"Sin nuestra aportación no se hubieran reunido telas de importantes artistas"
El mecenazgo cultural merece en Europa tratos muy diferentes. Si en el Reino Unido está bien visto y se protege el coleccionismo o el poder pagar parte de los impuestos invirtiendo en mecenazgo, entre los latinos esa posibilidad aparece como una argucia que sólo favorece a los ricos que, si dedican dinero a la música, artes plásticas o arquitectura, es sólo porque eso les permite hacerse publicidad al tiempo que reducen el total de sus obligaciones fiscales. Pero la suspicacia latina remite, como lo prueba el hecho de que Francia haya aprobado una nueva ley de mecenazgo, que amplía la de 1987. Bernard Arnault, presidente y director general del grupo LVMH (siglas de la marroquinería de Louis Vuitton, del champán Moët Chandon, del coñac Hennessy y marcas como Dior, Loewe, Sephora, Lacroix, Kenzo, Guerlain, Ruinart, Dom Perignon, Drug, Berluti, Givenchy, etcétera), líder mundial en el sector del lujo, mecenas con una larga trayectoria detrás.
PREGUNTA. Ahora las sociedades francesas podrán deducir el 60% del total de sus donaciones a favor de una obra de interés general de la base imponible, siempre y cuando este porcentaje no supere el 0,5% del volumen de negocios del grupo. ¿Cómo hay que valorar esta posibilidad?
RESPUESTA. La nueva ley demuestra la voluntad del Gobierno y del titular de la cartera de Cultura de asociar las empresas al desarrollo cultural. Hasta ahora, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en Estados Unidos, en Francia ha faltado esa incitación fiscal dirigida a las sociedades.
P. Durante el proceso de elaboración de la nueva ley, ¿ha sido usted consultado?
R. He hablado en diversas oportunidades con Jean Jacques Aillagon, ministro de Cultura. Hoy los museos franceses, que poseen colecciones magníficas, tienen dificultades para ampliarlas. Su presupuesto de funcionamiento es muy alto y apenas disponen de dinero para adquirir nuevas obras. Por ejemplo, la gran exposición Gauguin que ahora patrocinamos en el Grand Palais presenta una gran tela cedida por el museo de Boston. Se trata de una obra que salió de Francia, que fue vendida después de la II Guerra Mundial. Es un patrimonio que hubiera podido permanecer en el país de existir una ley de mecenazgo.
P. ¿Qué medidas existentes en otros países le gustaría que también se aplicasen en Francia?
R. En el Reino Unido, para evitar la dispersión de las colecciones, se permite que los herederos no paguen derechos de sucesión sobre las mismas siempre y cuando no las vendan y dejen su visita en condiciones negociadas. En Francia, en la medida en que la transmisión de la obra de arte paga al Estado, hace que a menudo los hijos no dispongan de dinero para conservarla, y eso ha facilitado la dispersión del patrimonio nacional. En Estados Unidos, la deducción fiscal cuando donas a un museo es inmediata o puedes abonar anticipadamente tus impuestos cediendo obra o realizando determinadas inversiones.
P. Su grupo lleva más de diez años con una política de mecenazgo. ¿De qué operaciones está más satisfecho?
R. Sin duda de la gran exposición que organizamos en Versalles sobre Mesas
Reales, no sólo por la calidad de lo presentado y por su carácter excepcional sino también por lo que significó, es decir, la restauración de varias salas del palacio y su puesta al día en materia de confort y seguridad. Pero también estoy muy contento de nuestra gran exposición anual, en 2003 dedicada a Gauguin, el año anterior a la relación entre Matisse y Picasso. Sin nuestra aportación nunca se hubieran podido reunir todas esas telas. El coste de los seguros es cada vez más disuasivo. Y pienso que también hemos hecho un buen trabajo en materia musical, invitando cada año a más de mil estudiantes a escuchar a grandes figuras como Maurizio Pollini o Mstislav Rostropóvich, o prestando nuestros tres violines Stradivarius a músicos jóvenes que empiezan, como era en su momento Maxim Vengerov o es ahora Tatiana Vassilieva. También participamos en operaciones como el año de China en Francia y de Francia en China.
P. La marca LVMH se asocia hoy a la creación de edificios
singulares.
R. Resulta obligado para una sociedad que tiene en la creatividad a uno de sus valores fundamentales procurar que su presencia en la ciudad también responda a ese criterio. En Nueva York, nuestra sede es un rascacielos de Christian de Portzamparc, convertido en una referencia arquitectónica mundial. En Japón, los edificios que albergan la sede de la marca o las tiendas Loewe, Fendi o Donna Karan en el barrio de Aoyama son obras de gran valor que, además, atraen al público por lo que el grupo propone. En París, arquitectos como Sajima, Kuma o Aoki no pueden disponer de la libertad de que gozan en Tokio. Aquí casi todo está clasificado, es monumento o es parte de un conjunto monumental. Por eso la nueva sede parisiense de LVMH será una obra de arte de interiorismo, de Wilmotte, con paredes encargadas a videocreadores. Y lo que vale para los edificios administrativos o las tiendas, vale para las fábricas. Las que tenemos en España o ante el monte Saint Michel son bellas y discretas.
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