Falsa quietud
Pertenece Juan Domínguez (Valladolid, 1964) a la segunda generación de la nueva danza española. Su trabajo junto a Blanca Calvo le ha dado reputación de seriedad y de manejar varios registros dentro de las tendencias contemporáneas. Su propuesta individual ahora se aleja conscientemente de cualquier forma de baile para entrar de lleno en el terreno de la antidanza y la performance.
Irónico, con detalles de humor mordaz, Domínguez relata desde una falsa quietud un sinnúmero de movimientos y de acciones posibles. Con el uso de un grafismo bastante elemental y de la palabra escrita como conductor, el personaje nos desvela sus frustraciones, sus fantasías (sexuales y de las otras), sus proyectos y sus gestiones burocráticas en busca de una subvención. En realidad él mismo es el príncipe Sigfrido a que alude su relato gráfico (constantemente se habla de los temas musicales de El lago de los cisnes, pero no se escuchan jamás). Sigfrido es una víctima paroxismal de la seducción de Odille (el cisne negro y representación del mal). Odille debe ser conjurada por Juan / Sigfrido para llegar a la luz blanca y redentora del final, donde el hombre, más vencido que otra cosa, desaparece tras el paso por la vejez.
Todos los buenos espías tienen mi edad
Dirección: Juan Domínguez; asistente artístico: Cuqui Jerez; maquillaje y efectos especiales: Pedro de Diego e Irene Puchi. Ciclo Procesos coreográficos. La Casa Encendida, Madrid. 24 de junio.
Subvertir en canon espectacular y someterlo a la manifiesta dictadura de los procesos es lo que hace Domínguez; el asunto no es nuevo, ni siquiera ajeno a esa performance activa de los últimos años, que roza, de un lado, la instalación visual y, de otro, a los bisnietos espurios del happening. Lo más gratificador es ver la Casa Encendida llena de público joven.
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