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Entrevista:LUIS ÁNGEL ROJO | EX GOBERNADOR DEL BANCO DE ESPAÑA | ENTREVISTA

'No existe la vuelta al keynesianismo'

Joaquín Estefanía

Rojo es el economista español más influyente de las últimas generaciones, incluso para quienes no comparten sus tesis. Ahora ha recuperado su tiempo para leer, escribir y para su vida privada. También ha recuperado parte de su libertad intelectual, pero su prudencia le impide contestar a preguntas como su opinión sobre las diferencias entre los cuatro presidentes de Gobiernos con los que ha trabajado, o sobre la polémica Ley de Universidades. Los que le conocen saben, sin embargo, su respuesta a estas cuestiones.

Pregunta. Una persona como usted, que lleva 40 años trabajando como economista para hacer de España una sociedad abierta, hacer de España un país normal europeo, ¿qué siente a punto de ver el euro en los bolsillos de todos los ciudadanos?

'Creo que esta recesión va a ser un poco más larga de lo que se dice, pero no muy profunda. Va a depender de la capacidad de reacción de EE UU en base a los avances tecnológicos'
'La culminación del proceso hacia la unión monetaria y su expresión principal, que es la introducción final del euro, es para mí una satisfacción muy grande'
'Soy partidario de la autonomía de los bancos centrales, a la que se ha llegado como consecuencia de una larga historia de manipulación de la política monetaria por los Gobiernos'
'La 'tasa Tobin' me parece una idea atractiva, pero creo que no podrá funcionar bien porque los mercados son capaces de encontrar vías alternativas para burlar su regulación'
'¿Regular los movimientos de capitales? No es que sea enemigo de las regulaciones, pero me dan mucho miedo. Se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban'

Respuesta. Desde el punto de vista de mis propensiones político-económicas y también de la historia pasada, la culminación del proceso hacia la unión monetaria y su expresión principal, que es la introducción final del euro, es para mí una satisfacción muy grande. Una de las cosas más importantes de todo este proceso, que comienza en 1959, es la apertura de nuestra economía y de nuestra sociedad. Ha sido un proceso inevitablemente lento, porque el punto de partida era muy adverso, pero que ha tenido la fortuna de que se ha producido en una época en que los españoles queríamos entrar en la Comunidad Europea, y ello tendía a crear las políticas de apertura, de estabilidad, de flexibilidad; al mismo tiempo coincidió con unos momentos en los cuales la Comunidad estaba tratando de abrirse mediante la intensificación de esas políticas. Ello supuso una presión adicional sobre España, que hizo que se acortara un proceso que en otro caso habría sido más largo.

P. ¿Hay desde 1959, con el Plan de Estabilización, una línea de continuidad en la política económica española? Los Pactos de la Moncloa, el plan de saneamiento con el que el PSOE gana las elecciones, la política del PP...

R. Sí, la hay, con fases de aceleración pero también de retroceso. Por ejemplo, el impulso del Plan de Estabilización no dura más de tres o cuatro años, porque después las ideas liberalizadoras, las ideas de mayor flexibilización, de menor intervención en la economía, se debilitaron mucho. Cuando llegó la crisis energética, que se combinó por otra parte con las dificultades que inevitablemente iban a derivarse para el ámbito económico en el proceso de instauración y consolidación de la democracia, todo ese conjunto de efectos combinados y negativos incidió sobre una economía que había crecido mucho en los años sesenta, pero que lo había hecho en un clima muy fuerte de intervención, de proteccionismo. Nuestro sistema económico, especialmente el sector industrial, era muy frágil, y ello hizo que la crisis fuera muy profunda y muy prolongada. De hecho, esa crisis se prolonga prácticamente hasta los años 1982-1983, en los que la transición política ya se había acabado, y entonces es cuando se puede iniciar una política económica más relajada y con una visión más a largo plazo.

