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Entrevista:TRINIDAD JIMÉNEZ | Concejal socialista del Ayuntamiento de Madrid | TALENTOS CON ÉXITO

"Que nadie me toque el pelo de la ropa"

Juan Cruz

En la cara de Trinidad Jiménez (Málaga, 1962) aparecen sucesivamente muchos semblantes. Cuando la vemos es como si un huracán de melancolía hubiera cruzado su rostro. Y entonces sus labios se tornan pálidos, como ensimismados. Es el rostro que tuvo el 25 de mayo, cuando apareció para reconocer que había perdido la alcaldía de Madrid. Su infancia fue el mar; ése es el olor que siempre la ha mantenido risueña. Pero afirma: "No permito que nadie me toque el pelo de la ropa".

Pregunta. ¿Cómo asume usted la derrota del 25 de mayo?

Respuesta. Ese mismo día lo asumí con una gran desilusión y tristeza. Lo sentía como un fracaso personal. Como partido, alcanzar el 37% de los votos no resultaba un fracaso. Pero la derrota la viví como una cuestión personal.

"El hecho de que el gran elemento de debate político en torno a Trinidad Jiménez fuera una chaqueta era bastante frustrante"
"El fracaso del 25 de mayo lo viví como una derrota personal. Quizás porque había puesto todo el corazón en ese objetivo"

P

. ¿No es mucho decir que una derrota política es un fracaso personal?

R. Esa noche no podía evitar tener un sentimiento de derrota personal, quizás porque había puesto todo el corazón en ese objetivo. Que era un objetivo difícil. En las elecciones de 2000 el PP había sacado un 56% de respaldo ciudadano en Madrid. Así que la situación era complicada. Y, a pesar de eso, mi sentimiento fue de derrota personal. Por eso cuando iba a hacer el discurso de aceptación de la derrota mi única obsesión era no perder la dignidad. Con el propio Gallardón hablé de esto. Él me dijo: "No te lo tomes personalmente. No digas nunca que has perdido las elecciones. No las has ganado. La oposición no pierde, pierde el Gobierno". Pero para mí eso son eufemismos.

P. ¿Lloró?

R

. No. No lloré esa noche, ni lloré en ningún momento de esas dos semanas siguientes. Ahora tengo más acentuado un sentimiento de tristeza. Creo que es debido a todo lo que ha ocurrido en la Comunidad. Me siento avergonzada de que hayamos podido tener en nuestras filas a dos personas capaces de violentar la voluntad popular. Aparte de la vergüenza personal y la asunción de responsabilidad que me compete como dirigente de mi partido, me avergüenzo por la situación de descrédito de la política.

P. ¿Cree que es lo más grosero de la política que ha vivido?

R. Sin ninguna duda. Yo llevo veinte años haciendo política. He vivido momentos de mucha intensidad. Pero nunca he visto un descrédito tan grande y una alteración de las reglas del juego democrático tan fuerte como la que he vivido en las últimas semanas. Es la terrible sensación de que la política está contaminada y viciada.

P. Hubo personas en su partido que no creían que usted debía ser la candidata. ¿Le dolió eso más que el fracaso posterior?

R. No me sentí afectada personalmente por las críticas que se manifestaron dentro de mi partido. Me parece legítimo que otros también aspiraran a esa candidatura. Para mí forma parte de la competencia leal que tiene que haber dentro de los partidos. Y muchas personas expresaban esa reticencia y tendrían sus razones. Comprendía que hubiera discrepancias. Me duelen cuando son ataques de carácter personal; me gusta que me digan las cosas a la cara, dentro del respeto.

P. ¿Le tuvieron respeto?

R. No. Me perdieron respeto. Tengo que decirlo así.

P. ¿Cómo lo vive?

R. Nunca suelo utilizar estos argumentos, pero tengo que decir lo que siento y quiero decirlo. La falta de respeto en general hacia las mujeres en política es muy evidente. Es la que pone en cuestión nuestra capacidad y nuestra entrega, el compromiso que se le supone a los varones. No nos dan ningún margen. No nos dan nada por supuesto. No nos perdonan absolutamente nada. Al contrario, parece que tenemos que invertir toda la carga de la prueba. Tenemos que demostrar permanentemente que estamos en condiciones de asumir una responsabilidad. Algo que, insisto, a los varones se les da por supuesto. Y eso es duro.

P. Ante esa actitud, ¿con qué sentimiento responde, con el orgullo o con el rencor?

R. Creo que con ninguno de los dos. Si me tengo que poner al lado de alguna cualidad o alguna característica, es el orgullo. Yo no permito la ofensa. Y las personas que me conocen lo saben muy bien. No permito que nadie me toque un pelo de la ropa. Y no tiene que ver con una actitud agresiva por mi parte. No tengo que alterar el tono de mi voz, ni cambiar mi gesto. Tengo que responder con contundencia. Pero yo creo que las personas que me conocen, que me rodean, que han tenido la oportunidad de convivir políticamente conmigo, saben perfectamente que conmigo, tonterías las mínimas.

