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Columna
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Aserejé

Seguramente los socialistas de Almería son conscientes de la importancia que va a tener en las próximas elecciones municipales el pregón que con el título Almería en mi corazón leyó David Bisbal el viernes pasado desde el balcón del Ayuntamiento. Hay cosas que el pueblo no olvida. Con las elecciones irremediablemente perdidas desde la primavera, cuando el viento impidió la celebración del concierto de Operación Triunfo, el alcalde sabía que sólo un acontecimiento le permitiría presentarse a las elecciones con alguna posibilidad de triunfo: un pregón de David Bisbal abriendo la Feria y Fiestas en honor de la Virgen del Mar 2002, que es como llama aquí la prensa local a este gigantesco botellón legal, más conocido como la Feria de Almería.

Aunque llevo poco tiempo viviendo en esta ciudad, su Feria, que se celebra todos los años por estas fechas, ya trae a mi memoria, como si yo fuera un almeriense de pura cepa, un torrente de imágenes entrañables. La Feria unas veces me recuerda a Asturias, otras veces a Galicia; en ocasiones me traslada a Zamora, en ocasiones a Madrid; gracias a ella evoco el Pirineo leridano, la ciudad de Amsterdam y Renania Septentrional-Westfalia, lugares todos ellos a los que mi familia y yo hemos huido despavoridos al acercarse estos días.

Nuestro primer año en Almería la Feria nos pilló en la capital. Acabábamos de llegar y nadie nos advirtió de que a mediados de agosto la ciudad se paralizaba durante diez largos días. Nos encontramos con que a partir de las doce no había bancos, ni tiendas que no fueran de fritangas, ni fontaneros de guardia. Horario de Feria, decían. Ninguna guía turística nos había advertido de que en la segunda quincena de agosto las calles cambiaban de dirección y de que el chunda-chunda empezaba por la mañana en puntos estratégicos de la ciudad -la llamada Feria del Mediodía- y continuaba por la noche en la céntrica Avenida del Mediterráneo. Nadie nos dijo que si te quedabas aquí, no había escapatoria: quisieras o no, tenías que vivir la feria, y con el periódico local te repartían un cuadernillo con la crónica social de las casetas. Sólo recuerdo haberlo pasado peor en los Sanfermines.

Hay muchos almerienses que querrían escapar de la Feria y no pueden, vecinos que están a punto de volverse locos tras diez noches de botellón municipal. Cuando termina, todo el mundo reconoce que es excesivo paralizar la ciudad tanto tiempo y que es imprescindible respetar a los vecinos que prefieren dormir; pero los buenos propósitos se olvidan al llegar agosto. Este año, sin embargo, algo ha cambiado. Gracias a las buenas intenciones del concejal de cultura, lo que estos días desvelará a quienes viven cerca del real no será un vocerío irreconocible, sino un diáfano popurrí de música pachanguera. Hasta ahora, cada chiringuito competía con el rival en sevillanas y decibelios para desesperación de los vecinos; pero este año las atracciones y los puestos están obligados a emitir la misma música, la que programe Radio Feria. Los vecinos seguirán sin dormir, pero al menos podrán reconocer y tararear en la cama la canción del verano.

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