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Columna
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José Ricardo Morales

En 1915, cuando tenía un año, vino a vivir a Valencia con sus padres, que también eran valencianos. Tiempo después, coincidieron en su vida la universidad y la república, y descubrió por entonces su vocación teatral de la mano de su amigo y maestro Max Aub. Cuando García Lorca fue asesinado y cuando la mayoría de los miembros del teatro de la Barraca, que él inspirara, murieron en la guerra civil, en Valencia quedó el Búho, el otro gran movimiento teatral republicano, y allí estaba él, que pronto tuvo que ir al campo de batalla. Tiempo después, tras el final de la guerra, se exilió en Francia y llegó a Chile en 1939, país donde construyó el resto de su vida, largo y fructífero, vinculado al teatro pero también a las artes plásticas, a la docencia universitaria, y a la actividad editorial.

Recién llegado a América conoce a Margarita Xirgu, que no dudó en representar la obra que este joven valenciano le había ofrecido leer: El embustero en su enredo. La actriz que había logrado que Valle-Inclán y García Lorca escribieran para ella, tuvo en él a su último hijo predilecto. Y se estrenó su obra en Buenos Aires en 1944, el año en que Borges publicó El Aleph.

Ya desde los años cuarenta su producción teatral fue anticipadora del teatro del absurdo y de otras tentativas de este arte sagrado y antiguo. Fue por entonces cuando descubrió Isla Negra, y allí empezó a pasar los veranos. Poco después tuvo de vecino a Pablo Neruda, del que fue muy amigo. Neruda, que logró llevar a América a dos mil exiliados en el barco Winnipeg, entre ellos al entonces joven dramaturgo valenciano.

No olvidaba, sin embargo, España. Vino alguna vez, y el viernes pasado habló en Valencia de su vida y de su literatura. Recordó antiguas verdades esenciales. La primera de todas: que el escritor es siempre un desterrado. Porque su única tierra firme es su obra. Que la extrañeza es el pan de cada día y que toda literatura es subversiva. Frente al poder y frente a la técnica que se olvida del humanismo. Se llama José Ricardo Morales, joven de ochenta y ocho años. De verbo nítido y mirada transparente.

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