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El compromiso de Cataluña con la paz

Cataluña es un país con vocación pacifista y tiene una gran oportunidad si la sabe aprovechar. Una vocación fruto de la evolución institucional, política y social del país. Y una oportunidad para proyectarse internacionalmente como país promotor de paz.

La suma de aspiraciones de autogobierno, por un lado, y la ausencia de una estructura de Estado, por el otro, ha permitido un desarrollo considerable de la Administración civil sin el componente de seguridad militar y defensa de los intereses nacionales habituales en los estados nación. En esta lógica civilista, en cambio, Cataluña tiene una tradición de confrontación democrática entre las diversas corrientes de intereses que ha evolucionado hacia una cultura política, siempre imperfecta pero, por lo menos, capaz de mantener diálogos, flexibilizar posiciones y construir consensos a pesar de las diferencias.

Esta cultura política, finalmente, ha estado acompañada -o fomentada- por una cultura cívica, autónoma de los partidos, en constante evolución, que en los últimos años ha desarrollado movilizaciones masivas en contra de la violencia y a favor del diálogo y de la paz, tanto en relación con el País Vasco como con Bosnia o Irak.

Podemos afirmar, pues, que el desarrollo institucional y la cultura política del país constituyen un marco favorable para acoger el creciente rechazo de la ciudadanía a la violencia y a los conflictos armados. El reto que tiene Cataluña es aprovechar este marco para incrementar la incidencia internacional.

Una de las oportunidades para incrementar esta incidencia viene dada por la evolución de la tipología de los conflictos armados a lo largo de las últimas décadas. La figura tradicional de ejércitos enfrentados, impulsados por sus respectivos estados, ha sido mayoritariamente reemplazada por conflictos armados intraestatales o, últimamente, por fenómenos como el terrorismo internacional, capaz de golpear en cualquier lugar del planeta. A medida que se multiplican los actores armados por fuera del marco de los estados nación, la rígida diplomacia oficial y tradicional se encuentra limitada y pobre en herramientas para resolver estos conflictos por sí misma. Ante esta situación la propia ONU -compuesta por estados y, por lo tanto, consciente de sus limitaciones- favorece la implicación de actores no estatales (ONG, centros universitarios, personalidades a título individual) para complementar la diplomacia tradicional con lo que se ha llamado diplomacia ciudadana o paralela, que explora posibilidades que los estados no pueden o no quieren abordar, que esta motivada por razones humanitarias y no por intereses de Estado y que, por lo tanto, tiene mayor facilidad y flexibilidad para conectar y construir puentes entre los diferentes actores enfrentados y puede estar más cercana a la sociedad civil.

La resolución de conflictos internacionales se sale, así, del ámbito restringido a los estados y abre las puertas a la participación de nuevos actores en el ámbito internacional. Se perfilan escenarios de alianzas innovadoras entre actores sociales e institucionales, entre instituciones no estatales e internacionales. Países pequeños -como Suecia, Noruega o Suiza- con una larga tradición de compromiso internacional con la paz han liderado el impulso hacia este nuevo tipo de alianzas y se han ganado un reconocimiento internacional por esta apuesta. Siguiendo este ejemplo, desde la Generalitat se puede promover una estrategia, una política nacional de paz que identifique y apoye actores sociales e institucionales propios y les ofrezca propuestas, herramientas y espacios de acción. Una política con capacidad de análisis internacional para identificar oportunidades de intervención. El compromiso con la paz se puede convertir, así, en un elemento distintivo de la proyección internacional de Cataluña.

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Kristian Herbolzheimer es investigador de la Escuela de Cultura de Paz de la UAB.

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