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Por una crítica institucional del arte

En el curso de las transformaciones que sufre la cultura contemporánea pueden hallarse muchos fenómenos que urge analizar -su progresiva mercantilización, su carácter transversal, su perfil urbano- pero la exigencia quizá más inmediata sea aquella que obliga a acentuar el análisis de los contextos de la cultura más que su propia naturaleza interna. Hoy la cultura ya no puede ser examinada como un objeto puro, bajo la suposición de que su interés reside exclusivamente en su valor estético sino que es imprescindible reconsiderar también a la totalidad del contexto en el que ésta se realiza; es decir, debemos repensar los roles sociales y económicos que desempeña la cultura para entender mejor sus propios mecanismos de producción, para deducir su talante político y para calibrar su calado entre el público. Este proceso de revisión del entorno es absolutamente crucial para entender lo que se exhibe en el centro de la cultura, y, con esta perspectiva, queremos proponer ahora una mención especial con la crítica del arte, en tanto que al ser tradicionalmente concebida como un instrumento mediador entre los valores intrínsecos de las obras y su recepción exterior, podría ilustrar a la perfección la viabilidad de estas nuevas exigencias.

Recientemente la Asociación Catalana de Críticos de Arte celebró su 25º aniversario con un ciclo de conferencias y debates en el que, a deducir por los títulos de las intervenciones, se acentuó el análisis de los avatares locales de la crítica de arte, su relación con otros menesteres académicos como la Historia, su estrecha vinculación con el fenómeno de las exposiciones y, claro está, sus mecanismos de poder para dictaminar los índices de valores en su área específica. Todo el programa parece completo y de una gran corrección pero, a nuestro entender, la ocasión era propicia para abordar también la necesaria conversión de la disciplina en una crítica institucional orientada, como venimos sugiriendo, al examen del entorno general de la producción y difusión del arte. La crítica institucional viene formulándose desde distintos sectores y con distinta amplitud de miras; para acotarla lo mejor posible puede ser útil distinguirla de la teoría institucional, según la cual todos los agentes que intervienen en el mundo del arte (obra, artista, museo, crítico, etcétera) sólo pueden definirse a partir de sus mutuas relaciones y dependencias. Esta perspectiva es ciertamente operativa, pero en realidad sólo nos dirige hacia un conocimiento más exhaustivo del propio mundo del arte como institución, y lo que nosotros veníamos reclamando es precisamente una visión distinta, donde aquello que se evalúa es la acción de esa misma institución; es decir, donde lo verdaderamente importante ya no consiste en aclarar qué es el arte, sino cuestiones de apariencia más prosaica como dónde se presenta, quién lo exhibe, para qué públicos, con qué finalidad, en qué momento y con qué tipo de recursos. Al fin y al cabo se trata de añadir, a la pretensión tradicional de la crítica de anatomizar las obras para desentrañar su valor intrínseco, el esfuerzo de reconstruir el proceso que subyace a la aparición pública del arte hasta poner al descubierto, con el correspondiente juicio, su función social y económica, es decir, su dimensión institucional en el sentido más elemental de la expresión. Las consecuencias de un análisis de este tipo son numerosas; con una crítica institucional no sólo quedaría explícita la pluralidad de posibles utilizaciones de la cultura -no es gratuito que hoy sea una de las carteras más apetecibles entre la clase política- sino que distintos elementos de ese vasto perímetro del arte -curadores, programaciones, público- pasarían a ocupar un primer plano.

En el contexto de lo que acontece en nuestra ciudad, una crítica institucional tal como la hemos resumido aquí permite, en primer lugar y para aplicarlo de un modo urgente, reconocer y evaluar el perfil de distintos centros; así, por ejemplo, y sin mencionar aquellos que continúan programando con un exceso de arbitrariedad, más atentos a las ofertas y a los modismos que a la coherencia con unos supuestos propósitos, el CCCB continúa ejerciendo con acierto su función de cobijo para un sin-fín de iniciativas dispares que caracterizan el background cultural de la ciudad, el Macba viene desarrollando la más inequívoca programación concebida en sí misma como un instrumento de cultura crítica con una transparencia ejemplar, mientras que el recién renovado CASM parece buscar un espacio propio donde se dé prioridad a la exhibición, producción y discusión del arte contemporáneo en sí mismo, cual territorio específico sin necesidad de declinar hacia territorios difusos. Lo importante pues, desde la crítica institucional, es analizar cómo se utiliza en cada caso la cultura, es decir, si cada una de estas funciones es suficientemente relevante y si los centros implicados cumplen sus propias expectativas de un modo eficaz. En segundo lugar, y como una extensión natural de lo que acabamos de mencionar, la crítica institucional es también la que ha de permitirnos contextualizar cada evento en el marco de unas dinámicas programáticas y de una política cultural determinada que, al fin y al cabo, conceden o no interés y credibilidad a cada proyecto. Es en esta perspectiva que ha de interpretarse y juzgarse el gesto de dar cobertura a un proyecto tan dispar como el BAC IV en el CCCB, o la producción de las magníficas exposiciones de Adrian Pipper o Dias&Riedweg en el Macba o, para seguir con los mismos ejemplos, la presentación pública de distintos espacios expositivos o de la labor de artistas becados por el Departamento de Cultura en el CASM. En los tres contextos de acción se ofrecen detalles de interés, pero eso no es lo relevante. La cuestión a plantear desde el prisma de una crítica institucional es si la ciudad necesita de agentes que cumplan esos roles distintos, si los cumplen con acierto y si se esfuerzan lo necesario para dirigirse con rigor a sus públicos respectivos, cuando no a crearlos si ello es necesario.

Martí Peran es profesor de Historia del Arte en la Universidad de Barcelona.

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