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MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Cocodrilos en la selva de Costa Rica

EMPEZAMOS EL AÑO haciendo un recorrido a pie por la selva entre Bahía Drake y Carate, en la costa del Pacífico en Costa Rica. Cuatro días de trekking costero con la esperanza de ver monos, zopilotes, mariposas, serpientes, aves del paraíso, cangrejos, cocoteros o cualquier otro animal.

Nos advirtieron de que nunca deberíamos vadear un cauce si el agua nos cubría las rodillas o no podíamos ver nuestros pies, especialmente tras las fuertes lluvias, porque los tiburones llegan a adentrarse en ellos esperando cadáveres arrastrados por el aumento de caudal, y los cocodrilos salen al mar a comerse a algún pelícano despistado. Ese primer día acabamos de caminar en mitad de una tormenta tropical.

Tras muchos kilómetros de selva y playa, habiendo visto numerosos animales pero ni un alma, y vadeado varios ríos de no más de medio metro de profundidad, se acercaban otra vez la lluvia y la noche. Estábamos a media hora del centro de investigación de la naturaleza de Sirena, en mitad del parque nacional de Corcovado. Un ranger, vestido con pantalones cortos, katiuskas y machete, nos saludó desde la otra orilla del último río a cruzar, el más ancho y profundo, del que nos habían dicho los guardas por la mañana: '¡No se les ocurra cruzar a pie! Esperen en la orilla a que llegue un ranger en barca'. No veíamos barcas para atravesarlo. Y el guarda, que parecía muy tranquilo y transmitía confianza, hacía gestos de que lo cruzáramos un poco más hacia el mar. Pero el río se veía mucho más profundo que los anteriores.

Empecé a atravesarlo. El agua me cubría los tobillos... y las rodillas. Aun cerca de la orilla, me llegaba al ombligo. El guarda seguía indicándome que siguiera. Cuando el agua me llegó al pecho, me preocupé de que mi compañera no pudiera pasar, por ser más baja que yo. Cuando me volví, estaba cruzando con la mochila sobre la cabeza y el agua le llegaba al cuello. El ranger dejó el machete en el suelo y fue hacia nosotros metiéndose en el río vestido y calzado. Así, llegamos a la otra orilla y él nos acompañó al centro.

Al día siguiente vimos cocodrilos cien metros corriente arriba del punto por donde habíamos cruzado aquel río.

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