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¿Quiénes son 'los otros' para Europa?

Timothy Garton Ash

La identidad no se define simplemente por quién es uno y con quién está, sino sobre todo por contra qué está, o por lo que cree que está contra él. A menudo existe un enemigo declarado, pero podría ser sólo un gran rival, el equipo contrario, por así decirlo. En la jerga de los estudios de identidad se llama 'los otros'. El interrogante más profundo que se le plantea a Europa con esta 'guerra contra el terrorismo' es quiénes o qué son 'los otros' para Europa.

Durante la guerra fría, la respuesta era sencilla. Para Europa, 'los otros' era la amenaza del 'Este' comunista. Había, además, otros 'otros': el propio pasado sangriento de Europa era una especie de 'otro' histórico, y Estados Unidos era un rival muy importante para los gaullistas de todos los países. Pero ése era el principal.

Desde el final de la guerra fría, Europa se ha convertido en un continente en busca de sus 'otros'. En la última década, buena parte de la izquierda europea vio en EE UU a 'los otros'. Europa tenía que definirse como no América. Incluso en una era de globalización, Europa conservaría un modelo diferente y más 'social' de capitalismo democrático. Sería el contrapeso de la única superpotencia superviviente, brutal y temeraria, con su mal encaminada política en Oriente Próximo, su lamentable historial de ayuda al Tercer Mundo y una tendencia generalizada a imponer su fuerza.

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Este punto de vista no ha desaparecido del 11 de septiembre. De hecho, ha habido muchas críticas a EE UU durante la guerra, y muchos europeos afirman que el 11 de septiembre ha mostrado la necesidad de un planteamiento más sofisticado y multilateral de un mundo complejo y malvado. Pero, en un momento en que Estados Unidos y Europa parecen estar siendo atacados por formar parte de una civilización occidental, cristiana o poscristiana, materialista y decadente, es más difícil definirse esencialmente contra Estados Unidos.

Con su ataque, Osama Bin Laden ofrece a Europa la perspectiva de otro 'los otros', muy nuevo y, al mismo tiempo, el más antiguo de todos, porque 'Europa' se definió originalmente como una entidad consciente en el conflicto con el mundo islámico. La primera utilización política del término data de los siglos VIII y IX, cuando los discípulos del Profeta -los 'infieles', en la jerga cristiana- entraron, con la fuerza de las armas vinculada a una fe que ahora llamaríamos fanática, en la zona más vulnerable de Europa. 'Europa' comienza su historia como concepto político en los siglos XIV y XV, primero como sinónimo de la noción de cristiandad de los cruzados, y luego como su sucesora. Y de nuevo su 'los otros' es pura y simplemente el mundo islámico.

Hay una tentación real de resucitar a aquel antiguo hombre del saco. Un líder europeo ha sucumbido espectacularmente a la tentación: el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, dijo a los periodistas italianos que debíamos tener confianza en la superioridad de nuestra cultura. 'Occidente', dijo, 'dada la superioridad de sus valores, está destinado a occidentalizar y conquistar pueblos. Lo ha hecho con el mundo comunista y con parte del mundo islámico, pero, desgraciadamente, una parte del mundo islámico vive con 1.400 años de retraso'. Los caballeros templarios y el papa Pío II habrían aplaudido este sentimiento. En un ensayo volcánico, la veterana periodista italiana Oriana Falacci añadía: 'Es necesario admitirlo. Nuestras iglesias y catedrales son más hermosas que sus mezquitas'. Y describía la inmigración árabe a Italia como 'una invasión secreta'. ¿Es una casualidad que estas dos voces vengan de Roma, el centro de la cristiandad occidental?

Sin embargo, no se trata sólo de la cristiandad occidental. La admirable respuesta estratégica del presidente Vladímir Putin al 11 de septiembre, situando inmediata e incondicionalmente a Rusia con Europa y Occidente, está justificada ideológicamente por la afirmación implícita de que el mundo de la cristiandad oriental, de la ortodoxia, se encuentra en primera línea de la lucha contra el barbarismo islámico y asiático (tipificado por Putin como 'terroristas' chechenos y afganos). Samuel Huntington ha hecho campaña de la idea de que la línea divisoria entre dos civilizaciones que chocan atraviesa Europa del Este, entre la 'civilización occidental', que incluye tanto a la Europa de la cristiandad occidental como a Norteamérica, y la 'civilización ortodoxa'. Putin responde que la auténtica línea se encuentra entre un Occidente que incluye toda la poscristiandad y un Este amenazador personificado por el Asia Central islámica. La voz de la 'tercera Roma' (Rusia) refuerza la de la segunda Roma. Y lo cierto es que Berlusconi hizo sus comentarios, ahora tristemente célebres, tras un desayuno con Vladímir Putin.