P. Es curioso que haya dicho lo del pelo de la ropa. Durante la campaña ¿se habló de su ropa porque había que magnificar algún detalle que pudiera convertirse en eje de la campaña?

R. Yo me sentía incomodísima con la polémica. Después de llevar tantísimos años en la política, y presentando un programa de gobierno municipal, que el gran elemento de discusión y de debate político en torno a Trinidad Jiménez fuera una chaqueta, una prenda de vestir, era bastante frustrante para mí. Pero eso es un gesto más, una demostración más del poco crédito que se nos da a las mujeres que hacemos política. Yo nunca he visto que cuando se forma un gabinete de ministros comenten que si ellos llevan el pelo más o menos cortado, o llevan un traje de un color u otro.

P. ¿Fue el momento más duro de su vida, la derrota?

R. No. Sabía que podía ganar o que podía perder. He tenido, desde el punto de vista personal, momentos más duros. Aquí era una competencia. Competir para ganar es competir para ofrecer un proyecto político. Mi desilusión y mi frustración eran más en términos de no haber conseguido llevar a cabo la posibilidad de conducir un proyecto colectivo. No era tanto en términos personales.

P. ¿Cómo fue su conversación con Gallardón la noche de la derrota?

R. Por mi parte fue fría. Y por su parte fue correcta. Y amable. Mi fortaleza emocional se limitó a felicitarlo.

P. ¿Y cómo fue la conversación con Rodríguez Zapatero?

R. No sé si él trataba más de consolarme a mí que yo a él. Él no lo necesitaba, porque él es un hombre con mucha fortaleza. Pero yo me sentía, tengo que decirlo, como si le hubiera fallado.

P. ¿La política es toda su vida?

R. No toda, pero sí grandísima parte de mi vida. Cuando era niña leí un libro de Michel Foucault, La microfísica del

poder, en el que decía que la política se desarrolla en círculos concéntricos que van desde el poder del Estado hasta la relación de pareja. Así entiendo yo la política. No dejo de tener actitudes políticas en cualquier gesto de mi vida cotidiana.

P. ¿Y ha afectado a su vida personal esa implicación tan fuerte en la política?

R. Bueno, yo estuve casada y me divorcié. Cuando me divorcié no me dedicaba con tanta intensidad a la política como me dedico ahora; por lo tanto, yo creo que las causas y las razones de las rupturas de pareja no tienen que ver con el tener una mayor o menor actividad política. Quizás lo que sí siento es que mi dedicación tan intensa me impide a veces poder desarrollar una relación de pareja en toda su integridad. Surgen por eso grietas a las que debo prestar más atención. Y ahora, que tengo un perfil público más acentuado, no me siento libre de salir a la calle con el hombre que yo quiero. Sobre todo si él no quiere esa relevancia pública.

P. ¿Está pensando ya en alguien en concreto?

R. No. (Risas) Además no lo diría.

P. ¿Cómo alivia usted las crisis?

R. Las alivio siempre en soledad. Soy muy poco comunicativa en los momentos de crisis. Tengo una imagen muy expresiva, pero los momentos de crisis me los reservo para mí.

P. ¿Y cómo va a salir de la crisis su partido?

R. Teniendo bien claro que un partido político no es un instrumento en sí mismo. Y no es patrimonio de nadie, ni siquiera de sus militantes. Ésa es la única idea que se puede tener para poder enfrentar una crisis de esta envergadura.

P. ¿Se parece su estado de ánimo actual al de este país ahora?

R. Yo creo que sí. A veces he tenido la tentación de decir que he perdido la sonrisa. Que en mi caso me define muy bien. Es un estado de ánimo de una cierta desilusión.

Contrastes anglosajones

De esta mujer siempre se ha destacado su sonrisa. Es así como llega. Después ocupa su lugar en la mesa y entonces mira fijamente a su interlocutor, entrecerrando los ojos, y su semblante se va adecuando a lo que dice. Hay un instante en que te olvidas de la primera vez que sonrió, porque fue la última. Con la seriedad en el rostro, nos dicta algo que le conforta; considera que la prensa española ha dejado que Aznar y su Gobierno se vayan de rositas en el caso de la guerra. "Por eso", dice, "ahora envidio más que nunca a la prensa anglosajona y norteamericana, capaz de informar con rigor y de ejercer un control sobre sus Gobiernos. Han dado un ejemplo extraordinario de control sobre las posibles mentiras que sus administraciones dijeron para justificar la guerra. También envidio a los jueces, y sobre todo la actitud del juez Hutton, afirmando que los límites de la investigación (sobre el caso Kelly) los marca él. Para mí, eso es no tener miedo a la verdad, algo que debe estar grabado en el código genético de un político. Y envidio a la clase política británica, capaz de poner contra las cuerdas a Blair... Cómo contrasta todo eso con la actitud de los dirigentes del PP en la Asamblea de Madrid".

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