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Columna
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Optimismo

Quizá porque Cataluña no participó en la Reconquista, o intervino por encargo y de mala gana, o porque siempre ha sido una comunidad dedicada al comercio, nada gusta tanto a los catalanes de raigambre o de adopción como la negociación, el arreglo y el cambalache. Como el ancestral vendedor de bazar oriental que se siente defraudado cuando el comprador accede a pagar sin regateo el primer precio, al catalán no le gustan los resultados fáciles en el terreno en que se siente seguro y competente. Por la misma razón procura no pisar terrenos que no conoce, o aquellos en los que se siente en inferioridad de condiciones. En cambio está tranquilo y a gusto ante un interlocutor cuando conoce sus fuerzas y limitaciones y sabe que el interlocutor también conoce las propias: las cartas en la manga son útiles al tahúr, pero molestan al jugador profesional, porque interfieren en su estrategia. En Cataluña hay excelentes abogados que casi nunca se ponen la toga, porque todo lo arreglan sin salir del despacho. En Cataluña la literatura amorosa de corte clásico es lacónica e insustancial si se la compara con la exuberancia de las capitulaciones matrimoniales, donde se conjugan con delicadeza de orfebre los sentimientos con el mercantilismo. Como a todo ser humano, al catalán le gusta la charla relajada y el compadreo, pero disfruta cuando las vicisitudes de la relación social obligan a la armonía de los contrarios: de inmediato cada uno se esfuerza por minimizar su posición respecto de cualquier cosa y adopta sin reservas el punto de vista del contrario, con lo que suele producirse el enfrentamiento que se quería evitar, pero con los papeles cambiados. En las discusiones el catalán está dispuesto a dar la razón a quien le lleva la contra, a condición de que pueda hacerlo antes de escuchar los argumentos del adversario, porque no se trata de ceder, sino de demostrar una actitud conciliadora. ¿Esto es Jauja? Ca. Como el resto del mundo, el catalán no es inmune a la intransigencia ni a la obcecación ni al combustible tóxico del resentimiento. Todo puede pasar. Pero uno tiende al optimismo, y en víspera de fechas navideñas quisiera ver en el pacto tripartito un remedo del que hicieron en su día Melchor, Gaspar y Baltasar.

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