P. Ahora estamos viviendo una especie de recesión global. Creo que Europa la contempla con mucha más pasividad, por ejemplo, que Estados Unidos. Esa pasividad no se da sólo en la política económica, sino en la política exterior y en otros espacios comunes. ¿Puede ser éste uno de esos momentos de retroceso?

R. El proceso de integración europeo ha funcionado como una sucesión de épocas de aceleración, seguidas de otras de estancamiento. Efectivamente, en este momento estamos viviendo uno de esos periodos de parálisis que no se refiere sólo a la economía, aunque se refleja también en la economía. Hay una serie de puntos básicos de reforma en Europa que está costando muchísimo trabajo aceptar y que son esenciales para el futuro del continente desde el punto de vista social y económico, y político también. Por ejemplo, el avance tecnológico en Europa está muy atrasado respecto de Japón, pero sobre todo de EE UU. Ello es el resultado de que Europa dedica menos recursos a la investigación, tanto públicos como privados. Además, para que las innovaciones tecnológicas avancen con rapidez, hace falta una flexibilidad de mercados que en Europa no existe. Si no lo corregimos, lo vamos a pagar con décadas de retraso tecnológico creciente. Para evitarlo hacen falta algunas reformas importantes, y esas reformas no se están dando. Eso es lo que frena el proceso europeo.

P. Para salir del estancamiento europeo a corto plazo, ¿habrá que utilizar medidas de expansión de la demanda? ¿Es el Plan de Estabilidad y Crecimiento una herramienta adecuada para ello? ¿Vuelve una especie de neokeynesianismo, como algunos economistas significativos?

R. No existe la vuelta al keynesianismo. Lo que pasa es que siempre que se produce una situación de contracción verdaderamente amenazadora se mira al Estado. Pero cuando las recesiones son realmente importantes, las políticas expansivas tienen unas posibilidades muy limitadas. O más exactamente, cuando hay unas fases de contracción que son el resultado de desajustes importantes de auges anteriores muy largos y muy intensos, entonces las políticas de demanda no consiguen acortar nada más que parcialmente lo que es el proceso de saneamiento, para después ir a la recuperación de la economía. Y esto es lo que realmente hoy día se ve, o se debería ver, y lo que lo distinguiría de unas políticas digamos keynesianas estrictas. Se puede hacer mucho más expansiva la política monetaria, se puede hacer mucho más expansiva la política fiscal, pero esa inyección artificial de demanda, que puede frenar la caída de la economía, se ve obstaculizada por el conjunto de desajustes y distorsiones de la fase anterior de auge. No hay que creer que por las vías puramente de expansión de la demanda efectiva se superan esos desequilibrios. Se pueden bajar los tipos de interés fuertemente, se puede ampliar el gasto público, pero si la economía tiene excesos muy fuertes de capacidad y el grado de endeudamiento de empresas y familias es muy alto, ello limita los efectos posibles de la simple expansión de la demanda.

En cuanto al Plan de Estabilidad y Crecimiento, era muy necesario cuando se introdujo; le recuerdo lo que ha sido la dificultad europea para conseguir poner un cierto orden en las cuentas públicas. Era importante a efectos de la constitución de la unión monetaria. Lo que sucede es que los márgenes que este plan impone a los presupuestos públicos pueden resultar angostos en las fases difíciles. Pero en economía no hay nada sagrado; no pasa nada si un país se excede un poco y trata de inyectar más estímulos fiscales, siempre y cuando ello se haga con mucho cuidado. Lo que el Plan de Estabilidad y Crecimiento impone es una gran precaución y unos límites flexibles, muy importantes, a las manipulaciones puramente fiscales, que no son la solución definitiva de las crisis si las crisis son importantes. Creo que esta recesión va a ser un poco más larga que lo que se suele decir, pero no va a ser muy profunda. Todo va a depender de la capacidad de reacción de Estados Unidos en base a los avances tecnológicos en los que confían.

P. ¿Y para España? ¿Le parece correcta la política de déficit cero? Nuestro país padece una brecha aún mayor que los principales países europeos en tecnologías, en sociedad de la información. Por no hablar del Estado del bienestar...

