Nacionalismos enfrentados
Es habitual lamentar, ante la muchedumbre de libros dedicados a los nacionalismos catalán, vasco y gallego, la ausencia de estudios sobre el nacionalismo español. Y aunque siempre haya cierta exageración en lamentos que sólo ven desiertos, es verdad que no abundan: los debates sobre el ser de España y de los españoles, sobre España como o sin problema, que tantas energías consumieron a varias generaciones de intelectuales, dejaron el asunto prácticamente exhausto. Tanto lloraron nuestros ancestros sobre la anomalía de España que los inmediatos herederos de tal problemática hemos tendido más bien a ignorarla o darla por periclitada.
Actitud comprensible, pero que impedía conocer en sus términos exactos cómo se había planteado el problema y qué respuestas se habían dado, una situación que está cambiando a ojos vista. Ya son varios los estudios que han indagado en la derrotada tradición liberal del nacionalismo español, en la fascista de unidad de destino y en la triunfante del nacionalcatolicismo. A ellos hay que sumar esta importante investigación que habla de España contra España -lo que podría evocar el viejo mito de las dos Españas-, pero que trata en realidad de la lucha entablada en el interior de una de ellas entre dos nacionalismos enfrentados: el fascista y el nacionalcatólico.
CATECISMO PATRIÓTICO ESPAÑOL
Menéndez-Reigada
Prólogo de Hilari Raguer
Península. Barcelona, 2003
92 páginas. 10 euros
ESPAÑA CONTRA ESPAÑA. LOS NACIONALISMOS FRANQUISTAS
Ismael Saz
Marcial Pons. Madrid, 2003
441 páginas. 22 euros
Ismael Saz parte de una manifestación con antorchas en Valencia, para desmenuzar de inmediato los orígenes culturales del fascismo en España. Cierto, el nacionalismo de que hicieron gala las generaciones de 1898 y de 1914 proporcionó abundantes materiales para la reconstrucción fascista posterior de los Giménez Caballero, Ramiro Ledesma o Primo de Rivera. Pero que facilitara materiales no quiere decir que aquellos esforzados pensadores de España fueran pre ni protofascistas. Sencillamente, como recuerda el autor, su legado fue leído, sin que ellos dieran permiso, en clave fascista por unas gentes que saltaron al debate público en torno a 1930.
Este primer nacionalismo fascista se agostó antes de florecer. Hubo la guerra y hubo que partir de nuevo a la conquista de la nación. Y de tal empresa brota otro fascismo, que no es la misma ave resurgida de sus cenizas, sino un pajarraco obediente al mando militar e impregnado de fe católica. Tanto, que si no fuera por las luchas entre sus facciones sería complicado establecer en aquel magma diferencias sustantivas. Las hubo, sin embargo: en el interior de Falange, entre los radicales fascistas y los acomodaticios franquistas, entre Serrano y Arrese; y luego, cuando la primera década del régimen agonizaba, entre los derrotados de 1942 -Ridruejo, Laín, Tovar- y la élite rampante de los Calvo Serer, Pérez Embid y otros compañeros de religión.
No fueron dos combates
equiparables, ni fue el segundo repetición del primero. Lo que se jugaba en 1941-1942 era la construcción de un Estado fascista, batalla perdida ante la potente coalición militar/clerical. Pero aquella meta estaba ya fuera del horizonte de las luchas de los años cincuenta. Por supuesto, nunca se enfrentaron presuntos liberales contra nacionalcatólicos: si alguna puntilla quedaba por asestar al invento de la Falange liberal, Ismael Saz se encarga con toda precisión de la tarea. En realidad, de lo que se trataba era de imponer una memoria del pasado y de controlar la política cultural. Y aquel grupo que había soñado España a la vera del Arlanzón, como escribió Laín, fracasó de nuevo y fue Ridruejo quien se encargó otra vez del epitafio: el nacionalismo fascista, o lo que de él quedara, dobló la cerviz ante el triunfo del nacionalcatolicismo.
Del que es buena prueba este Catecismo patriótico español, compendio de creencias de tiempos no tan lejanos, cuando en las escuelas se enseñaba la obediencia al "Estado totalitario cristiano" y se definía como enemigos de España al liberalismo, la democracia, el judaísmo, su aliada la masonería, su hijo natural el capitalismo, su heredero directo el marxismo y un parásito que crece cuando la nación se debilita, el separatismo. No habría que volver a su lectura con fáciles sarcasmos, pues no es el alimento de este catecismo una "alfalfa nacional-sindicalista para los borregos de Franco", como afirma el prologuista, sino doctrina católica impartida por los curas a los niños españoles durante más de veinte años.
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