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Crónica:Ciencia recreativa / 16 | GENTE
Crónica
Texto informativo con interpretación

CÓMO VIVIR 200 AÑOS

Javier Sampedro

Nadie sabe aún si una dieta restringida en calorías retrasa el envejecimiento en la especie humana, pero eso es exactamente lo que pasa en levaduras, gusanos, moscas, arañas, peces, ratas, ratones, hamsters y macacos, que se sepa hasta ahora, con lo que más vale asumir nuestra vulgaridad biológica y ponerse en lo peor. Nadie confunda la restricción calórica con la anorexia. Si los resultados del mundo animal resultan ser extrapolables a nuestra especie, la receta para mantenerse joven, y tal vez para alargar la vida, sería seguir una dieta sensata y equilibrada, pero con las calorías recortadas en un 30% respecto a lo normal. Si la ingesta diaria normal para una persona (de tal sexo y cual complexión) es de 2.500 calorías, habría que reducirla a unas 1.700 calorías para retrasar el envejecimiento, y con un exquisito cuidado en la composición de la dieta, para evitar nefastas deficiencias nutricionales. Pero ¿quién quiere vivir así, pasando hambre y penalidad durante toda la vida (la vida normal más la prórroga)?

Si la especie humana tiene unos 100.000 años, la búsqueda de la inmortalidad debe tener exactamente la misma edad: hay pocas cosas que le gusten menos al ser humano que morirse. Las artimañas para aliviar el vértigo metafísico de la muerte -vidas eternas, reencarnaciones del cuerpo, transmigración de las almas, glorias literarias, obras completas- han sido ciertamente numerosas, pero nunca han acabado de convencer a la mente fría y depresiva. Forzado en cierta ocasión a reflexionar sobre la inmortalidad conferida al autor por su obra, Woody Allen zanjó el asunto al señalar: 'Yo no quiero ser inmortal a través de mi obra; yo quiero ser inmortal a través de no morirme'.

La muerte no es más que una estrategia de la evolución biológica. Algunos animales, como las moscas, han optado por vivir sólo un par de semanas y tener mil hijos en ese exiguo periodo. Las tareas de mantenimiento de las células son muy costosas, y todo lo que la mosca se ahorra en ellas al vivir tan poco puede dedicarlo a fabricar óvulos, copular, traer otras moscas al mundo y morirse tranquila. Otras especies, como la nuestra, han optado por dedicar más recursos al mantenimiento y menos a la reproducción. El envejecimiento y la muerte no son un mero deterioro inevitable. Toda célula sabe cómo reparar los daños, corregir las averías, sustituir las piezas defectuosas, y podría ser inmortal si quisiera. Pero, en según qué especie, quiere más o menos. Por eso, aunque los perros, los humanos y las tortugas estamos hechos de las mismas sustancias, y sometidos a las mismas agresiones ambientales, un perro vive 10 años (bueno, el suyo 15) y una tortuga vive 100.

Si quisiéramos vivir 200 años, la biología nunca vendría en nuestra ayuda. A la evolución le basta con que vivamos 40: el tiempo suficiente para tener unos cuantos hijos y dejarlos criados. Por eso es tan fácil vivir saludablemente 40 años, por muchos excesos que cometa uno. Vivir hasta los 80 requiere más cuidado, a menos que uno tenga mucha suerte con sus genes. En nuestras sociedades occidentales, elevar la esperanza media de vida hasta los 80 años ha requerido potabilizar aguas, mejorar dietas, inventar antibióticos. Los genes no han ayudado.

Tres de los científicos que están intentando ser más listos que la evolución, Mark Lane, Donald Ingram y George Roth (www.sciam.com, 16 de julio), creen que la vía más prometedora es explorar los efectos de la restricción calórica. Saben que muy poca gente sería capaz de llevar toda su vida una dieta de 1.700 calorías sólo para vivir más años, pero tienen esperanzas fundadas de hallar una forma de imitar los efectos de esa dieta sin necesidad de morirse de hambre (que es mucho peor que morirse de viejo).

La idea es la siguiente: comer mucho activa ciertas enzimas (catalizadores biológicos) que generan moléculas dañinas para los componentes de la célula. Si uno come poco, activa menos esas enzimas, genera menos de esas sustancias y por tanto vive más años. Pero aun cuando uno coma lo normal, siempre será posible diseñar un fármaco que inhiba a esas enzimas: un imitador de la dieta baja en calorías. De hecho, Lane, Ingram y Roth ya han encontrado un fármaco de ese tipo (se llama 2-desoxiglucosa, o 2DG). Por desgracia, además de retrasar el envejecimiento, la 2DG es muy tóxica a ciertas dosis, y acaba siendo peor que la enfermedad (si podemos considerar la vejez una enfermedad).

En fin, que es posible que comer un 30% menos nos permita vivir un 30% más, pero ¿qué sacamos con ello? ¿No ven que la cantidad total de comida ingerida durante la vida va a ser la misma de todos modos? Disculpen, que voy a sacar el cocido de la olla exprés.

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