R. Tal y como ha sido definida tal política, si la economía se debilita más, generará inmediatamente déficit. Convendría aumentar el gasto público en unos capítulos, pero reducirlo en otros. No me va a llevar a posiciones a favor de las ampliación del déficit público. Se debe hacer una reasignación generalizada del gasto, sí. Creo que tenemos realmente problemas muy importantes en términos de infraestructuras, de investigación y desarrollo, campos en los cuales es absolutamente necesario ampliar el gasto. Pero al mismo tiempo hay que vigilar lo que se hace con los otros componentes del gasto.

P. Pero no se está haciendo absolutamente nada en cuanto a la reforma del gasto público.

R. Eso no es cosa mía. Eso no lo sé.

P. Hablemos de un tema de actualidad que usted, como gobernador del Banco de España, abordó en ocasiones en algunas conferencias y discursos: la fuerza de los mercados de capitales, la impotencia de los Estados ante los mismos y si es necesario algún tipo de regulación de los mismos. ¿Qué opina de la tasa Tobin, que se está discutiendo en el Parlamento Europeo y que ya ha sido objeto al menos de un debate en el Parlamento español, aunque fuese poco menos que clandestino?

R. La tasa Tobin me parece una idea atractiva, pero creo que no podrá funcionar bien, porque los mercados son capaces de encontrar vías alternativas para burlar su regulación. Se han elaborado muchos trabajos sobre ello, sin conseguir gran cosa. Hay que preguntarse qué pueden hacer los países, especialmente los emergentes, ante los efectos perturbadores que generan las entradas de capital masivas, a corto plazo. Existe hoy día ya un consenso de que los países emergentes no deben liberalizar totalmente los movimientos de capitales hasta que no estén seguros de disponer de unos sistemas fiscales razonables y unos sistemas bancarios y financieros bastante consolidados...

P. Pero ésta no era la ortodoxia dominante hasta hace poco. El FMI, por ejemplo, era partidario de la total libertad de los movimientos de capitales, independientemente de todo lo demás. ¿Hay una revisión de estas posiciones ultraliberales?

R. El FMI fue durante mucho tiempo muy partidario de la liberalización lo más extensa posible de los movimientos de capitales. También es verdad que los organismos multinacionales han venido insistiendo en cosas absolutamente evidentes, como por ejemplo que los países emergentes tenían que montar sistemas de regulación bancaria y financiera sólidos, porque si se tiene un sistema de regulación malo, el sector financiero es frágil. Posiblemente el FMI tuvo una posición demasiado favorable a la desregulación de los mercados de capitales, por lo que ha habido una revisión importante. Incluso aunque tengan unos sistemas bastante consolidados, las economías débiles o con problemas en las cuales hay entradas muy fuertes de capitales a corto plazo, deben tratar de defenderse, porque esas entradas de capitales perjudican las posibilidades de políticas monetarias nacionales.

P. Entonces, ¿considera necesario y oportuno algún tipo de regulación de los movimientos de capitales?

R. No es que sea enemigo total de las regulaciones, pero me dan mucho miedo. Se sabe cómo empiezan, pero no cómo van a funcionar y cómo acaban.

P. Hablemos de los bancos centrales y su autonomía. En estos momentos hay una discusión finalista en las democracias sobre si se están creando demasiados organismos ademocráticos, autónomos de los poderes políticos, que no son controlados por la opinión de los ciudadanos. Los bancos centrales son uno de los ejemplos más claros de esas instituciones ademocráticas.

R. Siempre he sido partidario de la autonomía de los bancos centrales, a la que se ha llegado como consecuencia de una larga historia de arbitrismos, de la manipulación de la política monetaria por los Gobiernos, con muy diferentes fines. Esto no ha funcionado. Está muy bien que los bancos centrales sean autónomos, lo que no quiere decir que estén sometidos a reglas absolutamente estrictas, que les impongan, por ejemplo, olvidarse en algún momento de que, aunque su objetivo principal es la estabilidad de los precios, no es el único, y que pueden perfectamente, en determinados momentos, atender a otros objetivos, siempre que no olviden su objetivo primordial.

