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Columna
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Cucarachas

En un artículo sobre la última barbarie de Fidel Castro, publicado hace una semana en este diario, Antonio Elorza ha recordado de qué manera, durante su encierro en la isla de Pinos, el futuro dictador cubano proyectaba deshacerse, llegado el momento, de sus opositores. "Mucha mano izquierda y sonrisa con todo el mundo", decía. "Habrá después tiempo de sobra para aplastar a todas las cucarachas juntas".

Entre las criaturas no humanas más difamadas y vilipendiadas por los hombres, a la cucaracha le ha tocado la mala suerte de convertirse en emblema tan universal de lo repugnante y de lo feo que, nada más asomar las antenas, arriesga ser aniquilada o, como mínimo, perseguida a escobazo limpio. Y eso que, bien mirada, es hermosa.

Federico García Lorca, siempre inclinado a identificarse con los desamparados y los rechazados, se rebeló ante el trato otorgado a estos ortópteros tan relucientes y tan buenos corredores, y los hizo protagonistas de su primera obra teatral estrenada, El maleficio de la mariposa, representada en Madrid -con muy poca fortuna-, en 1920. ¿Con qué derecho -protesta el "viejo silfo" shakesperiano que aparece en el Prólogo de la pequeña pieza- se permiten sentir asco los hombres, "llenos de pecados y vicios incurables", ante el espectáculo de unos insectos que no hacen daño a nadie? ¿Con qué razón desprecian "lo ínfimo" de la Naturaleza? ¿No se dan cuenta de que ellos mismos también son Naturaleza?

"Aplastar a todas las cucarachas juntas". Qué brutalidad encerrada en estas seis palabras de Castro, qué desprecio a la vida, al prójimo, al otro, al hermano discrepante.

A mí me produce intenso orgullo vivir en una comunidad -Europa- que ha abolido la obscenidad de la pena capital. Creo que no se aprecia debidamente el paso en adelante de la humanidad que ello supone, paso gigantesco que ha costado miles de años y en comparación con el cual la llegada a la luna es una nimiedad.

Pero Bush y Castro no se enteran.

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¿Cuántas sentencias de muerte firmó el metodista tejano y renacido en sus tiempos de gobernador? Creo que más de 140. ¿Se puede elegir como presidente de un país que se llama democrático y cristiano a una persona con tal hazaña en su haber? Pues sí, toda vez que el país sea Estados Unidos. Con el orgullo que le produce ser el dirigente más poderoso de la tierra, con la vista ya puesta en Irán, con su grotesca insensibilidad ante los problemas medioambientales del globo, con su pobreza lingüística, con su sonrisilla de autocomplacencia, Bush produce, de verdad, pavor.

En contraste, uno recuerda el espléndido ejemplo dado por Nicolás Salmerón, presidente de la Primera República Española, que, según la inscripción de su tumba en el cementerio civil de Madrid, dejó el poder por no firmar una sentencia de muerte.

Abolida la pena máxima en Europa, es la obligación de nuestros políticos y diplomáticos oponerse a ella en el resto del mundo, empezando con los Estados Unidos. En cuanto a Cuba, el silencio de demasiados intelectuales y políticos de izquierdas ante al aplastamiento por Castro de los derechos humanos es no sólo lamentable sino despreciable.

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