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Reportaje:CIENCIA FICCIÓN

Viajes en el tiempo y documentos históricos

CASTELGARD... UNA ENIGMÁTICA PALABRA, pronunciada momentos antes de expirar. El vagabundo hallado en pleno desierto de Nuevo México, exánime, con incisiones de arma blanca y cuyo examen médico ha desvelado desconcertantes defectos de origen genético, constituye sólo la primera pieza de un complejo rompecabezas que empieza a articularse. Lejos de allí, al otro lado del Atlántico, un equipo de arqueólogos acaba de descubrir un fabuloso emplazamiento medieval: las ruinas del castillo de La Roque, así como un monasterio y diversas estructuras en la cercana villa de Castelgard... Mientras el profesor Edward Johnston, arqueólogo jefe de la expedición, se encuentra de visita en la sede de la ITC (International Technology Corporation), principal benefactor del proyecto, su equipo descubre una cámara secreta en el monasterio de Castelgard, que ha permanecido sellada durante más de 600 años. En su interior, dos desconcertantes objetos, una lente bifocal y un documento fechado el 2 de abril de 1357, con la firma del profesor Johnston, elevan el clímax hasta límites insospechados... Éste es, a grandes rasgos, el argumento inicial de Timeline (2003), filme dirigido por Richard Donner y recientemente estrenado en Estados Unidos. La trama se basa en la novela Rescate en el tiempo: 1999-1357 (1999), del escritor Michael Crichton (autor de otras novelas, como Parque Jurásico, Congo, Esfera o La amenaza de Andrómeda). Ordenadores moleculares, agujeros de gusano, teletransporte... El futuro tecnológico que muestra sigue su progreso exponencial, imparable, haciendo realidad algunas de las ideas que, en mayor o menor medida, han sido propuestas en las últimas décadas.

Uno de los aspectos científicos que ilustra el filme, de rabiosa actualidad a raíz de la polémica desatada en torno al ya famoso mapa de Vinland, es el de la datación radiactiva de documentos antiguos mediante el isótopo de carbono-14. Esta técnica permite datar objetos de origen biológico de hasta 50.000 años de antigüedad. Así, puede ser utilizado para datar no sólo huesos (no los de dinosaurio, que son mucho más antiguos), sino utensilios de madera, vestidos, fibras..., vestigios de la actividad humana en épocas relativamente recientes. El isótopo de carbono-14 es radiactivo: su vida media (tiempo que tardan la mitad de los átomos de una muestra en desintegrarse) es de 5.700 años. Los isótopos de carbono-14 se crean por colisión entre rayos cósmicos energéticos y átomos de nitrógeno presentes en la atmósfera terrestre. Dichos átomos de carbono-14 se combinan con oxígeno para formar dióxido de carbono, que es absorbido por las plantas de forma natural, pasando a través de la cadena alimentaria a humanos y animales. Así, la proporción de átomos de carbono-14 sobre el número de átomos del isótopo más abundante, el carbono-12, es aproximadamente igual para plantas y animales (y constante a lo largo de su vida, excepto en dilatadísimos periodos de huelga de hambre). Comparando el cociente carbono-14/carbono-12 de una muestra, respecto al valor conocido para los organismos vivos, puede establecerse su antigüedad. Muestras más antiguas pueden datarse con técnicas idénticas, pero utilizando isótopos de vida media más larga (como el uranio-238, el torio-232 o el rubidio-87).

El presunto documento cartográfico sobre América más antiguo del mundo, el mapa de Vinland, fue datado con dicha técnica: en 1995, los químicos Graham Harbottle y Douglas Donahue, de la Universidad de Arizona, y Jacqueline Olin, de la Smithsonian Institution, obtuvieron un fragmento del pergamino (guardado en la Universidad de Yale) para su datación con carbono-14. El análisis cifraba su origen hacia el año 1434, con un error de sólo 11 años. Por el contrario, la tinta utilizada en el manuscrito tiene un origen mucho más cuestionado: estudios preliminares han permitido hallar un componente, el dióxido de titanio, que por lo visto no empezó a usarse hasta 1920... No obstante, algunos expertos han argumentado que las trazas de titanio halladas en la tinta podrían ser resultado de un proceso de contaminación desarrollado a lo largo de siglos... En cuanto al documento del profesor Johnston que describe el filme Timeline, sólo nos resta esbozar una conjetura final: si el arqueólogo, precavido, se hubiera llevado papel y tinta del presente (dudamos que, al ser capturado en el castillo y durante su frenética huida, tuviera tiempo de hacerse con papel y tinta de la época), la datación radiactiva del manuscrito permitiría establecer su antigüedad hacia 1357. Pero, ¿qué ocurriría con la tinta? ¿No contendría componentes químicos de la tecnología del siglo XX? O lo que es lo mismo, ¿no será el mapa de Vinland un curioso legado de un viajero del tiempo?

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