Los estatutos del Banco Central Europeo no impiden a la política monetaria, en determinadas ocasiones, colaborar con los objetivos generales de política económica. ¿Puede desviarse del control de la inflación? En ciertos momentos sí, pero que lo decida el BCE, no los políticos.

P. ¿No tiene más flexibilidad, por ejemplo, la Reserva Federal (Fed)?

R. La Fed tiene más flexibilidad, pero no sé si sería el mejor modelo para Europa, porque el marco americano es más flexible y competitivo en general. Y, por tanto, la política monetaria americana tiene muchísimas más posibilidades de actuación, de tener efectos más rápidos que la política monetaria europea.

P. Hay una parte de su vida profesional que está relacionada con el Servicio de Estudios del Banco de España. En mi opinión es tan importante como su etapa como gobernador del mismo...

R. El Servicio de Estudios del Banco de España es una tarea colectiva, y no quiero en absoluto ponerme medallas que no me corresponden exclusivamente. He trabajado con muchas personas, la mayor parte de las cuales, al cabo de los años, han seguido siendo muy amigos míos. Hicimos lo que pudimos, porque se avanzó mucho en muchas cosas, y también tuvimos muchas frustraciones. En esencia, queríamos que el sistema financiero español se liberalizase desde principios de los años setenta, pero no se logró del todo hasta 1992. Demasiados años de lucha.

P. Durante mucho tiempo se dijo que el Servicio de Estudios del Banco de España era el principal productor de ideología del país...

R. La gente llama ideología a las ideas que no le gustan. ¿Producíamos ideología? No lo sé. Pedíamos apertura del país, estabilidad monetaria del país, flexibilización de los mercados en un país fundamentalmente corporativista. ¿Esto es ideología? Quien prefiere economías y sociedades cerradas, piensa que vender eso es vender una ideología nefasta, pero yo no lo creo. Cuando decían ideología, lo que en realidad querían decir era ideología nefasta. No lo creo, la verdad es que lo que hicimos es trabajar muchísimo en temas técnicos y ahí están los resultados.

P. ¿Cuáles han sido los peores momentos que ha pasado en el Banco de España?

R. Los relativos a las crisis monetarias, que son extraordinariamente desagradables, y sobre las cuales no se tiene control. Y luego los problemas de intervención de algún gran banco, puesto que, además, toda intervención tiene siempre unas repercusiones políticas enormes en los medios de comunicación. El país quiere tener instituciones de supervisión que cuando funcionan son criticadas por una parte importante de la opinión pública hasta que las cosas se aclaran. Esto es muy desagradable. Pero por lo demás he tenido muchas satisfacciones.

Además, poco a poco, los tribunales van dando la razón a lo que hicimos .Rojo es el economista español más influyente de las últimas generaciones, incluso para quienes no comparten sus tesis. Ahora ha recuperado su tiempo para leer, escribir y para su vida privada. También ha recuperado parte de su libertad intelectual, pero su prudencia le impide contestar a preguntas como su opinión sobre las diferencias entre los cuatro presidentes de Gobiernos con los que ha trabajado, o sobre la polémica Ley de Universidades. Los que le conocen saben, sin embargo, su respuesta a estas cuestiones.

Pregunta. Una persona como usted, que lleva 40 años trabajando como economista para hacer de España una sociedad abierta, hacer de España un país normal europeo, ¿qué siente a punto de ver el euro en los bolsillos de todos los ciudadanos?

