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Columna
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Bio-Bac

Por si alguien lo había olvidado, en una economía de mercado los enfermos, por muy malitos que estén, también son clientes. Hay enfermedades diabólicas, pero lamentablemente raras, es decir, sin la suficiente clientela como para que los laboratorios farmacéuticos consideren rentable buscarles curación. Y lo contrario: enfermedades como la malaria, que cuenta con una numerosa clientela africana, fiel como pocas, pero que por desgracia no puede adquirir la medicina que la cura y tiene que conformarse con masticar aspirina infantil, ineficaz, pero mucho más económica. Y con sabor a fresa.

En España los enfermos de cáncer, sida, hepatitis o artrosis tomaban Bio-Bac, una medicina patentada por un particular, que a unos les aliviaba los síntomas y a otros sencillamente los curaba. Quizás incumplía alguna norma comercial, no lo sé; el caso es que un buen día el Ministerio de Sanidad la retiró, y decretó que eso del Bio-Bac era un cuento. De nada sirvió el testimonio de los interesados asegurando lo contrario, ni sus conmovedoras súplicas pidiendo las dosis que mitigaban su dolor. La situación era tan desesperada que, si no recuerdo mal, un comando de enfermos asaltó el almacén donde la Guardia Civil había confiscado las partidas del Bio-Bac para hacerse con unos cuantos frascos. En fin, un episodio esperpéntico que sería cómico, acorde con la seriedad del país, si no estuviera en juego el sufrimiento de las personas. Ahora vuelve a hablarse del asunto porque un grupo de estos enfermos se ha encerrado en una parroquia de Granada para pedir al Ministerio que autorice el uso de este producto.

Que el Ministerio haya retirado un complejo proteínico que no sólo es inocuo sino que alivia, real o imaginariamente, a los enfermos solo se justifica si el producto está elaborado en malas condiciones higiénicas. Si no es así, pensaremos que la poderosísima industria farmacéutica ha presionado a la Agencia Española del Medicamento para que retire del mercado un remedio que les puede arruinar, por ejemplo, el negocio de la quimioterapia. Porque ¿cuánto dinero perderían los laboratorios si artríticos, enfermos de leucemia, sida o cáncer renunciaran a los tratamientos convencionales? En fin, a estas alturas no vamos a descubrir que en la política sanitaria de los países serios como España los intereses de la Gran Farmacia pesan más de la cuenta. De esto sabe mucho el profesor de la Universidad de Almería Antonio Bañón, fundador y presidente de la Asociación Española de Enfermos de Glucogenosis, que tuvo que llegar muy lejos para que cierto laboratorio estadounidense soltara la medicina que curaba al niño Lucas Fernández, aquejado de la Enfermedad de Pompe y noticia de primera página hace unos meses.

No creo tampoco que la oposición de algunos gobiernos serios a la investigación con células-madre tenga que ver con la defensa de la dignidad humana, sino más bien con el miedo a que esta prometedora línea de investigación se cepille negocios tan rentables como el chiringuito de insulina y aparatos medidores que los grandes laboratorios farmacéuticos se han montado a costa de los diabéticos, otros clientes ejemplares.

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