando hacia la segunda opción. Simétricamente, las discusiones sobre si los actos de resistencia contra la ocupación militar del país tienen o no carácter terrorista también se decantan del lado afirmativo: puede que sean actos de resistencia, pero, desde luego, son actos terroristas, dirigidos con creciente frecuencia no contra un Estado local (inexistente), ni contra las fuerzas ocupantes, sino contra civiles desarmados. Que la motivación subjetiva sea nacionalista, religiosa o ambas cosas a la vez no cambia su naturaleza de actos de un fanatismo extremo, sin justificación posible.

A La Meca, en Arabia Saudí, llegan por estas fechas unos dos millones de fieles de más de un centenar de países dispuestos a cumplir el precepto de visitar la ciudad santa de Mahoma al menos una vez en la vida. El acontecimiento es tan importante que existe un ministerio saudí de Peregrinaciones, encargado de organizar esa masa humana; con escaso éxito. Casi todos los años se producen, por un motivo u otro, catástrofes horrorosas. Ha habido incendios, revueltas, aludes humanos. En 1990 perecieron asfixiados en una estampida producida en el interior de un túnel cerca de 1.500 personas. Es el hecho más grave del que hay memoria, pero en el mismo escenario de ayer, junto a la pasarela que conduce al lugar donde se realiza el rito de la lapidación del diablo, perdieron la vida 270 personas en 1994. En 1987 se contaron 402 víctimas.

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Las autoridades locales dicen que no pueden hacer más de lo que hacen, ya que 10.000 policías son desplegados para garantizar el orden y se invierten en distintas medidas de seguridad unos mil millones de euros cada año. Sin embargo, si cada año se repite la tragedia es evidente que son insuficientes. Tal vez haya llegado el momento de que la comunidad internacional presione (y ayude) a las autoridades saudíes para que éstas, de acuerdo con los líderes religiosos del islam, busquen fórmulas que permitan a los fieles cumplir el precepto de manera que no se produzca una concentración que es en sí misma una incitación a la tragedia.

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