Respuesta. Desde el punto de vista de mis propensiones político-económicas y también de la historia pasada, la culminación del proceso hacia la unión monetaria y su expresión principal, que es la introducción final del euro, es para mí una satisfacción muy grande. Una de las cosas más importantes de todo este proceso, que comienza en 1959, es la apertura de nuestra economía y de nuestra sociedad. Ha sido un proceso inevitablemente lento, porque el punto de partida era muy adverso, pero que ha tenido la fortuna de que se ha producido en una época en que los españoles queríamos entrar en la Comunidad Europea, y ello tendía a crear las políticas de apertura, de estabilidad, de flexibilidad; al mismo tiempo coincidió con unos momentos en los cuales la Comunidad estaba tratando de abrirse mediante la intensificación de esas políticas. Ello supuso una presión adicional sobre España, que hizo que se acortara un proceso que en otro caso habría sido más largo.

P. ¿Hay desde 1959, con el Plan de Estabilización, una línea de continuidad en la política económica española? Los Pactos de la Moncloa, el plan de saneamiento con el que el PSOE gana las elecciones, la política del PP...

R. Sí, la hay, con fases de aceleración pero también de retroceso. Por ejemplo, el impulso del Plan de Estabilización no dura más de tres o cuatro años, porque después las ideas liberalizadoras, las ideas de mayor flexibilización, de menor intervención en la economía, se debilitaron mucho. Cuando llegó la crisis energética, que se combinó por otra parte con las dificultades que inevitablemente iban a derivarse para el ámbito económico en el proceso de instauración y consolidación de la democracia, todo ese conjunto de efectos combinados y negativos incidió sobre una economía que había crecido mucho en los años sesenta, pero que lo había hecho en un clima muy fuerte de intervención, de proteccionismo. Nuestro sistema económico, especialmente el sector industrial, era muy frágil, y ello hizo que la crisis fuera muy profunda y muy prolongada. De hecho, esa crisis se prolonga prácticamente hasta los años 1982-1983, en los que la transición política ya se había acabado, y entonces es cuando se puede iniciar una política económica más relajada y con una visión más a largo plazo.

P. Ahora estamos viviendo una especie de recesión global. Creo que Europa la contempla con mucha más pasividad, por ejemplo, que Estados Unidos. Esa pasividad no se da sólo en la política económica, sino en la política exterior y en otros espacios comunes. ¿Puede ser éste uno de esos momentos de retroceso?

R. El proceso de integración europeo ha funcionado como una sucesión de épocas de aceleración, seguidas de otras de estancamiento. Efectivamente, en este momento estamos viviendo uno de esos periodos de parálisis que no se refiere sólo a la economía, aunque se refleja también en la economía. Hay una serie de puntos básicos de reforma en Europa que está costando muchísimo trabajo aceptar y que son esenciales para el futuro del continente desde el punto de vista social y económico, y político también. Por ejemplo, el avance tecnológico en Europa está muy atrasado respecto de Japón, pero sobre todo de EE UU. Ello es el resultado de que Europa dedica menos recursos a la investigación, tanto públicos como privados. Además, para que las innovaciones tecnológicas avancen con rapidez, hace falta una flexibilidad de mercados que en Europa no existe. Si no lo corregimos, lo vamos a pagar con décadas de retraso tecnológico creciente. Para evitarlo hacen falta algunas reformas importantes, y esas reformas no se están dando. Eso es lo que frena el proceso europeo.

P. Para salir del estancamiento europeo a corto plazo, ¿habrá que utilizar medidas de expansión de la demanda? ¿Es el Plan de Estabilidad y Crecimiento una herramienta adecuada para ello? ¿Vuelve una especie de neokeynesianismo, como algunos economistas significativos?

