_
_
_
_
Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El Nobel imperturbable

En el otoño de 1984, Claude Simon pasó por Madrid para actuar en el Instituto Francés, donde dio una conferencia de implacable hermosura sobre la descripción como un elemento básico para crear una nueva narratividad. Con dicho motivo, le entrevisté en estas mismas páginas porque me resultaba curiosa su reivindicación de Balzac por parte de tan destacado representante de lo que llamábamos nouveau roman (que reivindicaba más a Flaubert), la última vanguardia narrativa coherente que haya conocido el mundo hasta hoy. Hasta en su propio país, la batalla contra el nouveau roman ha sido brutal durante el último cuarto de siglo, acusándola sobre todo de haber causado el desvío del público por su dureza y rigor expresivos y por el dogmatismo de sus posiciones. Quizá sus atacantes tuvieran razón, aunque sus resultados han sido de tal pobreza que las letras francesas parecen haber desaparecido del mercado universal y desde luego del nuestro casi del todo. Nadie ha sustituido a los grandes representantes del nouveau roman, ni en su país ni en ningún otro, el reinado del mercado ya es total, y frente a ese cataclismo literario la obra de Claude Simon ha caído en el olvido.

EL TRANVÍA

Claude Simon Traducción de Javier Albiñana Seix Barral. Barcelona, 2002 160 páginas. 12 euros

Y eso que gozó al final de un apoyo considerable, pues obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1985, lo que sorprendió bastante hasta en Francia, donde ya nadie pensaba en él, su nombre no sonaba para nada, era olvidado en todas las encuestas y hasta algunos críticos de moda se burlaban de él de manera inmisericorde (recuerdo, poco antes, la respuesta de un ejecutivo de Gallimard, a quien yo intenté colocar la obra de Juan Benet: 'Para eso ya tenemos a Claude Simon en Francia, que nos basta y nos sobra'.

De hecho las acciones de Claude Simon para el Nobel cotizaban muy a la baja entonces. En 1983 se lo habían dado al británico William Golding y con este motivo un académico sueco protestó en público por haber preferido al británico frente al poderío artístico de la obra de Simon. Fue un pequeño escándalo que al discreto y resignado Simon le dejó anonadado: 'Ha sido un horror, los suecos aborrecen todo escándalo ya no me lo darán jamás', me dijo en la citada entrevista. Aunque las aguas volvieron a su cauce después (tras el interregno del poeta checo Jaroslav Seifert, que obtuvo el premio en 1984) y en 1985 lo obtuvo Claude Simon, cuyo rival en el fondo había sido su compatriota Alain Robbe-Grillet.

Mientras tanto, Claude Simon,

de maneras discretas e imperturbables, se presentaba en aquellos años como un escritor casi retirado, un curtido campesino vestido con un chaquetón de cuero negro, un caballero rural que cultivaba sus viñas desde su caserón familiar de Salses, en las cercanías de Perpiñán. Lo que no impidió que al recoger el premio le dijera al rey de Suecia que era la primera vez que el descendiente de un mariscal de Napoleón (de la estirpe del mariscal Bernadotte) entregaba el premio a otro descendiente de otro mariscal del mismo Napoleón, que era él mismo.

Pues Claude Simon, que el año que viene cumplirá 90 años, nació en Tananarive (Madagascar), donde estaba destinado su padre, militar de origen campesino, que murió al año siguiente en Verdún cuando empezaba la primera gran guerra. Pasó su infancia en Perpiñán, de donde era su casi aristocrática familia materna -con cuyos recuerdos ha escrito esta pequeña joya que es El tranvía-, pero, al fallecer su madre, se educó con unos tíos en París, donde estudió en el colegio Stanislas. Quiso ser pintor, frecuentó los medios anarquistas que le llevaron a Barcelona a militar en las filas republicanas durante los primeros días de la guerra civil española, cuyos recuerdos le inspirarían otra de sus buenas novelas, Le Palace. El estallido de la segunda gran guerra le sorprendió como oficial de caballería en Flandes, cuya fulminante derrota iba a testimoniar en su primera obra maestra La ruta de Flandes. Fue hecho prisionero, aunque pudo evadirse y escapar a la zona 'libre' del sur de su país y luchar en las filas de la resistencia contra los alemanes, hasta que en la posguerra se dedicó ya por entero a la literatura.

