_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Escobas

Al final de una noche de sábado, mientras las fiestas ardían en alcohol , se oyó la primera detonación en una esquina de la ciudad. Un policía acababa de detener a un ratero y éste, al entrar en contacto con el metal de las esposas, había estallado. Su cuerpo convertido en una bomba no produjo un solo herido ni siquiera había dañado levemente al sabueso, aunque se había esparcido por la acera en cien pedazos, que fueron a sumarse a la basura que el rebaño nocturno había dejado en la calle. Poco después se oyó otra deflagración en una glorieta cercana. El navajero ahora detenido tampoco había producido víctimas, ni siquiera una mancha de sangre a los presentes al reventar, pero la gente comenzó a preguntarse qué pasaba, sin experimentar pánico en absoluto, sino simple curiosidad. Alguien corrió la voz de que habían entrado en acción las medidas del gobierno contra la delincuencia y, en efecto, al final de aquella noche de sábado en todos los barrios estallaron muchos cacos y vagabundos sin papeles al ser apresados. El caso de estos pequeños malhechores explosivos fue considerado normal. En realidad sólo era un problema de limpieza. Los cuerpos dispersados en trozos de menos de un kilo de carne, junto con sus respectivos harapos, no se distinguían de los cristales de las botellas despanzurradas, de las vomitonas, de los envases ahítos de vino, de los orines fermentados en los zócalos. En cuanto saliera el sol llegarían los barrenderos. Estas escuadrillas armadas con escobas estaban compuestas en gran parte por inmigrantes sospechosos que podían ser arrestados mientras barrían los despojos sangrientos de sus hermanos, aunque ya se sabe que por cada uno de ellos que puede darte un tirón o ponerte una navaja en el cuello, más de mil llegan a este país sólo a limpiarte la mierda del retrete o a contarle cuentos suaves a tu abuelito. Este hecho insólito comenzó a ser habitual todos los fines de semana, hasta el punto que las explosiones ya habían sido incorporadas a la diversión de las noches del sábado. En cuanto un policía comenzaba a perseguir a un ladrón, la gente salía de las tascas y se agolpaba en la acera para ver si se producía el contacto, sabiendo de antemano que la detonación no les causaría daño alguno. Las medidas del gobierno no lograron erradicar el delito callejero aunque produjeron un efecto muy emotivo, porque al barrer los domingos la basura de la noche del sábado, al final, las escobas siempre quedaban manando sangre.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_