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Crítica:EL CANTE DE LAS MINAS | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'Bodas de sangre' y el homenaje a Gades

La obra elegida para homenajear a Antonio Gades fue Bodas de sangre, en su versión coreografiada para la Compañía Andaluza de Danza, que dirige José Antonio. Es la versión de los orígenes, la misma que Gades bailó muchos años y que Saura llevó al cine. Las obras maestras no se tocan, están ahí para siempre como clásicos que sirven de referencia. Bodas de sangre lo es indiscutiblemente, la primera en que el genio de Gades se manifestó en plenitud sobre la adaptación del texto lorquiano que hiciera Alfredo Mañas.

Ni que decir tiene que la interpretación de la CAD fue excelente pese a las dificultades de un escenario no adecuado para la danza. No se puede contar mejor con una economía de medios que llega al ascetismo. Y esa secuencia ralentizada del duelo a muerte, que siempre nos causa asombro y que es un hito en la historia de la danza española. Raúl Gómez y Miguel A. Corbacho la desarrollan con admirable sentido estético, perfectamente poseídos por la soberana belleza del trance. Ana María Bueno en el personaje de la madre, Ana María Moya en el de la novia y el resto de los intérpretes actúan con el rigor y el sentido de quienes lo han hecho buen número de veces.

José Antonio recogió en nombre de Gades los símbolos externos del homenaje, y leyó un comunicado suyo en el que lamentaba no poder venir. Pensaba hacerlo y visitar "al hombre de alma minera", su amigo Paco Rabal, "que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero...". No ha venido porque los médicos no se lo permitieron, pero el público del festival manifestó con cálidos aplausos respeto y admiración hacia el bailarín.

En la primera parte actuó Gerardo Núñez en formación de trío, junto a Pablo Martín al contrabajo y cepillo a la percusión. Un trío ya con experiencia larga y, por descontado, de brillante eficacia. Núñez es uno de los grandes -de los más grandes, diría yo- guitarristas que tiene actualmente el flamenco. Su música es compleja, con frecuencia espectacular, de considerable dificultad interpretativa. Singularmente cuando aprieta el acelerador y se lanza a tumba abierta con velocidad endemoniada por el laberinto de las bulerías y otros sones rítmicos.

Le queda siempre el sentimiento jondo, su enorme flamencura. Ahí está, como ejemplo de oro, ese toque por soleá que hizo en solitario, realmente soberbio. Gerardo Núñez y sus acompañantes realizaron una espléndida exhibición de sus facultades para dar a la música flamenca toda la intensidad que exige en determinados momentos, pero también ternura, delicadeza.

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