R. No existe la vuelta al keynesianismo. Lo que pasa es que siempre que se produce una situación de contracción verdaderamente amenazadora se mira al Estado. Pero cuando las recesiones son realmente importantes, las políticas expansivas tienen unas posibilidades muy limitadas. O más exactamente, cuando hay unas fases de contracción que son el resultado de desajustes importantes de auges anteriores muy largos y muy intensos, entonces las políticas de demanda no consiguen acortar nada más que parcialmente lo que es el proceso de saneamiento, para después ir a la recuperación de la economía. Y esto es lo que realmente hoy día se ve, o se debería ver, y lo que lo distinguiría de unas políticas digamos keynesianas estrictas. Se puede hacer mucho más expansiva la política monetaria, se puede hacer mucho más expansiva la política fiscal, pero esa inyección artificial de demanda, que puede frenar la caída de la economía, se ve obstaculizada por el conjunto de desajustes y distorsiones de la fase anterior de auge. No hay que creer que por las vías puramente de expansión de la demanda efectiva se superan esos desequilibrios. Se pueden bajar los tipos de interés fuertemente, se puede ampliar el gasto público, pero si la economía tiene excesos muy fuertes de capacidad y el grado de endeudamiento de empresas y familias es muy alto, ello limita los efectos posibles de la simple expansión de la demanda.

En cuanto al Plan de Estabilidad y Crecimiento, era muy necesario cuando se introdujo; le recuerdo lo que ha sido la dificultad europea para conseguir poner un cierto orden en las cuentas públicas. Era importante a efectos de la constitución de la unión monetaria. Lo que sucede es que los márgenes que este plan impone a los presupuestos públicos pueden resultar angostos en las fases difíciles. Pero en economía no hay nada sagrado; no pasa nada si un país se excede un poco y trata de inyectar más estímulos fiscales, siempre y cuando ello se haga con mucho cuidado. Lo que el Plan de Estabilidad y Crecimiento impone es una gran precaución y unos límites flexibles, muy importantes, a las manipulaciones puramente fiscales, que no son la solución definitiva de las crisis si las crisis son importantes. Creo que esta recesión va a ser un poco más larga que lo que se suele decir, pero no va a ser muy profunda. Todo va a depender de la capacidad de reacción de Estados Unidos en base a los avances tecnológicos en los que confían.

P. ¿Y para España? ¿Le parece correcta la política de déficit cero? Nuestro país padece una brecha aún mayor que los principales países europeos en tecnologías, en sociedad de la información. Por no hablar del Estado del bienestar...

R. Tal y como ha sido definida tal política, si la economía se debilita más, generará inmediatamente déficit. Convendría aumentar el gasto público en unos capítulos, pero reducirlo en otros. No me va a llevar a posiciones a favor de las ampliación del déficit público. Se debe hacer una reasignación generalizada del gasto, sí. Creo que tenemos realmente problemas muy importantes en términos de infraestructuras, de investigación y desarrollo, campos en los cuales es absolutamente necesario ampliar el gasto. Pero al mismo tiempo hay que vigilar lo que se hace con los otros componentes del gasto.

P. Pero no se está haciendo absolutamente nada en cuanto a la reforma del gasto público.

R. Eso no es cosa mía. Eso no lo sé.

P. Hablemos de un tema de actualidad que usted, como gobernador del Banco de España, abordó en ocasiones en algunas conferencias y discursos: la fuerza de los mercados de capitales, la impotencia de los Estados ante los mismos y si es necesario algún tipo de regulación de los mismos. ¿Qué opina de la tasa Tobin, que se está discutiendo en el Parlamento Europeo y que ya ha sido objeto al menos de un debate en el Parlamento español, aunque fuese poco menos que clandestino?

R. La tasa Tobin me parece una idea atractiva, pero creo que no podrá funcionar bien, porque los mercados son capaces de encontrar vías alternativas para burlar su regulación. Se han elaborado muchos trabajos sobre ello, sin conseguir gran cosa. Hay que preguntarse qué pueden hacer los países, especialmente los emergentes, ante los efectos perturbadores que generan las entradas de capital masivas, a corto plazo. Existe hoy día ya un consenso de que los países emergentes no deben liberalizar totalmente los movimientos de capitales hasta que no estén seguros de disponer de unos sistemas fiscales razonables y unos sistemas bancarios y financieros bastante consolidados...

