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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El referéndum checheno

Moscú ha anunciado unos resultados de su referéndum de autonomía en Chechenia que recuerdan los porcentajes que exhibían los soviéticos. El 96% de los votantes, segun datos oficiales, dijo sí a la consulta planteada por Vladímir Putin. Al presidente ruso, que desde que lanzara sus tropas a Chechenia en 1999 ha dado varias veces oficialmente por zanjado el sangriento conflicto, le ha faltado tiempo para hablar de "hito histórico".

El Kremlin ha preguntado a los chechenos si respaldan una nueva Constitución que reconoce la república norcaucásica como parte de la Federación Rusa y prevé la futura elección de un presidente y un Parlamento. Ningún ejemplo mejor de las intenciones reales de Moscú que su derecho a destituir en cualquier momento a quien resulte elegido como líder checheno.

Tanto la limpieza de la consulta, como su misma celebración, está cuestionada de raíz. Técnicamente, por la ausencia de observadores ante las urnas de cualquier institución relevante y las denuncias sobre el abultamiento de un censo increíble, en el que han sido incluidos 36.000 soldados; políticamente, porque la situación de miedo insuperable en que vive el territorio, donde permanecen 80.000 militares rusos cometiendo todo tipo de tropelías, vacía de autoridad su resultado.

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Putin pretende con la votación del domingo restaurar cierta apariencia de orden en un país sin ley y asolado por dos guerras desde el desplome de la URSS. Pero, a la luz de las circunstancias en que se ha celebrado, esa consulta-ficción servirá para poco. Faltan los mecanismos básicos de credibilidad que permitan trasladar su resultado al cese de hostilidades con una guerrilla independentista islámica con la que el Kremlin se niega a negociar y cuya actividad no ha decaído un ápice.

En Chechenia mueren cada semana una veintena de soldados. En Grozni, la devastada capital, hay escaramuzas a diario. Los excesos de los militares rusos, desde chantajes y secuestro hasta contrabando de armas y petróleo, nunca han cesado. Los guerilleros se libran a un bandidaje proporcionalmente similar. Ningún organismo fiscaliza ya la situación de los derechos humanos elementales. La pretendida normalidad esgrimida por Moscú ha sido siempre desmentida por audaces golpes de mano independentistas. Hace tres meses fue la espectacular voladura de la sede del Gobierno prorruso en Grozni; en octubre, el asalto a un teatro moscovita que un Putin zarista convirtió en baño de sangre. Éste es el trágico bastidor que hace ilusorio el referéndum.

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