_
_
_
_
_
EL DEBATE SOBRE EL ESTADO DE LA NACIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una despedida poco brillante

Soledad Gallego-Díaz

El de ayer no fue probablemente el debate parlamentario que más le hubiera gustado a José María Aznar para su despedida. En lugar de una sesión triunfal, casi de homenaje a un presidente del Gobierno que se retira voluntariamente después de dos legislaturas, el último debate sobre el estado de la nación al que asistía Aznar se convirtió en una especie de requisitoria de la oposición en la que reiteradamente se puso en duda su palabra y se le acusó de manipular la verdad y de cobijar la mentira como instrumento político habitual.

El secretario general del Partido Socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, que en teoría acudía al debate debilitado por el escándalo de la Comunidad de Madrid, se empleó a fondo para mantener esa idea: el presidente del Gobierno y su partido han mentido y mienten porque creen que para gobernar "vale todo". "Así llegó usted al Gobierno -dijo Zapatero- y así se marcha usted de él, con el todo vale como lema". "Rodeado de mentiras", insistió.

Más información
Aznar y Zapatero se acusan de amparar la corrupción en la 'trama de Madrid'

El líder de la oposición pidió por activa y por pasiva al presidente del Gobierno que comprometiera su palabra en que nadie del PP ha tenido algo que ver en la traición de dos diputados socialistas madrileños. Aznar le reprochó utilizar un ventilador y querer trasladar las culpas del PSOE a otro partido, pero quedó patente que en ningún momento llegaba a aceptar ese compromiso en nombre de los populares.

Al abrirse la sesión, pareció que José María Aznar había diseñado su último debate sobre el estado de la nación como una mezcla de dos capítulos. El primero era lógico: un juicio satisfecho sobre su balance como presidente del Gobierno durante dos legislaturas. El segundo, un poco más extraño: se trataba de dejar claro que gobernará "hasta el último día", que disolverá el Parlamento "a primeros de año" para celebrar las elecciones en marzo y que las líneas básicas del programa de su sucesor en el Partido Popular ya están decididas. El discurso de despedida se convirtió así en el discurso de apertura de la nueva campaña electoral. Aznar desgranó su intervención, algo más breve de lo esperado, con un tono de moderación, como ya es habitual en él, dejando los momentos más duros para la primera y segunda réplica.

El debate no se desarrolló, sin embargo, de acuerdo con este guión. Por extrañas circunstancias, sin duda no deseadas por ninguno de los dos, el protagonista no fue ayer Aznar sino Rodríguez Zapatero. Muchos asistentes tenían más curiosidad por ver si el dirigente socialista era capaz de superar el compromiso que por escuchar la despedida parlamentaria de Aznar. En la tribuna de público aparecieron incluso dos invitados poco frecuentes: los socialistas Pasqual Maragall y Marcelino Iglesias, presidente de Aragón. "Vienen a dar apoyo moral a Zapatero", explicaban en voz baja algunos diputados socialistas del PSOE.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Rodríguez Zapatero se esforzó en responder a esa expectación y desde las primeras frases de su discurso se notó que el tono iba a ser inusitadamente duro y que giraría en torno a la credibilidad del presidente del Gobierno. Las razones que dio Aznar para apoyar la invasión de Irak (la existencia de unas armas de destrucción masiva que ahora no aparecen) se convirtieron en la primera prueba de esa manipulación, sobre todo porque, según el jefe de la oposición, Aznar disponía de informes propios muy ambiguos en ese sentido. Zapatero no dijo palabra, sin embargo, sobre el envío de tropas españolas a Irak

Las repetidas acusaciones de mentir debieron hacer mella en el presidente del Gobierno, pero Aznar intentó enfocar sus réplicas en otra dirección. Pasó sobre ascuas por el tema de Irak, asegurando que las armas químicas y bacteriológicas "terminarán apareciendo". (En cualquier caso al presidente del Gobierno español no parece preocuparle que pase mucho tiempo antes de que se encuentren, puesto que él no se presenta a las próximas elecciones, al contrario que su colega británico Tony Blair). Aznar mantuvo incluso que se limitó a reproducir lo que decían los informes de los inspectores de la ONU, explicación que fue abucheada por los diputados socialistas. "O nos está llamando tontos a nosotros o se lo llama a los parlamentarios norteamericanos y británicos que también tuvieron esos informes de los inspectores y que, sin embargo, ahora exigen explicaciones a sus respectivos Gobiernos", protestaron después en los pasillos algunos diputados socialistas.

Dividido entre la necesidad de defender su mandato y de lanzar la nueva campaña electoral, José María Aznar hizo lo posible por huir de los escenarios que le planteaba Zapatero y buscar otros más propicios. Los encontró en la economía, campo al que recurrió una y otra vez para mostrarse satisfecho de lo logrado y para advertir a los electores de futuros peligros si llegan a votar al PSOE. La economía y la defensa cerrada de la Constitución (el PP no aceptará ni la menor modificación, anunció Aznar) se perfilan así como los grandes ejes de la campaña del sucesor del líder popular. Rodrigo Rato y Mariano Rajoy, presentes en el hemiciclo, fueron casi más fotografiados que el propio Aznar al sentarse juntos en el banco azul.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_