P. Pero ésta no era la ortodoxia dominante hasta hace poco. El FMI, por ejemplo, era partidario de la total libertad de los movimientos de capitales, independientemente de todo lo demás. ¿Hay una revisión de estas posiciones ultraliberales?

R. El FMI fue durante mucho tiempo muy partidario de la liberalización lo más extensa posible de los movimientos de capitales. También es verdad que los organismos multinacionales han venido insistiendo en cosas absolutamente evidentes, como por ejemplo que los países emergentes tenían que montar sistemas de regulación bancaria y financiera sólidos, porque si se tiene un sistema de regulación malo, el sector financiero es frágil. Posiblemente el FMI tuvo una posición demasiado favorable a la desregulación de los mercados de capitales, por lo que ha habido una revisión importante. Incluso aunque tengan unos sistemas bastante consolidados, las economías débiles o con problemas en las cuales hay entradas muy fuertes de capitales a corto plazo, deben tratar de defenderse, porque esas entradas de capitales perjudican las posibilidades de políticas monetarias nacionales.

P. Entonces, ¿considera necesario y oportuno algún tipo de regulación de los movimientos de capitales?

R. No es que sea enemigo total de las regulaciones, pero me dan mucho miedo. Se sabe cómo empiezan, pero no cómo van a funcionar y cómo acaban.

P. Hablemos de los bancos centrales y su autonomía. En estos momentos hay una discusión finalista en las democracias sobre si se están creando demasiados organismos ademocráticos, autónomos de los poderes políticos, que no son controlados por la opinión de los ciudadanos. Los bancos centrales son uno de los ejemplos más claros de esas instituciones ademocráticas.

R. Siempre he sido partidario de la autonomía de los bancos centrales, a la que se ha llegado como consecuencia de una larga historia de arbitrismos, de la manipulación de la política monetaria por los Gobiernos, con muy diferentes fines. Esto no ha funcionado. Está muy bien que los bancos centrales sean autónomos, lo que no quiere decir que estén sometidos a reglas absolutamente estrictas, que les impongan, por ejemplo, olvidarse en algún momento de que, aunque su objetivo principal es la estabilidad de los precios, no es el único, y que pueden perfectamente, en determinados momentos, atender a otros objetivos, siempre que no olviden su objetivo primordial.

Los estatutos del Banco Central Europeo no impiden a la política monetaria, en determinadas ocasiones, colaborar con los objetivos generales de política económica. ¿Puede desviarse del control de la inflación? En ciertos momentos sí, pero que lo decida el BCE, no los políticos.

P. ¿No tiene más flexibilidad, por ejemplo, la Reserva Federal (Fed)?

R. La Fed tiene más flexibilidad, pero no sé si sería el mejor modelo para Europa, porque el marco americano es más flexible y competitivo en general. Y, por tanto, la política monetaria americana tiene muchísimas más posibilidades de actuación, de tener efectos más rápidos que la política monetaria europea.

P. Hay una parte de su vida profesional que está relacionada con el Servicio de Estudios del Banco de España. En mi opinión es tan importante como su etapa como gobernador del mismo...

R. El Servicio de Estudios del Banco de España es una tarea colectiva, y no quiero en absoluto ponerme medallas que no me corresponden exclusivamente. He trabajado con muchas personas, la mayor parte de las cuales, al cabo de los años, han seguido siendo muy amigos míos. Hicimos lo que pudimos, porque se avanzó mucho en muchas cosas, y también tuvimos muchas frustraciones. En esencia, queríamos que el sistema financiero español se liberalizase desde principios de los años setenta, pero no se logró del todo hasta 1992. Demasiados años de lucha.

P. Durante mucho tiempo se dijo que el Servicio de Estudios del Banco de España era el principal productor de ideología del país...

