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50º FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN

Vuelve Adolfo Aristarain con un hermoso viaje al fondo del exilio interior argentino

Concursa un bello poema pedagógico iraní y se exhibe un filme inclasificable de Kaurismäki

No se ha borrado el recuerdo de los pasos por el festival donostiarra del cineasta argentino Adolfo Aristarain con Un lugar en el mundo y Martín (Hache). Fueron dos viejas obras inolvidables, que ayer cerraron un triángulo irrepetible con Lugares comunes, conmovedor viaje al fondo del exilio interior que desde hace mucho tiempo se ha adueñado de la vida en Argentina. Fue ayer aquí un día de buen cine, pues lo completaron en el concurso Canción de invierno, un precioso poema pedagógico de Irán, y, fuera de festival, la incatalogable obra maestra del finlandés Aki Kaurismäki Un hombre sin pasado.

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Son muchas cosas al mismo tiempo estos Lugares comunes explorados por la nada común mirada de Adolfo Aristarain. Llevan dentro el cálido y elegante relato de un inagotable idilio entre un hombre y una mujer; y el desesperante goteo individual de un enorme desastre colectivo; y el empuje que hoy necesitan las leyes de la supervivencia cuando se instalan en el alma de un hombre de la izquierda con su conciencia intacta; y un llanto sin gritos sobre el ocaso del tiempo de la solidaridad; y una indagación en los secretos mecanismos de la inteligencia y de la lucidez; y, sobre todo, la representación de una agonía, de la muerte en vida, de la jubilación de la existencia, del exilio interior.

La simple enunciación de este cruce de ideas y de acordes argumentales y dramáticos da idea de la casi mareante complejidad que se mueve en la trastienda de un filme que, sin embargo, es transparente y sigue un discurso sereno e incluso apacible. Es una película hablada con todas las consecuencias. Está llena de palabras como actos. Y es la suya una elocuencia libre e iluminada que se radiografía a sí misma con la poderosa evidencia que brota del subsuelo de esta frase, que dibuja con un solo trazo el rugoso fondo del filme: 'La vida y la muerte no son consecutivas, sino simultáneas'. Y es el misterio de esa simultaneidad lo que aborda Lugares comunes. Tan sólo eso, nada menos que eso.

Como hizo desde el comienzo de su carrera cinematográfica, con la parte medular de la obra de Aristarain, Federico Luppi da cuerpo al personaje eje de Lugares comunes. Un viejo y recio hilo de inteligencia une a estos dos eminentes artistas argentinos desde las negruras de Tiempo de revancha y Los últimos días de la víctima a la luminosidad de estos intensos Lugares comunes que ahora nos traen, arrancado del pellejo de su dolorido y devastado país. Federico Luppi está aquí esta vez escoltado por un reparto corto y exacto, y tiene enfrente, en un apasionante tú a tú, a Mercedes Sampietro, una actriz que en su plenitud sigue disparada hacia arriba, con energía de aprendiza. La réplica que la actriz española propone a Luppi está a la altura de este coloso del cine en nuestro idioma, y eso es mucho decir.

Larga ovación

Así lo entendió el público de periodistas y espectadores de pago que, en la esponjosa sesión de la mañana de ayer en la gran sala del Kursal, se rompieron las manos en una ovación larga y elocuente. La fuerza sugeridora de las elipsis creadas por Mercedes Sampietro -que absorbe con su gesto el gesto de Federico Luppi y así se duplica misteriosamente a sí misma- en el cierre de Lugares comunes, es uno de esos instantes, sólo posibles en el cine, que electrizan a una masa de contempladores porosos, que saben identificarse con ese misterio. Y esta identificación con la actriz se percibió en la intensidad del silencio que supo crear y en la ruptura de ese silencio por un estallido no gradual, sino súbito, de aplausos que al producirse parecían casi aguantados, contenidos.

El otro filme en concurso viene de Irán, se titula Canción de invierno, y lo dirige Farhad Mehranfar, que hace unos años estrenó en la sección paralela Zabaltegi sus otras dos películas, Aviones de papel y El árbol de la vida. La que trae este año a concurso, una película de gran sencillez y eficacia, un ágil, emotivo, divertido y vivísimo poema pedagógico, es el relato de la aventura de una joven maestra ambulante que, en las montañas del norte de Irán, es solicitada -en realidad casi secuestrada- por una campesina viuda para que enseñe a leer a sus cinco hijos, con los que la maestrita acaba entablando una tierna relación de hermana mayor. Es una historia de gente joven, limpia, generosa, amable y guapa, que se enfrenta a las agresiones de la pobreza, el aislamiento y la naturaleza abrupta y hostil. Es la historia de una mutación en la vida de unos niños que van devanando paso a paso su amor al conocimiento, a la música y a los misterios de la naturaleza. Imposible de ver o entrever en el cine occidental.

Y, fuera del concurso, en Zabaltegi, se rescató una película de gran calado y profundo estilo, formalmente muy atrevida, completamente fuera de norma. Es Un hombre sin pasado, una obra desconcertante y singularísma, de intrincado humor negro, escrita y dirigida por el cineasta finlandés Aki Kaurismäki, creador de prodigios de cine pobre, de muy bajo presupuesto, como La chica de la fábrica de cerillas, Contraté a un asesino a sueldo y Nubes pasajeras. Con esta Un hombre sin pasado ganó Kaurismäki en el último Festival de Cannes el premio especial del jurado, réplica prosaica y sin glamour de la codiciada Palma de Oro, que a toro pasado muchos reclamaron para esta notable película, también ganadora allí del premio a la mejor actriz -la admirable Kati Outinen- y del premio de la crítica internacional.

Adolfo Aristarain (izquierda), junto a Federico Luppi, ayer en San Sebastián.
Adolfo Aristarain (izquierda), junto a Federico Luppi, ayer en San Sebastián.JESÚS URIARTE
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