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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bandos y bandazos

Una guerra es un asunto demasiado serio como para manipular y tergiversar constantemente sus causas. Bush, Blair y Aznar están sometiendo a la opinión pública a verdaderos juegos de prestidigitación argumental para justificar una decisión ya tomada. El partido de la guerra escoge a conveniencia sus argumentos de una cesta en la que figuran el desarme, la lucha antiterrorista, el cambio de régimen o incluso la injerencia humanitaria. O los mezcla todos, como hizo anoche Aznar en ese formato tan querido por él como es la entrevista televisada, en la que se guardó una vez más de desvelar sus planes sobre una eventual participación española en el conflicto.

Los bandazos de la política de Bush -cuya Administración reconoce ahora que presentó pruebas falsas sobre las armas iraquíes- y de su alianza de voluntarios deslegitiman la guerra ya decidida, que intentan vestir con una apariencia de legalidad. ¿Por qué esforzarse tanto en lograr una resolución del Consejo de Seguridad favorable a la guerra si no la consideran necesaria, sino meramente "conveniente"? Si los principales dirigentes del bando de la guerra han llegado al extremo de ejercer una presión insoportable sobre los integrantes del Consejo de Seguridad es porque Blair se siente a su vez presionado por su propio partido, donde proliferan las amenazas de deserción.

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Los bandazos de los partidarios de la guerra ofenden a la inteligencia de los ciudadanos, mayoritariamente opuestos al ataque militar en todo el planeta, salvo en Estados Unidos. Más grave es todavía para los ciudadanos españoles, cuyo Gobierno se sienta durante dos años en el Consejo de Seguridad y cuenta así con un voto que puede resultar decisivo a la hora de aprobar la resolución que dé luz verde a la invasión de Irak. José María Aznar no tan sólo no ha hecho nada para evitar la guerra, sino que ha sido pionero a la hora de impulsarla, y ha actuado como eficaz auxiliar de Bush desde septiembre del pasado año, en cuanto conoció sus propósitos bélicos y decidió sumarse y trabajar para ellos, con resolución de la ONU o sin ella.

El último bandazo de Aznar consiste en esgrimir la comparación de la invasión de Irak con la de Kosovo, como si se tratara de una acción de injerencia humanitaria. La campaña de Kosovo no contó con la bendición del Consejo de Seguridad, para evitar un posible veto ruso, pero la acción tuvo la plena aprobación de la Unión Europea y de la OTAN en un conflicto que era interno y no entre Estados, y cuyo objetivo, pese a lo que afirmara ayer Aznar, no fue derribar a Milosevic. La caída de la dictadura fue una consecuencia. Entonces Europa se unió para liberar a los kosovares, mientras que ahora Aznar contribuye a dividir a los europeos para complacer el designio de Bush. En el caso de Irak, como recordó anoche Chirac, Sadam Husein caería ante un sistema de transparencia como el que pretenden montar los inspectores internacionales.

La decisión de Bush es firme. El ultimátum y sus aplazamientos más allá del día 17 parecen depender más de los preparativos militares, incluida la apertura del frente turco tras la elección de Erdogan, que de la negociación para retocar la resolución. Anoche, pese a las amenazas y descalificaciones de EE UU contra Francia, el único país grande de Europa que nunca ha estado en guerra contra Washington, Chirac mantuvo su firme oposición a la guerra mientras haya la posibilidad de desarmar pacíficamente a Irak. No está solo. También Rusia ha optado por esta vía.

Hay pocas dudas, después de tanto baile diplomático, respecto a cuál es la peor de las situaciones ante una decisión bélica ya tomada. Mejor un Consejo de Seguridad ignorado y declarado "irrelevante" por un partido de la guerra, que decide actuar sin su cobertura, que un Consejo sometido y arrastrado contra su voluntad a dar un visto bueno formal a una invasión ya decidida en contra de la auténtica opinión de los Gobiernos que lo componen y de las opiniones públicas. Un Consejo irrelevante puede jugar un importante papel en la posguerra y en crisis sucesivas, mientras que un Consejo sometido se limitará tan sólo a asentir a los deseos de la Casa Blanca.

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