La mayoría de los líderes e intelectuales europeos rechazan, por supuesto, esta polémica (re)construcción de nuestra identidad. Incluso si algunas de las afirmaciones de superioridad cultural estuvieran justificadas -y el historial de barbarie europea durante el siglo XX debería aportarnos alguna humildad al respecto-, sería una locura que Europa abrazase esa retórica. Todo Occidente corre ahora el riesgo de ganarse la antipatía de los musulmanes de todo el mundo con lo que George W. Bush llamó imprudentemente nuestra 'cruzada'. Ello sería especialmente peligroso para Europa, que está solamente a unos pocos kilómetros al norte y al oeste de un mundo árabe e islámico diverso, frustrado y, en muchos lugares, empobrecido, en Oriente Próximo, el norte de África, el Cáucaso y Asia Central. Y, por encima de todo, sería suicida para un continente en el que quizá vivan ya 20 millones de musulmanes.

En el momento de escribir estas líneas, estoy en North Oxford. El quiosquero al que le compré los periódicos de hoy es musulmán. El farmacéutico local es musulmán. La joven que trabaja en la tintorería es musulmana. Todos son corteses, amables, gente muy competente que habla un inglés perfecto y, que yo sepa, aceptan la sociedad británica y son plenamente aceptados por ella. Hasta el 11 de septiembre no se me habría ocurrido describirlos como 'musulmanes', de la misma forma que no describiría al encargado de la oficina de correos o al herrero como 'cristianos'. Y, sin embargo, últimamente oímos en la radio voces de musulmanes británicos diciendo que el islam, no Gran Bretaña, es su patria natal y que están a favor de los talibanes. Representan no a una diminuta, sino infinitesimal, minoría de musulmanes británicos, pero son los que captan los titulares, y la gente de mentalidad simple empezará a sospechar de todos los musulmanes. Me dicen

algunos amigos que están en situación de saberlo que incluso los musulmanes británicos absolutamente pacíficos, de mentalidad liberal y moderados, han sentido una cierta crisis de identidad, incluso antes del 11 de septiembre. También es importante que los ayudemos a sentirse en casa.

Aunque Londres y algunas otras ciudades inglesas tienen su ración de islámicos radicales, la integración cívica de la mayoría de los musulmanes está relativamente avanzada. Las comunidades turcas de Alemania, por ejemplo, están peor integradas. Un político alemán muy importante y de mentalidad liberal me cuenta que Alemania tiene más ulemas extremistas que Turquía. Y hace unas cuantas semanas, en un barrio obrero de Madrid, hablé con un inmigrante ilegal marroquí de 23 años llamado Yacine. Yacine llegó a España escondido debajo de un autobús. No tiene papeles para conseguir trabajo, así que vive de robar. 'Vivo como un lobo', dijo. ¿Pensaba que la respuesta de Occidente al 11 de septiembre estaba dirigida contra el islam? 'Sí, es un ataque contra el islam'. Muchos de sus familiares de Marruecos, añadió, 'piensan que los judíos han tenido participación en el ataque, y yo también'.

Esta gente no se va a tranquilizar simplemente porque el presidente Bush o Tony Blair digan, como eruditos del Corán recién salidos del horno, que el mensaje de Osama Bin Laden es una perversión del islam. Como ha afirmado el escritor francés Olivier Roy, necesitamos una reflexión mucho más profunda acerca de lo que significa hablar de musulmanes europeos o de 'islam europeo'. La idea en sí desafía esa profunda concepción de Europa como poscristiandad que a menudo podemos entrever en la elevada retórica de la unificación europea. (Pueden contestar que la decisión de la Unión Europea de admitir a Turquía contradice esta afirmación, y es un paso significativo, pero se está animando a Turquía precisamente a que no se convierta en un Estado islámico.

Por tanto, debemos confiar en que estos nuevos y viejos 'otros' vuelvan inmediatamente a su caja, y podamos cerrar fuertemente la tapa, aunque algunos musulmanes sospechan que Berlusconi no hizo sino decir lo que piensan de verdad los europeos.

Mientras tanto, 'los otros' rusos han desaparecido, especialmente si Putin mantiene su línea pro occidental. 'Los otros' estadounidenses siguen siendo candidatos, pero parecen bastante fuera de lugar en el mundo posterior al 11 de septiembre. Al final no servirán, porque de hecho no son dos civilizaciones distintas, sino una, aunque ésta contenga un amplio espectro de modelos sociales, económicos y políticos, que van desde la derecha estadounidense hasta la izquierda francesa. Y no hay ningún 'otro' a la vista.

Por tanto, la tarea de los que creen, como yo, en un proyecto llamado 'Europa' es construir una identidad europea fuerte y positiva, que vincule emocionalmente a la gente con una serie de instituciones sin necesidad de la ayuda de un 'otro' nítido y presente. La 'guerra contra el terrorismo' clarifica esta tarea, pero también la complica. Por el momento, debo llegar a la conclusión de que éste es otro momento más de definición en el que Europa se niega a ser definida.

Timothy Garton Ash es periodista y escritor británico.

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