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VISTO / OÍDO
Columna
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La calle

La calle vuelve a encontrarse hoy. Tuvo su prólogo ayer, en los 15 minutos de paro y manifiestos en las empresas, y muy generalmente de acuerdo con las mismas empresas. Se encuentran los hombres y las mujeres en las calles, que han dejado de ser de Fraga y son suyas, hasta un cierto punto, para renegar de la guerra. Yo creo que reniegan del Gobierno por algunas cosas más, como entiendo que el Gobierno va a la guerra por lo que va o no va a las otras cosas que le reprochan: no va a Galicia (fue la nueva ministra de Ambiente, miró y dijo lo que me parece que es su primera tontería pública: "Huy, yo creía que era peor"), por ejemplo, y continúa sembrando el desorden para reprimir el desorden en el País Vasco; y envía niños de vuelta a Marruecos, donde los maltratan; y fija cupos de trabajo y... No hay necesidad de repetir la retahíla que quizá empieza con el decretazo: y hay orgullosos sindicalistas que dicen que la huelga de entonces fue la primera reacción de la calle frente al Gobierno, tan fuerte que tuvo que rectificar poco a poco.

No creo que la manifa de hoy tenga la brillantez espontánea, la emoción que tuvo la anterior. Lo sentiría: desearía que fuese incluso más numerosa y más gritona, y tan ordenada. Temo que esta vez haya provocadores. Y si no, los habrá en la próxima. Aznar y sus ciento ochenta y tres absolutos del Parlamento, sus gobernantes, sus miles de servidores en todas las Administraciones, lo van a pasar mal hasta las elecciones generales, que ven mal. Las municipales y autonómicas de mayo van a ser un síntoma; les oigo ya decir que no se pueden extrapolar los resultados, que es lo que dicen los Gobiernos cuando pierden elecciones locales. Aún les oigo en las radios y en las televisiones que las del 12 de abril de 1931 se utilizaron para destronar a un rey, cuando eran sólo municipales (le destronaron los monárquicos, que le abandonaron); y que el Frente Popular ganó por tan pocos votos que era lógico que los vencidos se alzaran ante su omnipotencia.

Si yo fuera Sadam, me iría al exilio. Si fuera Aznar, disolvería las Cortes y convocaría elecciones. Está claro que no soy ni podré ser nunca, y me dejaría matar antes de ser Sadam; y la idea de ser Aznar me da risa. No hay más que mirar sus imágenes y las mías y se comprende que no somos iguales ni en el biotipo. Quiero decir que yo me marcharía de Irak para que mi pueblo no fuera asesinado por la parte guerrera de Occidente que le odia; pero no me iría sin mis dos mil compañeros de la lista de criminales de guerra de que dispone Bush, y con algunos más de su Ejército. Si fuese Aznar, tendría numerosos motivos para irme: el principal, el de verme convertido en Aznar, qué desgracia. Los siguientes, que el país no quiere mi política, o que puede confirmarla o rectificarla, o negarla totalmente, si va a las urnas. Es un asunto de guerra o paz: es suficiente para irse.

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