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VISTO / OÍDO
Columna
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La ley y el orden

Oigo conversar a unos juristas, inteligentes y valiosos, sobre algunos autos, querellas, sentencias y escritos en general, y recuerdo a Molière. Y a Quevedo, y a Daumier. No soy yo quien inventa o falsea esta separación entre Ley y justicia (ésta, con minúscula: la mayúscula la tienen ellos). El lenguaje jurídico, sus interpretaciones, sus aplicaciones, se alejan de la razón; y de la claridad, porque es necesario para justificar unas opciones; y esto lo han visto algunos autores durante siglos; no han conseguido cambiarlo, y más bien han sido encarcelados o marginados, aunque uno de los argumentos del poder es siempre que los así tratados se han marginado voluntariamente: si hubieran seguido su lenguaje, estarían dentro del círculo, y sus dotes literarias serían premiadas.

Lo que para los de estos años -están en un error si me hablan de 'mis tiempos': son éstos, porque vivo- parece inquietante es la ocupación por los jueces del primer plano en la vida: el 'Estado de derecho' ha pasado de ser deseable para una aproximación a la libertad a ser una deformación del orden. Antes me satisfacía, porque creí que este paso a la justicia libraba a España de delitos, agresiones: mejor acudir a ellos que coger la escopeta para defender sus lindes o el cuchillo de cocina para liquidar a su cónyuge. Pero estos excesos no han terminado. La Justicia -la de ellos- tarda años en resolver las situaciones, y da lugar a recursos; y, finalmente, a la escopeta. El aumento de delincuencia es paralelo al crecimiento del Estado de derecho; a una normalización de la vida de todos. A mí no me parece normal, y parece legítimo, que un solo juez de instrucción pueda variar de tal manera la política, los derechos de manifestación y de partidos en una autonomía. Ni me parece normal que esa autonomía se querelle contra ese juez por prevaricador y que declare -por sus juristas- que el auto del juez es 'nulo de pleno derecho' si en realidad es constitucional.

En general, me parece mal el poder de esos jueces y la existencia de las autonomías por compensación de agravios pasados. Hablo sólo del leguleyismo que nos ha entrado a todos en España (y en EE UU), de la conversión de la política en este tipo de argumentos sometidos a la interpretación de cada uno y de la alteración malsana que ha producido en el lenguaje: por los políticos, los periódicos y los aficionados.

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