Vuelve Mario, El Matador
El domingo, las agencias deportivas despacharon un resultado casi anónimo entre la maraña de alineaciones, minutos y goles de los que se alimenta el fútbol proletario de Segunda B: San Fernando, 1; Jerez de los Caballeros, 4. Según dicen, la vieja Isla de San Fernando no llegó a conmoverse mucho por semejante cataclismo; con su corte de salinas y jipíos, su Calle Real cuarteada por el yodo y su Camarón de bronce tenía otras cosas en qué pensar.
Sin embargo, en algún lugar reservado del estadio estaba, callado y hermético según su costumbre, el nuevo entrenador local. Su nombre era, es, Mario Alberto Kempes.
Los años han desdibujado un poco su figura. Aún conserva intacta aquella doble ceja, caída y horizontal, que endurecía su mirada de animal de área. Su perfil mantiene algunos de los ángulos de entonces; el pico de rapaz, las venas del cuello, la percha de las clavículas y la escuadra de la mandíbula siguen identificando a un predador. Carece, sin embargo, de aquella mata de crin que encrespaba al entrar al remate. Clavaba los tacos en el pasto, jadeaba como un caballo de tiro, agitaba su greñuda cabeza como se mueve un péndulo y alargaba el galope dispuesto a desbordarse y a desbordar.
Con Mario, el Valencia de los años 70 fue uno de los más temibles equipos del mundo. La historia había consagrado a otros zurdos fabulosos, pero los entrenadores de la época, decididos a emular la potencia del fútbol centroeuropeo, estaban fascinados con su juego. Por fin, la América del recorte y la filigrana había exportado un delantero en el que la elegancia se confundía con el poderío. En él se agrupaban el estilo y la velocidad, el resoplido y el toque, el peso y la prestancia.
Todavía recordamos sus largas y ruidosas incursiones por el callejón del 10. Acompañaba al centrocampista en tropel, como la manada acompaña al jinete, y la maniobra empezaba a hincharse misteriosamente conforme la acción iba acercándose a la portería.
Luego, Mario destacaba del grupo por el modo de llegar; esto es, de irrumpir, de invadir, de ocupar. En el extremo de la jugada era capaz de atropellar a todos los búfalos de la nómina internacional, ya fueran ingleses, alemanes o italianos.
Hoy le tenemos en San Fernando, olfateando las algas, el viento de levante y la Tercera División.
Ignoramos su futuro como entrenador, pero, tan silencioso como es, sabemos que hará mejor que nadie el papel de esfinge.