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Columna
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Conocimiento

Sociedad del Conocimiento: ése es el esotérico título que la Junta ha elegido para designar el revolucionario proyecto que debe catapultar a Andalucía de la edad del arado a la de las computadoras. Si no lo he entendido mal a través de la publicidad que continuamente bombardea los canales autonómicos y los manifiestos que han sido remitidos a los centros de educación, el Gobierno se propone introducir masivamente los ordenadores en nuestras vidas para situarnos a la cabeza de la competencia informática en el siglo que comienza. Los anuncios presentan una sociedad de jóvenes, hombres y mujeres, que se sientan a trabajar y a estudiar en edificios solemnes de nuevo diseño con cristal en lugar de muros, ayudándose de monitores y auriculares; mientras tanto, una voz en off proclama el advenimiento de ese ente siniestro e impreciso, la Sociedad del Conocimiento, que posee resonancias de pesadilla orwelliana. En los textos que las escuelas e institutos han recibido, el proyecto se revela más claramente: las diversas consejerías tratan de suministrar un ordenador a cada dos alumnos, digitalizar toda la gestión de los centros, fomentar el acceso al ciberespacio, convertir la docencia en un sencillo paseo por las avenidas y los bulevares de la computación.

Seguramente esto de la Sociedad del Conocimiento (escribo las tres palabras y no puedo evitar sonreír con un escozor de ironía) tenga algo que ver con la famosa Segunda Modernización que propugna la Junta, y con esa campaña sorprendente y ubicua que desde hace un tiempo trata de convencernos desde los medios de que Andalucía es imparable. Deduzco que los propagandistas, los cerebros que han diseñado esta publicidad y que idean el futuro desde sus despachos, consideran que el optimismo es parte imprescindible del progreso, y que antes de ponerse a trabajar hay que cultivar adecuadamente las mentes de la población. Soñar es gratis todavía, mal que les pese a las productoras cinematográficas: no cuesta nada embobarse con las promesas de los televisores, confiar en las imágenes que nos presentan una comunidad próspera, culta, desarrollada, que convive con complicados aparatos que satisfacen todas sus necesidades, entre amplios parques y edificios que recuerdan a países más pudientes y lejanos. A todos nos gustaría eso, por supuesto, igual que a un niño le encantaría pilotar un helicóptero; sin embargo, consideramos que al niño todavía le quedan por delante muchos estudios y exámenes suspensos, por no contar con los años de experiencia, para ingresar en la academia aeronaval y colocarse delante de un vehículo de esas características. La Sociedad del Conocimiento, sobre el papel, está muy bien, pero tal vez Andalucía precise de reformas más inmediatas y primarias que su acceso al futuro por la puerta grande: antes de la Segunda Modernización, se necesita la primera. Una comunidad con los índices de paro más elevados del país, con problemas acuciantes de falta de infraestructuras y una industria deficiente no puede, desengañémonos, convertirse de la noche a la mañana en la Atenas del siglo XXI. Qui va piano va lontano, dicen en Italia, lo que podríamos traducir por que despacio se llega lejos: ¿o es que pretendemos presentarnos en el comedor sin cruzar el porche, el vestíbulo, los pasillos?

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