R. La gente llama ideología a las ideas que no le gustan. ¿Producíamos ideología? No lo sé. Pedíamos apertura del país, estabilidad monetaria del país, flexibilización de los mercados en un país fundamentalmente corporativista. ¿Esto es ideología? Quien prefiere economías y sociedades cerradas, piensa que vender eso es vender una ideología nefasta, pero yo no lo creo. Cuando decían ideología, lo que en realidad querían decir era ideología nefasta. No lo creo, la verdad es que lo que hicimos es trabajar muchísimo en temas técnicos y ahí están los resultados.

P. ¿Cuáles han sido los peores momentos que ha pasado en el Banco de España?

R. Los relativos a las crisis monetarias, que son extraordinariamente desagradables, y sobre las cuales no se tiene control. Y luego los problemas de intervención de algún gran banco, puesto que, además, toda intervención tiene siempre unas repercusiones políticas enormes en los medios de comunicación. El país quiere tener instituciones de supervisión que cuando funcionan son criticadas por una parte importante de la opinión pública hasta que las cosas se aclaran. Esto es muy desagradable. Pero por lo demás he tenido muchas satisfacciones.

Además, poco a poco, los tribunales van dando la razón a lo que hicimos .

Luis Ángel Rojo, en su despacho del Banco de España
Luis Ángel Rojo, en su despacho del Banco de EspañaGORKA LEJARCEGI

Académico y catedrático

DIVIDE LA VIDA PROFESIONAL entre sus despachos en el Banco de España y de la Facultad de Económicas de la Universidad Complutense de Madrid. En el primero entra casi de puntillas, para que no se le note, con esa modestia que forma parte de su personalidad de intelectual, economista, servidor público, catedrático y académico. No hay forma de lograr que se fotografíe junto al espléndido retrato que le ha hecho Carmen Laffón y que forma parte de la colección que se exhibe sobre El camino al euro, en la sede central del banco. Volvió a la Universidad el año pasado, después de 15 años de ausencia, obligado por una ley de incompatibilidades tan rígida como dañina, en su caso al menos, para los alumnos. Cuando se le pregunta por las diferencias entre la Universidad de entonces y la de ahora, Luis Ángel Rojo responde: 'Lo principal es que me he dado cuenta de que me sigue gustando dar clase. Los estudiantes son los mismos. Han cambiado en la medida en que han sido obligados a aceptar los nuevos planes de estudio. Muchos chicos tienen un número excesivo de asignaturas, no tienen tiempo para nada, se pasan la vida de una clase a otra, no tienen más remedio que tomar apuntes, tienen la dificultad general de este país de que todavía no saben bien inglés, y no pueden seguir la lectura de textos y sobre todo artículos en inglés. Pero, ante todo, no tienen tiempo para leer, y para leer economía... Deberían hacer un esfuerzo mayor, pero no se lo facilitamos. ¿Son personas con menor interés político que antes? No se puede comparar la situación actual con la de finales de los sesenta y principios de los setenta, porque entonces la inquietud política tenía unos objetivos inmediatos, y el periodo era el de la transición a la democracia. Pero no creo que sean personas políticamente indiferentes, como se suele decir'. '¿Están mejor o peor formados que antes? Es muy difícil de saber, pero me dicen las personas que los contratan después, que desde el punto de vista profesional se adaptan bien y son muy buenos. A mí me gustaría que no estuvieran sometidos a este tipo de enseñanza universitaria, que se les enseñara mucho más a pensar y mucho menos a digerir las asignaturas como píldoras'. Ahora, Rojo tiene tiempo para leer y escribir, aunque no todo lo que se había propuesto. 'Lo que tengo en este momento entre manos es un artículo muy largo sobre las fluctuaciones financieras en los países industriales y en los países emergentes. Y un capítulo para un libro colectivo, que estoy escribiendo bajo la presión de un grupo de antiguos alumnos a los que tengo muchísimo aprecio, sobre los últimos 25 años de la economía española. Y luego, preparar el curso de economía monetaria que doy en cuarto, en Económicas. Y después, cuando la decana o los profesores de algún seminario me piden dar una conferencia, la doy, aunque la conferencia es un género que no me gusta'.

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