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España, gran escuela para los polacos

Adam Michnik

La primera visita oficial a España del presidente de Polonia, Aleksander Kwasniewski, es una buena ocasión para hacer un balance de lo que ha aprendido Polonia de la experiencia española.

Aleksander Kwasniewski conoce España y siente un gran respeto por ella. Recuerdo que hace diez años participamos juntos en un seminario en San Sebastián y aprovechamos la oportunidad para intercambiar opiniones sobre la transición española y la extraordinaria posición conquistada por España en la Unión Europea. Hoy Polonia se prepara para entrar en las estructuras de la Europa comunitaria y, juntamente con España, participará en la creación del orden comunitario. Desde hace muchos años España y su realidad ocupan un lugar muy importante en las reflexiones polacas. En los tiempos del franquismo buscábamos la respuesta a la pregunta sobre la esencia de la dictadura. El ejemplo de la dictadura franquista, nacida de una sangrienta guerra civil, nos hacía pensar que las dictaduras siempre tienen partidarios, porque siempre satisfacen las necesidades de determinados grupos sociales. A nosotros nos intrigaba mucho el hecho de que los mismos círculos que entregaron a Polonia a Stalin después de 1945 toleraban también la dictadura del general Franco. Y descubrimos que la lógica de la guerra fría hacía aceptables las dictaduras a los dos lados del muro de Berlín.

Estudiamos la realidad española para aprender cómo había que luchar contra la dictadura, cómo había que actuar para debilitar su presión. Y con mucho interés seguimos las acciones de los círculos universitarios y literarios que poco a poco fueron consiguiendo la autonomía, la forma en que la cultura independiente española se enfrentaba a la censura; la manera en que, dentro de los sindicatos del régimen, empezaron a funcionar células de los sindicatos independientes, Comisiones Obreras; la evolución de la Iglesia católica española hacia posiciones de defensa de los derechos humanos y de las libertades democráticas.

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Observamos también con mucha atención cómo se llenaba de vida la "zona gris", el espacio que existía entre lo que era legal desde el punto de vista de la dictadura y lo que era castigado por el régimen, lo que sucedía en ese extraño espacio que hay entre las tijeras del censor y la orden de detención policial.

Observamos igualmente los procesos que se producían en la élite del poder franquista, una élite que buscaba cada vez con más insistencia la manera de aflojar el corsé para emprender la evolución hacia las instituciones democráticas.

Pensábamos también en las consecuencias de las presiones internacionales y de la apertura de las fronteras ante el turismo, cada vez más intenso, y las inversiones extranjeras, cada vez más potentes.

Pero lo que más nos fascinó fue la vía aplicada en España para conseguir el cambio de régimen, para instaurar la democracia, la vía de las negociaciones y del entendimiento. Se aplicó la filosofía de la reconciliación para impedir una nueva guerra civil. Cuando analizamos los resultados de las primeras elecciones libres, después de la muerte de Franco, constatamos que los españoles seguían siendo fieles a sus ideas conservadoras o izquierdistas, pero habían decidido que ante todo seguirían viviendo en un Estado común y no volverían a matarse.

Con admiración acogimos la sabiduría y la flexibilidad de los líderes de las formaciones posfranquistas y también la sensatez y moderación de los representantes de la tradicional oposición democrática antifranquista. Nos causó enorme impresión el hecho de que, los enemigos de ayer, supiesen llegar a compromisos en los asuntos más importantes: las instituciones democráticas, la estabilización política y las reformas económicas indispensables.

En 1989 leí una entrevista con Felipe González que, interrogado sobre el modelo español de transición democrática, respondió con asombro: "Ese tal modelo no existe". González se comportó como Cristóbal Colón, que tampoco sabía que había descubierto América.

Nosotros tratamos de copiar el modelo español en Polonia. Nuestro país también fue cambiando sobre la base de las negociaciones y los compromisos, sobre el acuerdo relacionado con difíciles reformas y con la ayuda de una preocupación común por la estabilidad de las instituciones democráticas. Iniciamos juntos, las fuerzas democráticas, el andar tenaz hacia la Alianza Atlántica y la Unión Europea.

Hoy, durante la visita del presidente polaco a España, se puede anticipar la opinión de que los últimos catorce años de la historia de Polonia han sido un periodo de enormes cambios finalizados con un gran éxito. Y esa opinión no significa que menosprecie los problemas de Polonia o los peligros que se ciernen sobre España. Nuestros países se enfrentan a nuevos retos y tendremos que responder a la pregunta sobre el papel de la violencia en el mundo contemporáneo y los métodos a aplicar para contrarrestar ese fenómeno. Tenemos que reflexionar sobre cómo reaccionar ante el nuevo populismo, esa gran amenaza para las instituciones democráticas. Tenemos que reflexionar también sobre las medidas a adoptar para combatir la corrupción, ese elemento negativo que aumenta su presencia también en las sociedades democráticas.

Alguna vez pensamos que todos esos problemas serían resueltos de manera automática por la democracia. Aleksander Kwasniewski me contó cierta vez cómo, en 1989, participando en España en una conferencia internacional, prometió a sus amigos españoles que Polonia realizaría una gran transformación, pero al mismo tiempo les dijo: "Ahora bien, como aquí en España todo es estupendo, os pido que no cambiéis casi nada".

Hoy, tanto Aleksander Kwasniewski como todos nosotros sabemos que la etapa de los cambios sigue abierta y que es muy posible que ese rasgo singular de Europa sea uno de sus principales atractivos.

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