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MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Por los glaciares y volcanes de Islandia

EN ISLANDIA el paisaje parece de ciencia-ficción, y no sólo porque Julio Verne situara el comienzo de su novela Viaje al centro de la Tierra en el volcán Sneffels. Durante los 12 días en los que recorrimos esta isla no dejamos de sentirnos sobrecogidos ante la visión de los campos de lava; los vapores sulfurosos; los lodos hirvientes; los glaciares, que ocupan el 11,5% del área total del país (103.000 kilómetros cuadrados), y las cataratas. Recomiendo la travesía de Landmannalaugar: una zona montañosa al norte del glaciar Mýrdalsjökull, ubicada al sur del país, que ofrece una belleza de contrastes paisajísticos. Esta ruta sólo puede hacerse durante julio y agosto, cuando la carretera es transitable para un vehículo todoterreno. El recorrido lo iniciamos en Hella, un pueblo de los llanos verdes de la costa sur. Desde aquí se divisa el perfil del volcán Hekla, todavía activo. La pista lo rodea al adentrarse en un desierto de lava negra, en ocasiones apenas se distinguen las roderas del camino en el suelo cubierto de polvo volcánico. En cuanto se alcanzan las primeras estribaciones montañosas, el panorama cambia de modo radical: la carretera atraviesa un largo valle tapizado de hierba verde brillante, y se cruzan varios meandros de un río hasta avistar el lago Frostastadavafn.

Al bordearlo y ganar un nuevo collado aparece una sucesión de montañas de colores rojo, verde, azul y amarillo. No es la vegetación lo que colorea las laderas, sino los minerales que componen el suelo. El efecto es similar al de haber derramado pintura de distintos botes. A sus pies hay un refugio de montaña, junto al lugar donde confluyen dos cursos de agua, una fría y otra caliente, en un remanso. Aquí vimos cómo los islandeses se desnudaban con toda naturalidad para meterse en el agua. El verano de Islandia es como el invierno de Barcelona, las temperaturas a lo largo del día oscilan entre seis y diez grados. De ahí nuestro recelo inicial al baño. No obstante, era imperdonable irse sin probarlo.

Es recomendable no armar alboroto, porque los naturales son gente callada y tranquila, pero es difícil no soltar exclamaciones al sentir el calor del agua, absolutamente transparente, y al mismo tiempo ver la nieve en las montañas. Al poco caes rendido por un suave sopor: la gente pasa horas en silencio dentro del agua. Es fácil acostumbrarse al peculiar olor que acompaña las extrañas emanaciones en la isla.

En otros lugares tuvimos la oportunidad de tomar baños calientes al aire libre, pero la experiencia de Landmannalaugar resultó insuperable. Aquí se puede pasar la noche, para seguir camino al día siguiente, hasta ganar de nuevo los llanos de la costa este, a los que arriban las lenguas del glaciar Vatnajökull, el más grande de la isla con 8.400 kilómetros cuadrados .

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