Sus cuatro primeras novelas

-Le tricheur, La corde raide, Gulliver y Le sacre du printemps- son de inspiración faulkneriana, las dos primeras figuran siempre como 'agotadas' en sus bibliografías, y de las dos siguientes hubo unas primeras versiones españolas en Venezuela. Jacobo Muchnik recuperó las dos siguientes en Argentina, Le hierba y El viento (la primera la tradujo Miguel Ángel Asturias con su esposa) y ya para entonces la figura de Simon fue integrada por Jerôme Lindon en su editorial 'de Minuit' en el conjunto de la operación del nouveau roman, como uno de sus más importantes pilares, al lado de Nathalie Sarraute, Robbe-Grillet, Michel Butor, Claude Ollier, Robert Pinget, con los añadidos de Samuel Beckett o el transitorio de Marguerite Duras. Como final, aquello -la destrucción del relato, la fragmentación del tiempo, la desaparición de los personajes- no era un verdadero grupo, sino una 'asociación de malhechores' como ironizaban la primera y el segundo, pues cada cual iba por su lado. Pero la aparición en Francia el otoño pasado de La reprise, de Robbe-Grillet, y El tranvía, de Claude Simon, les ha vuelto a poner de actualidad, y ha sacudido los mimbres literarios en su país. No, evidentemente, 'el nouveau roman' es un cadáver que goza de bastante buena salud, caiga quien caiga.

El autor francés Claude Simon (Madagascar, 1913).
El autor francés Claude Simon (Madagascar, 1913).JESÚS URIARTE

Una obra que viene de la pintura

TODA LA OBRA de Claude Simon viene de la pintura, de la manera como se puede ver un cuadro, de lejos o de cerca, desde los conjuntos claros y lejanos hasta las más intrincadas y diminutas pinceladas, donde se utiliza la descripción para torpedearlo todo -y así renovarlo todo- en un incesante ir y venir además entre el tiempo y la historia. Al influjo faulkneriano se le añadió el de Marcel Proust, y la utilización aplastante y masiva del descripcionismo de un Balzac como un bulldozer. La pintura nos otorga -al acercarnos a cada pincelada como con un microscopio- la complejidad de lo real como visto por un telescopio. Todo son trozos, fragmentos, retazos, mezclas, combinaciones, introducciones en el tejido narrativo de unas tramas siempre existentes por debajo pero que hay que perseguir hasta la exasperación. Entre el tiempo y la historia se introduce la memoria, con su ir y venir continuo que segrega lo que llamamos literatura, que a su vez es reconstruida en permanentes ruinas por la magistral y siempre apocalíptica visión del escritor. Y así vamos de lo autobiográfico a lo histórico, de una guerra a otra, de los recuerdos de infancia a los de su familia, de las claves metaliterarias de La batalla de Farsalia -'de la Phrase' o 'de Pharsale' todo es lo mismo- a Tripyique, Les corps conducteurs o Leçons de choses, para culminar en esas reconstrucciones que son Las Geórgicas, La Acaci y Le Jardin des Plantes, su penúltimo 'retrato de una memoria', que son sus obras maestras finales. El tranvía no es tan grande, es una obra menor, pero todo lo de Simon es gigantesco si miramos alrededor. Un tranvía va -iba en los años veinte- del centro de Perpiñán hacia una playa cercana, transportando niños, escolares, obreros, veraneantes, burgueses, en los que se vacían los recuerdos del tiempo ido, mientras la voz de un anciano se autoescruta desde el lecho del hospital donde acaba de ser operado. Y de manera menos caótica y más transparente de lo que aparenta, las estampas se van desgranando una tras otra, desde la caricatura de otro viejo enfermo hasta la muerte de la madre, o a la inolvidable de la criada que asa ratas encima del horno, todo se entreteje aquí como en un mausoleo genial, que circula por nuestro interior en una sucesión de imágenes imperecederas. Recuerden que no por pequeñas valen menos las joyas. Inolvidable.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_