La línea del destino
Esta admirable novela es, en su brevedad, una tragedia contemporánea. Se dirá que la tragedia no existe en nuestro tiempo; esta novela prueba lo contrario. Todo se resuelve entre tres personajes, el escenario es escaso y austero, la historia no se despega un metro de la línea del destino, la pasión que la conduce es ciega. Y, sin embargo, no la aqueja el mal de la literatura fácil porque no es un relato previsible. El destino es quien traza el camino apenas expuesto el asunto, un trío amoroso entre un hombre, su esposa y la hermana menor de ésta, que se convierte en amante del primero. De hecho son tres prototipos: el marido, obrero, de carácter elemental, rudo y débil a la vez; la mujer, entregada a su hombre por encima de todo otro sentimiento; la amante, joven e inevitablemente frívola. Y, como digo, sabiendo casi desde el principio adónde conduce la historia nada en ella es previsible porque la historia no es más que la apoyatura de una intención superior: es el desarrollo maravillosamente resuelto de un movimiento de conciencia.
LA MUJER DE GILLES
Madeleine Bourdouxhe
Traducción de María Teresa Gallego
Siruela. Madrid, 2003
136 páginas. 16 euros
Élisa, la mujer de Gilles, ha decidido existir en función de su marido; su convicción es tan inobjetable como el hecho de respirar para seguir viviendo; él constituye no ya toda su vida, sino, principalmente, el referente en torno al cual se desenvuelve su vida y la encarnación de su desarrollo. En poco más de veinte páginas, la autora expone de manera directa el asunto: Gilles concibe una pasión desatada por Victorine, la hermana de Élisa. Pocas páginas después, la visión que Élisa tiene de una mujer en una ventana mientras acompaña a Gilles y a Victorine al cine le advierte del peligro inminente de lo que camina a su lado, de la inseguridad inesperada e impensable, de una amenaza total a su orden de vida, en definitiva. Esta escena es magistral, un retrato prodigioso de la intuición de un desastre. Y en este momento la tragedia se instala, pues ya no hay vuelta atrás; todo lo que ha de suceder, sucederá inexorablemente.
¿Qué es lo que relata esta novela? Aunque la apariencia a primera vista sea la de un drama amoroso, aquí no hay más que un personaje verdaderamente dominante, y es Élisa. Y lo que se nos cuenta es el movimiento de conciencia de Élisa cuando su propia entidad de persona, construida sobre su entrega a Gilles como forma de apropiación de él -pero también de sí misma-, se viene abajo. Y se viene abajo no ya porque Gilles haya tenido una aventura amorosa, sino porque lo que descubre tras la pasión bruta de Gilles zarandeado por la frivolidad de Victorine es, sobre todo y ante todo, que él ya no la quiere. Y eso es lo único que la importa de modo total. De hecho, en el relato, ella no sólo ha acabado obteniendo la confesión de Gilles de su aventura, sino que, en cierta medida, la ha compartido en su deseo de amarlo y acompañarlo en un camino en cuyo final confía con la pasividad de quien no desea otra cosa ni otra solución que la que guía sus pasos desde el principio, desde que eligió a Gilles como eje de su vida. Así, al aguarse el interés de su hermana por su marido, Élisa comparte con Gilles la desesperación y el dolor por la pérdida de Victorine, pero también la necesidad de aconsejarle; es una presencia desesperada la suya y una desesperación propia de quien se aferra a su perdición como a un clavo ardiendo porque es incapaz de concebirse a sí misma sin el objeto amado. La inteligencia excepcional del relato consiste en que la autora, una vez que termina de relatar el movimiento de conciencia de Élisa, esto es, el paso de la dependencia extrema al reconocimiento de que lo que sostiene esa dependencia se ha acabado (él ya no la quiere, la dependencia carece de sentido, ni siquiera la alienación podría superar la certeza de esta carencia), la sitúa en una tesitura verdaderamente difícil: ¿cómo cerrar el relato?
Pero antes hay que señalar
algunos detalles de talento. Por ejemplo, la presencia de los hijos. Élisa es madre de dos niñas y, durante el relato, da a luz al tercer hijo, un niño. La presencia de los niños en el relato es impresionante por la habilidad con que la autora, sin hacer una sola mención directa, deja entender con toda claridad que el amor de Élisa por Gilles relegada de los hijos está por encima de su amor por ellos, total y deliberadamente; y es cosa de ver cómo esa presencia ayuda a crear el clima cada vez más denso de ese amor enfermizo, se convierte en pieza de convicción del mismo. Otro tanto puede decirse de la escena del baile público cuando bailan Gilles y Victorine y la autora nos lo hace ver desde los ojos de Élisa: es un resumen de la situación realmente impecable. ¡Qué concentración expresiva! ¡Qué capacidad de sugerencia! Unas páginas más allá, la autora cerrará la situación en la que se encuentra Élisa con dos frases: "Están esas noches todas iguales en que Élisa se queda despierta de dolor mirando cómo duerme Gilles (...) Y está ese día en que, según baja del dormitorio, ve en las baldosas del suelo de la cocina cómo sus sombras se separan de repente". Desde este momento, la lucha de Élisa es contra el destino y durará lo que tarde en llegar el reconocimiento de que el destino es invariable. Ese convencimiento se lo dará la ausencia: la ausencia del amor de Gilles, la extinción del amor de Gilles. Con él, necesariamente, se extingue el de ella y en eso consiste el destino: en que nunca jamás volverá a albergarse en su corazón el amor por Gilles. Pero ¿qué sentido tiene, entonces, su vida?
Breve, exacta, concisa, sugerente, cruel y emocionante, esta narración es una pequeña gran novela solitaria de una autora casi olvidada y que, por este libro, será siempre inolvidable.
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