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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Acrilamida

La Agencia Sueca de Seguridad Alimentaria ha causado asombro y perplejidad al anunciar que ha descubierto un probable agente cancerígeno, la acrilamida, en muestras de alimentos tan comunes como las patatas fritas, el pan y las galletas. No se trata de la contaminación ocasional de unas cuantas partidas defectuosas, ni de un problema generado por un proceso productivo más o menos novedoso. La acrilamida, que parece formarse cuando cualquier alimento rico en fécula (patatas, cereales) se fríe u hornea, ha estado presente en esos productos desde hace siglos. La novedad es que ahora lo sabemos. No hay razones para la alarma, pero tampoco excusas para mirar hacia otro lado.

La agencia alimentaria británica, inicialmente crítica con el estudio sueco, ha confirmado recientemente sus hallazgos. Noruega ha dado el paso de recomendar a sus ciudadanos que reduzcan el consumo de patatas fritas de bolsa. Algunas de las muestras analizadas en Londres superan en más de 100.000 veces las recomendaciones de la UE sobre el contenido máximo de acrilamida en el agua corriente, que son las únicas existentes por el momento. Es evidente que esas dosis deben reducirse drásticamente. Los científicos que asesoran a Bruselas y a la Organización Mundial de la Salud (OMS) tienen el tema sobre la mesa. Los responsables sanitarios buscan cambios en los procesos de fabricación que generan niveles inaceptables de acrilamida. Es una actitud sensata.

Algunos representantes del sector alimentario han criticado con dureza a la agencia sueca por hacer público su estudio. No ponen en duda la validez de sus resultados, pero consideran que el asunto se hubiera manejado mejor en la penumbra de los despachos. Los ministerios españoles de Sanidad y Agricultura, cuyas discrepancias están retrasando demasiado la creación de la cien veces anunciada Agencia de Seguridad Alimentaria Española, deben decidir ya si optan por un modelo de independencia y transparencia, en la línea marcada por las agencias sueca y británica, o si coinciden más bien con los postulados de discreción que parece preferir la industria.

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