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Reportaje:

Homenaje acrobático a la ciudad

El Circo del Sol inicia una gira europea que llegará a España en abril

Isabel Ferrer

Saltimbanco, la figura del antiguo charlatán ambulante que lo mismo vendía pócimas curativas que hacía malabarismos, ha vuelto a escena. Transformado en un espectáculo colectivo por el Circo del Sol, no necesitará atraer esta vez la atención del viandante desde las aceras. La compañía canadiense, fundada en 1984 y con 30 millones de espectadores a sus espaldas, ha dedicado su carpa central, en Grand Chapiteau, a un espectáculo heredero de la Comedia del Arte y que mezcla el homenaje a la vida urbana con el más puro espíritu circense. El montaje inicia hoy su gira europea en Amsterdam y será estrenado en Barcelona el próximo 26 de abril. A Madrid llegará el 31 de octubre.

A simple vista, las carpas blancas del Circo del Sol no difieren de las de otras compañías similares. Una vez dentro, lo de menos son los 50 metros de diámetro y los 17 metros de altura del Grand Chapiteau. En este escenario donde los artistas, la música y la iluminación actúan con una sincronización que algunos críticos consideran algo impersonal, Saltimbanco convierte el clásico guiño circense de involucrar al público en un ejercicio algo más sutil. Sin excesos coreográficos, sin maestros de pista al uso y hasta sin fieras, los artistas trepan ingrávidos por delgados mástiles, se abrazan al trapecio con mimo o hacen acrobacias aéreas lanzándose desde un balancín a una altura que quita la respiración.

Los artistas trepan por mástiles chinos que son alegorías de los rascacielos de Nueva York
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'Saltimbanco es una celebración de la vida urbana, pero no importa si el espectador no repara en que los mástiles chinos son una alegoría de los rascacielos de Nueva York', decía ayer Pierre Parisien, director artístico de la compañía. Lo importante, según él, es que el espectáculo pueda ser disfrutado sin necesidad de buscarle significados más profundos. Como si fuera una clásica tarde de circo, aunque el del Sol proteja su propio estilo, que es también un reclamo para los artistas del ramo.

'A todos los que trabajamos aquí nos animan a que mantengamos el sello de la casa. Formamos parte del Circo del Sol y debe notarse en nuestras actuaciones, si bien eso no nos resta creatividad o libertad expresiva. Al contrario, cuando los responsables ven un número que les gusta, como fue mi caso, se desviven por sumarlo a su espectáculo', aseguraba Adriana Laura Pegueroles, una boleadora argentina. Ella presenta con una compañera canadiense un zapateado latino mientras resuenan por toda la carpa los golpes de las cuerdas con una pesa sujeta a su extremo que giran a gran velocidad con las manos.

Saltimbanco cuenta con una especie de narrador diminuto. Es un niño de seis años que juega a las acrobacias con la misma pericia que los artistas adultos que semejan sus padres y abren el espectáculo a su lado. Vestido de blanco y sentado en un trono multicolor, este pequeño rey de la ciudad que se desea homenajear, abre una auténtica sinfonía de ejercicios que revisan en cierto modo los tradicionales juegos malabares con las pelotas o las filigranas de los equilibristas. En este caso, se trata de una equilibrista que asciende por la cuerda con un parasol en la mano para descender luego con dos cintas de color escarlata. Por el camino ha montado en un uniciclo y ha dado saltos mortales en las alturas.

Como el resto del espectáculo, la plasticidad del ejercicio es subrayada por la música de René Dupéré. La forma en que la orquestina acompaña a todos los artistas es otra de las claves del montaje y tal vez la marca por excelencia del Circo del Sol. Cuando el mimo Jesko von den Steinen choca con puertas invisibles, lanza flechas igualmente imaginarias al patio de butacas o bien anima a un atribulado espectador a perder la vergüenza comiéndose un plátano que no existe, cada gesto y cada golpe musical parecen salidos del cuerpo del propio payaso.

Si bien Saltimbanco es uno de los ejes de la trilogía formada por otros dos montajes del Circo del Sol titulados Alegría y Quidam, ya vistos en España, este homenaje urbano había viajado por otros continentes sin recalar en ninguna ciudad española. Como en las demás creaciones, los artistas van cambiando y, en este caso, son algo más mayores. Mayores para este trabajo, porque la media de edad de los integrantes del Circo del Sol ronda los 34 años. Y para que nadie crea que el circo tiene que ser también triste, aquí los payasos se burlan hasta del trono del minúsculo narrador y despiden la función allí sentados.

Un número del nuevo espectáculo del Circo del Sol.
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